¿ Y si Gadafi no cae?

10/03/2011 - 00:00 Isaías Lafuente

 
Llevados por el entusiasmo pensamos que la relativa rapidez con la que cayeron las piezas en Egipto y en Túnez generaría un efecto dominó que se llevaría por delante a Gadafi. Visto que el dictador libio parece inmune a la física política, alimentó nuestras tocadas esperanzas la firmeza de quienes lo combaten desde dentro y la contundente reacción de Naciones Unidas que decretó el embargo de armas a su régimen, ordenó congelar sus bienes y limitar sus movimientos, y le endosó la condición de criminal de guerra susceptible de ser juzgado por la Corte Penal Internacional. Pero pasan los días y Gadafi permanece enrocado en su feudo, aplastando a sangre y fuego cualquier indicio de rebelión. El optimista podrá argumentar que tumbar un régimen que ha echado raíces durante cuarenta años requiere tiempo. Se podrá ser comprensivo y justificar la aparente parálisis de una comunidad internacional, con voces disonantes e intereses encontrados, y enfrentada a disyuntivas en las que el balance de hipotéticos beneficios y evidentes riesgos no garantiza el éxito.
   Pero si la situación se prolonga, y sin ser muy pesimista, quizás no sea descabellado comenzar a contemplar la hipótesis indeseable de que pasada la tormenta Gadafi permanezca. Porque Gadafi ha demostrado ser un funámbulo en el circo de los dictadores. Podría rellenar un álbum con las noticias que en algún momento anunciaron su caída. Y exhibir ante el mundo su caducada condición de proscrito y terrorista internacional, para satisfacción de los sátrapas y vergüenza de quienes la decretaron.
   Podría escribir un tratado sobre cómo sobrevivir al aislamiento internacional e impartir lecciones sobre la sucia diplomacia que le permitió salir del ostracismo pisando la alfombra roja que le tendieron las cancillerías de medio mundo a pesar de su negro currículum. Ahora le han quitado la red, se le mueve el alambre y nadie se atreve ya a aplaudir sus piruetas. Pero ahí sigue, observando desde la altura de su bajeza la ristra de cadáveres políticos de quienes un día quisieron verle muerto. Sería desolador que se le permita seguir al frente del espectáculo Por ejemplo, y lo dejo solamente indiciado, ese Título VIII sobre el régimen autonómico.