Zapatero es su lazareto

07/11/2011 - 00:00 Antonio Pérez Henares


  La política y el poder, indisolublemente unidos en el ADN de la humanidad, tienen la virtud de poner al descubierto lo más ruin de nuestra condición. Rubalcaba, químico de formación, lo está demostrando empíricamente con su trato a Zapatero. Al todavía presidente, secretario general del PSOE y hasta ayer jefe, referente y valedor, se le está dando trato de apestado. Es el leproso de la campaña socialista. El mitin de Sevilla y su inmediata secuela en Valencia visualizaron la vergonzante actitud no solo de quien durante siete años medró y prosperó a su cobijo sino de casi todo un partido que baja la vista y se cambia de acera ante la muy incómoda presencia de aquel a quien más aduló y a quien todos aplaudían en la totalidad de sus actos, gestos y ocurrencia.

   En la romería de Dos Hermanas, con San Alfonso y San Felipe, recuperados para encabezar y presidir la procesión, nadie osó pronunciar el nombre del caído. Bueno, sí, fugazmente lo hizo Griñán al mismo tiempo que esbozaba un gesto de disculpas por mentar allí a esa virgen. No puede uno ante ello, y desde la distancia y el crédito de haberlo combatido, dejar de sentir por ello cierto asco y cierta pena.

  Y lo dice quien desde su advenimiento estuvo entre los críticos a él y a su camarilla a la que califiqué de cuadrilla de insensatos incluso antes de obtener, en medio del mortal estruendo del 11-M, la presidencia del Gobierno. Rubalcaba no estuvo de entrada, como en los tiempos de la OTAN, con aquella trouppe. Pero como entonces, "de Entrada No" pero de salida menos. Apostó por Bono, que partía, y que me excuse la pertinente terminología hípica, como caballo ganador y con muchos cuerpos de ventaja pero que acabó perdiendo por corta cabeza.

  Y ZP inició una carrera que no pintaba nada bien pero donde todo cambió tras aquellos días de marzo y aquella jornada de la ira que no de la reflexión en la que sí tuvo tanto que ver Rubalcaba. Se ganó un lugar en la mesa de los vencedores. Su ascensión fue tan sutil al principio como pertinaz y contundente en su final. Acabó mandando en todo y, deslizado primero e impuesto luego el axioma de que era imprescindible y lo suyo un sacrificio, logró que hasta se borrara a su competencia.

  Por no dejarle hacer a Zapatero ya no le dejó hacer ni las primarias. Hoy el presidente es peor que el jarrón chino, es más que un estorbo, es algo que se quiere borrar, como algo que no existe y ni siquiera ha existido. El PSOE, y en esto es fiel a una vieja táctica, busca tapar un pasado con otro anterior que espera más olvidado y que pueda mixtificar y manipular mejor. Como cuando reclama tiempos y abuelos de Republica porque en la lucha antifranquista ni estuvo ni se le esperó, ahora vuelve a los ochenta y al siglo XX porque el XXI no lo quiere ni mirar. Que es en esencia la corriente subterránea de la que emana toda su campaña.

  No puede hablar de ayer ni siquiera de hoy, no puede poner en valor sus casi ocho años de mando y de gobierno, no puede lucir ante los ciudadanos, sino bien al contrario intenta desesperadamente esconder, lo que ha hecho y en la ruina en que nos ha dejado y vuelve a días en los que podemos tener menos memoria. Le queda únicamente una consigna fuerza a la que agarra como único asidero: ¡Cuidado que los perversos otros que lo van a hacer peor!. Retoma la amenaza de las jaurías doberman, a González y a Guerra e intenta recuperar aromas de rosas y victorias, intentando que no recordemos sus espinas, sus ponzoñas y sus corrupciones. Pero para ello es necesario, como icono superlativo y cuerpo presente del desastre, enterrar lo más hondo posible a lo actual, a lo presente, a la realidad, a Zapatero.

  Al mismo Rubalcaba de anteayer. Al leproso Zapatero lo mantienen oculto en el lazareto de Moncloa. Cuanto menos asome su rostro de cinco millones de parados menos se pensará en la verdadera enfermedad que nos corroe. Pero como su ausencia podría ser una clamorosa presencia lo enseñaran un poco. En algún momento ya estudiado lo sacará de la leprosería y exhibirán en público abrazos demostrativos de compasión y fraternal cariño. Será las más mentirosa de las mentiras de la campaña. Pero ni ella ni las procesiones con Felipe parece que vayan a servir de mucho. El día 20 por la noche Rubalcaba, y lo escribo antes del famoso debate que habrá sido ayer, tiene cita con los cuchillos. .