Volvamos a la palabra
22/07/2012 - 00:00
Los cristianos somos convocados cada día por el Señor para vivir con Él y para salir en misión hasta los confines de la tierra confesando la Buena Noticia de su amor y de su salvación. Guiados por el Espíritu y contando siempre con nuestras limitaciones personales, intentamos vivir con fidelidad este encargo del Señor. Sin embargo, la falta aparente de resultados puede llevarnos a desistir de la misión confiada, pensando que ésta no es posible y esperando equivocadamente la llegada de otros tiempos mejores para cumplir con el mandato del Señor.
Ciertamente todos descubrimos que existen dificultades externas para la evangelización, pues nos encontramos en un momento histórico en el cual se producen cambios rápidos e inesperados en todos los ámbitos de la vida.
Debido al relativismo cultural y ambiental existe un gran confusionismo en cuanto a lo que se ha de creer. Como consecuencia de ello, al ser humano le faltan puntos de referencia, fundamentos objetivos y valores permanentes para vivir y esperar. Atrapado por las cuestiones provisionales del momento, el hombre de hoy se siente incapacitado para hacerse las preguntas sobre Dios y sobre el sentido de su existencia.
A la hora de anunciar el Evangelio, hemos de tener en cuenta esta realidad, porque el Señor nos envía para transmitir la Buena Noticia a todos, a los que creen y a los que viven alejados de Él.
Por lo tanto, sin olvidar este conjunto de dificultades que provienen del exterior y que hacen más difícil la misión evangelizadora de la Iglesia, tendríamos que pararnos a analizar también aquellas otras que, con frecuencia, ponemos nosotros mismos sin ser demasiados conscientes de ello.
En este sentido, deberíamos preguntarnos si estamos verdaderamente convencidos de que no es posible impulsar la evangelización cuando falta un profundo conocimiento de Jesucristo y una experiencia personal y comunitaria de su amor y de su salvación.
La Iglesia toda tiene que evangelizar pero, para poder hacerlo, es preciso que cada uno de sus miembros nos dejemos evangelizar. No podremos ser eficaces en la acción evangelizadora si los sentimientos, actitudes y comportamientos del Maestro en su relación con el Padre y los hermanos no entran a formar parte de nuestra vida.
Para hacer posible este encuentro y este conocimiento del Señor debemos ponernos todos a la escucha de su Palabra.
Para ello, después de tener en cuenta las opiniones de los correspondientes organismos diocesanos, he pensado ante el Señor que el próximo año nos pongamos todos a escuchar, meditar y acoger desde una actitud de fe lo que el Señor quiera decirnos por medio de su Palabra. Si nos dejamos interpelar por el estilo de vida del Maestro, por su forma de pensar y de actuar, podremos avanzar en el camino de la conversión y estaremos en condiciones de comunicarlo a los hermanos.
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Este será un objetivo pastoral prioritario para el próximo curso. Tendremos que seguir celebrando la fe, impartiendo la catequesis, ayudando a los hermanos necesitados, pero todos deberíamos ponernos a escuchar al Señor, para revisar nuestra fe, para descubrir el sentido de nuestro quehacer en la parroquia y en el mundo, para confiar ante todo en Dios y en la acción de su Espíritu en medio de las dificultades para la evangelización.
Con mi sincero afecto, que la Palabra de Dios siga siendo luz para el camino.