Viva el cine español

14/02/2011 - 00:00 Rafael Torres

Siempre se reprochó al cine español su desprecio por la historia del país, filón argumental del que americanos, ingleses, italianos y franceses han sacado petróleo. Sólo de la vesanía de sus monarcas y de sus andanzas marítimas y coloniales, los británicos han extraído jugo para cientos de películas memorables, pero los norteamericanos le han sacado aún más rentabilidad a su sucinta historia: miles y miles de películas "de vaqueros" al socaire de su epopeya, erradicadora y violenta, de la Conquista del Oeste. El cine español, en efecto, no es que pareciera temer convertirse en estatua de sal si miraba para atrás, sino que era una estatua que no podía, dada la rigidez connatural a las estatuas, girarse hacia el pasado. El cine franquista, que era un pedazo de estatua, sólo que orientada de espaldas al futuro, ensayó sus películas imperiales, pero sólo le salieron, porque no buscaba la historia, sino la propaganda, una cosa pueril, absurda y marciana. Siempre se reprochó a nuestro cine su desprecio por la Historia de España, pero cuando logró sacudírselo y miró hacia el episodio más traumático y apasionante de ella, la Guerra mal llamada civil, sus antecedentes y sus consecuencias, le reprocharon lo contrario, que se ocupaba demasiado, hasta el punto de que la carcunda hizo cruzada contra la propia industria nacional del cine por empecinarse en reconstruir las imágenes de la historia que se nos había hurtado cuando Carrillo, González, Suárez y Fraga decidieron que aquí no había pasado nada y que, en consecuencia, ni el cine ni nadie tenía nada que reconstruir ni que contar. La XXV edición de los Premios Goya, celebrada el domingo en el curso de una gala extraña, intensa y caótica, más pegada a la realidad que ninguna de las precedentes, sí miró al pasado, ayudándonos a ennoblecer su digestión con películas excelentes. "Pan negro", "Balada triste de trompeta" y "También la lluvia", las más premiadas, contribuyen a restañar, cada una a su manera, esa herida profunda e invisible, la de la ignorancia, por la que al cine español se le fue un día, como a sus espectadores, el alma.