Yihad: Culpable Occidente
Culpable, pues, Occidente por haber permitido en su día que el régimen de los ayatollahs se instalara en Irán al facilitar el regreso de Jomeini.
Para explicar un poco esto de los atentados de Cataluña y de otras ciudades de Europa, quizá haya que remontarse a los años del derrocamiento del sha de Persia, Reza Pahlevi; cuando aquella revolución iraní acabó con su reinado y lo envío con todos los suyos al exilio. Y es que el mundo occidental vuelve a sobresaltarse de cuando en cuando a causa de las provocaciones y los desafíos del fanatismo islámico a la convivencia pacífica que debe reinar entre los pueblos.
Los repetidos ataques terroristas que Europa viene sufriendo para asombro y perplejidad de la mayoría de sus habitantes, bien pueden considerarse como una declaración de guerra -hay quienes la llaman la tercera guerra mundial- por parte de elementos de otra cultura que se aprovechan de la nuestra; despreciando por sistema todas las ventajas que Europa les ofrece y de las que, por el contrario, los terroristas se benefician con más ventajas si cabe que los propios europeos; contra quienes atentan sin piedad. Lo curiosísimo del caso es que a esta tercera guerra mundial, también se la suele denominar ya como una acción antisistema; acción de los que abominan de los sistemas democráticos y de tolerancia imperantes en toda la UE. Pues los atentados sangrientos que estamos padeciendo vienen a confirmar que las aspiraciones guerreras y las provocaciones de los terroristas van realmente en serio y apoyadas únicamente por intereses de aniquilamiento.
La opinión pública de las democracias occidentales sabe, pues los observadores políticos y los medios de comunicación se están encargando de difundir la idea, que la pesadilla que se vive aquí viene determinada por cierta relajación en la defensa de unos valores recreados por las auténticas democracias; pero que, desde hace unos años, son valores que están adormecidos y como ocultos por unas alianzas de civilizaciones -¡qué error el del expresidente Zapatero!- que nos nublan aquellas ideas que desarrollan auténticas convivencias entre los pueblos que se respetan mutuamente; donde no caben las pretensiones que disimulan ciertos grupos y sectores fanáticos, vestidos con piel de cordero, de los países árabes.
Pero Occidente tiene mucha culpa de este terror que perturba la tranquilidad de sus Estados democráticos hoy. Culpa que lideraron, en su día, con una mayor responsabilidad -¿fue por miedo? ¿fue por intereses petrolíferos, en aquellos años muy perseguidos?- la Francia de Giscard d´Estaing, político de mala conciencia para con España, y los EEUU de Jimmy Carter, el presidente más incapaz -esto también hay que apuntarlo- de cuantos ha tenido aquel país.
Culpable, pues, Occidente por haber permitido en su día que el régimen de los ayatollahs se instalara en Irán al facilitar el regreso de Jomeini, que estaba exiliado en París, cuando la revolución que cito al principio. Un revolucionario este Jomeini que propugnó el integrismo musulmán y que volvió a su país masacrando a los militares, políticos y funcionarios más adeptos al sha e implantando, como líder espiritual, un sistema de gobierno integrista e intolerante tras haber estado él en Francia especulando y maniobrando, sin ninguna oposición por parte de la diplomacia y autoridades galas, contra la reforma agraria y contra los intentos de modernización de la antigua Persia que había emprendido Reza Phalevi. El cual pasó la mayor parte de su reinado visitando las naciones europeas, en contactos multilaterales, con el fin de adquirir experiencias que le valieran a su pueblo para integrarse en el concierto internacional con la modernidad pretendida por él.
Después de aquel derrocamiento del sah (1979) y tras salir éste de su país ya enfermo de muerte para finalizar sus días un año después en el exilio, las gentes de Occidente asistían atónitas, no dando crédito a lo que las imágenes de la televisión les enseñaban, al proceder de sus propios Gobiernos incluido el de España; que ya formaba parte de las democracias europeas. Pues no permitieron -repito: ¿por miedo? ¿por intereses petrolíferos?- que a Reza Phalevi, que había puesto la confianza en ellos para occidentalizar Persia, se le hospitalizara en ningún país. Y así anduvo errante y moribundo de acá para allá con su familia hasta el día de su muerte en Egipto.
Tras aquel desatino de los países democráticos, facilitando la revolución en Irán, venimos comprobando y sufriendo una serie de intervenciones sin piedad del integrismo árabe. Recuérdense la invasión de Kuwait por parte de Irak, en tiempos de George Bush padre, que ocasionó la Guerra del Golfo; el atentado de Al Qaeda a las Torres Gemelas, en tiempos de George Bush hijo, que dio lugar a la Guerra de Irak; el interminable conflicto de Siria e Irak, con el terror sembrado por EI, y un largo etcétera de criminalidad que está llegando hasta nuestros países. Trágicas consecuencias, en mi opinión, del citado apoyo a los ayatollahs y del desnaturalizado rechazo infringido a Reza Phalevi. Que, vuelvo a decir, únicamente buscaba occidentalizar la Persia de dinastías milenarias, y que si nuestras democracias le hubieran ayudado en esto, quizá no estaríamos ahora con la pesadilla de sufrir el acoso sanguinario del fanatismo islámico.