Volver a casa

23/01/2022 - 13:12 Marta Velasco

Todos los que le quisimos y gozamos de Paco García Marquina, de su amistad, su humor y su sabiduría, nos sentimos como si se hubiese producido un gran apagón y estuviéramos en tinieblas buscando una linterna.

En estas frías tardes de enero, cuando el sol lanza su último fogonazo contra un ciclamen carmesí comprado adrede para esta confrontación invernal, enciendo las luces y me concentro en tener un pensamiento amable que me haga reconciliarme con la larga pandemia y con las penas nuestras de cada día y, todo lo que me da tranquilidad, me lleva al pasado y a la añoranza.

Por eso he tomado prestado el título de un poemario de Paco García Marquina, Volver a casa, Premio Miguel Labordeta 2008, que es uno de mis favoritos. Un libro donde detalla sus motivos para una nostalgia que le devuelve a la casa infantil donde escuchó por primera vez su nombre, regresando a cada rincón, al olor, a los sonidos, al refugio, al amor. Releyendo el libro pienso que Paco conservó dentro de sí la dulzura y la curiosidad del niño que fue, y eso le daba una luz propia que repartía generosamente. 

Hace pocos días que Paco murió, y ahora yo no podría escribir sobre el magnífico poeta que fue o sobre el genial autor de Cosas del Señor, una novela extraordinaria, que parece escrita por un erudito de la Edad Media, muchas personas lo harán mejor que yo. Ni siquiera podría decir cuánto lo siento, porque todavía lo estoy viendo tan vivo, en su casa del Cañal, bajo el sol de julio, con su sombrero viejo, con su sonrisa, limpiando la piscina o subido al tejado. Siempre contento cuando llegábamos Pedro y yo, cuando decía que Pedro y él pertenecían a la Asociación de Damnificados por las Hermanas Velasco, y a nosotras nos daba mucha risa y les compadecíamos un rato.  

Esta pandemia nos ha alejado de familia y amigos y hemos echado de menos los ratos inolvidables pasados en el Cañal con Paco, especialista en versos y fotografías, en ríos, peces, flores, mirlos, lluvias, aparatos voladores, anécdotas extravagantes, inventos antiguos conservados y perfeccionados… Lo veo aquel día feliz que perdimos el diminuto muelle de un artilugio milagroso y organizó la gran búsqueda, cuadriculando una enorme pradera de césped. Y lo encontramos ¡fue grandioso!  Lo veo, hechizando con sus historias a los nietos, jugando con los perros. Observo de reojo el orgullo de Toya cuando triunfaba en alguna conferencia o presentación, con el público pendiente de sus palabras, tan sabias, tan sencillas y tan tremendamente divertidas. 

  Paco ha vuelto a casa y ahora sus hijos, sus nietos, Toya y todos los que le quisimos y gozamos de su amistad, de su humor y su sabiduría, nos sentimos como si se hubiese producido un gran apagón, y estuviéramos en tinieblas buscando la linterna. El mundo es mucho peor sin Paco García Marquina que, estando vivo, escribió: “Y vuelvo a casa con los ojos llenos /de ocasiones perdidas, /pues frente a tanto mundo /siento la pena de vivir tan poco.”  Yo creo que Paco aprovechó hasta el último minuto y su recuerdo perdurará en nosotros hasta que volvamos a encontrarnos.