Reservo mi opinión definitiva para cuando, este jueves, el presidente nos dé en sede parlamentaria todas las explicaciones, de hecho y legales, que haya que dar. Hasta entonces, me limito a señalar que el Gobierno, con Zapatero al frente (y Rubalcaba en el escenario), solucionó en poco más de 24 horas el grave y demencial desafío planteado por los controladores. Creo que de manera firme y con la ley en la mano, aunque tampoco desconozco los dimes y diretes que pululan en este Estado del permanente rumor, de la constante disquisición en el vacío, que nos aqueja.
Si, además, el Eurogrupo elogia el ajuste económico español me parece que la baza se habrá completado y ZP, en este cuarto de hora, podrá sacar pecho, aunque, eso sí, nos hayamos dejado, nos estemos dejando, muchos trozos de piel en el trayecto. Ahora falta, claro está, rematar la faena, tanto desde el punto de vista de los ajustes como en el tratamiento a dar a los acaso sediciosos -hay tantas opiniones como juristas, me temo- cabecillas de los controladores aéreos. Y ahí es donde quiero ver la talla del presidente y, si usted quiere, del co-presidente y demás acompañantes en las tareas ejecutivas.
Este elogio puntual a Zapatero -rara avis: últimamente me parece que estaba siendo merecedor de más críticas que alabanzas- no excluye lo esencial: la imagen del presidente está perdida, se le abuchea en cada acto público en el que comparece, las encuestas siguen siendo inmisericordes con él y, acaso lo peor de todo, él mismo está a punto de perder, si es que no la ha perdido ya, la voluntad de combate. Algunas veces he dicho que tengo la impresión, fundada apenas en conversaciones con algunos de quienes tienen contacto directo con él, de que el presidente está dispuesto a "inmolarse" en las tareas del duro ajuste aún pendiente, que tan poco casan con su ideología y con el programa que le llevó a La Moncloa.
Y, después, adiós, muy buenas. Figuro entre quienes piensan, en número me parece que creciente, que la última remodelación del Gobierno era, en realidad, una 'operación sucesoria' en la persona, naturalmente, de Pérez Rubalcaba. Una operación dirigida y planificada por el propio Zapatero, y no por ninguna camarilla o grupo de presión dentro del PSOE, cuyas existencias no me constan. Y naturalmente que sí: en estas condiciones, Zapatero creo que se tiene que ir, cuando toque (marzo de 2012, si no ocurre nada imprevisto) y tras haber arreglado, en lo posible, las cañerías que, de alguna manera, él mismo contribuyó a atascar; habrá tiempo para, con la calma de los historiadores, hacer un repaso a su polémica trayectoria por el poder, en la que considero que ha habido de todo, bueno y no tanto.
En estas condiciones, lo mejor que podría hacer Zapatero, aunque eso sí que se lo van a dificultar algunas fuerzas internas en el mundo socialista, es facilitar algún gran acuerdo con la oposición en torno a los grandes temas pendientes, que son muchos y muy pesados y voluminosos. Creo que, salvo algunos histrionismos, acaso provocados por insensateces del otro bando, el Partido Popular, en general, y Mariano Rajoy, en particular, han sabido vencer su lógica sed de sangre y han reaccionado bien -ya digo: esperemos al debate parlamentario de este jueves- ante el desafío de los controladores. Sospecho que ha habido más de una y de dos conversaciones telefónicas estos días entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en busca de una moderación en las reacciones de las dos partes.
Cualquier otro rumor interesadamente propalado por ciertos talibanes de los segundos escalones gubernamentales carece, mientras no se demuestre lo contrario, del más mínimo fundamento. Como carece de verdad y de lógica esa versión según la cual la bofetada de los controladores la habría propiciado el mismo Gobierno (¿en su propia cara?). Ya digo: vivimos en el Estado de la constante tesis conspiratoria.
No hay mal que por bien no venga, dice la sabiduría del refranero popular. Creo, en suma, que, esta vez, la clase política, la ciudadanía, la mayor parte de los medios de comunicación, han estado a la altura. A esa altura a la que no han sabido ni querido encaramarse los miembros de un colectivo privilegiado sin la menor noción de por dónde discurría la realidad de este país llamado España. Y claro, en su reto a todo este país han sido derrotados en toda regla y tendrán que enfrentarse a las consecuencias de su incalificable acción. Se lo tienen merecido. Y los demás, pues eso: a recuperarnos, sin dejarnos llevar demasiado por la ira, del nuevo shock vivido.
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