Y el César perdió la razón

21/12/2010 - 00:00 Carlos Carnicero

 
El poder tiene unos extraños magnetismos que distancian de la realidad y el tiempo completa ese trabaja hasta que convierte a los líderes en extraños en su propia tierra. Anteayer supimos que José Luis Rodríguez Zapatero, por propia confesión, ha comunicado a su esposa y a un miembro de su partido la decisión que tiene tomada sobre si será candidato o no en las elecciones generales. Tenemos que colegir que el presidente considera su candidatura como un asunto de familia y sólo ha tenido confidencias con un elegido de su partido, tal vez el mismo que podría ser ungido como candidato si la decisión de Zapatero fuera abstenerse. El asunto es escandaloso, pero hasta el nivel que tienen los desvaríos cuando se desbordan que terminan por ser invisibles. El presidente entiende la política de su partido como una parcela de su propiedad en donde sólo él tiene derecho a construir. Ciego, como todo líder con cierta antigüedad, no es capaz de detectar el desconcierto, el desánimo y la sensación de orfandad que está establecida en las bases socialistas. Ni escucha ni le interesa el estado de ánimo de quienes le han elegido. El ciudadano común está muerto de miedo. Espera cada día el periódico o el telediario para conocer las intenciones del Gobierno sobre un recorte añadido a la secuencia en la que se mueve desde hace más de un año. Ahora, la OCDE, le pide al gobierno que se trabaje más allá de los 67 años. ¿Cuál es el límite? No hay noticias de que los ajustes lo tengan y que haya capacidad para establecer un compromiso sólido con los ciudadanos para que conozcan el final de esta loca escapada, de forma que las certidumbres, por muy negras que sean, marquen el umbral de una planificación de nuestras vidas. El césar define su futuro en soledad, sin darse cuenta que lo que le ocurra a él y lo que decida hacer no le interesa a nadie. No se ha dado cuenta el césar de que es humano, por muchos esclavos que haya a su alrededor que se lo recuerden. Su soberbia le ha cegado hasta el punto de hacerle creer que la candidatura socialista a la presidencia de Gobierno es un asunto suyo, particular, que sólo comenta con su mujer y con un puntillero de confianza de su partido. Ha perdido la razón. .