Calor politizado
De un tiempo a esta parte, el calor estival meteorológico se ha tornado ideológico.
España se divide entre los que consideran que soportamos temperaturas infernales como consecuencia del cambio climático que amenaza el planeta, y quienes lo niegan y sostienen que se trata de un fenómeno estacional.
El Ministerio de Sanidad ha tomado partido con una guía dirigida a periodistas, sanitarios y divulgadores. Pide comunicar dramatizándolo más que enseñar a prevenirlo y soportarlo.
El departamento de Mónica García lo presenta como una amenaza extrema. Su mensaje es claro: el calor mata. La forma de transmitir el mensaje es poco neutral. Selecciona los datos más alarmantes, ignora la serie histórica de muertes y propone estrategias basadas en el impacto emocional.
Así, recomienda evitar imágenes agradables en playas, terrazas o paseos al sol y propone usar otras negativas “para que se asocie el calor a riesgo para la salud”. Y argumenta con un dato partidista del CIS: el 60 % de los españoles de derechas (mayormente fachas) creen que el cambio climático es una amenaza, frente al 95 % de la izquierda (progresistas).
Al margen de las rigideces mentales de la señora García, seguramente no es tan grave. No se trata de un cambio climático sino de una crisis climática, pese a que algunos hablen de nuevo clima.
Sudar la gota gorda siempre ha sido típico de estas fechas. Y no digamos antes en los pueblos segando a mano y trillando. Cierto que en el último decenio el número de las llamadas “olas de calor” se han quintuplicado y que nos movemos para veranear hacia el norte. También nos quejamos mucho más. Incluso en espacios con el dudosamente ecológico aire acondicionado.
Barcelona lleva desde 2019 ensayando con “refugios climáticos”. Probará en 2027 su comportamiento en una situación si se llega a los 50º. Casi nada. Veremos.