El disputado voto de las mujeres


Y si Cifuentes y Castilla-La Mancha me dieron el sabor dulce, la amargura estuvo en Guadalajara y otras localidades afectadas por el terremoto nacional, si bien me detendré solo en la capital.

Aunque el título de esta Vindicación está enunciado como una afirmación, me temo que más adecuado sería entonarlo con una interrogación a tenor del aparente desinterés de los partidos políticos por el tema. Digo aparente porque no es que no salga el asunto mujeril en los discursos, solo que estos no siempre se corresponden con las verdaderas reivindicaciones de las organizaciones de mujeres. 

Tras la celebración de los últimos comicios municipales y autonómicos −y ante la sorpresiva convocatoria de los generales−, sería más que interesante estudiar en detalle cuál ha sido el comportamiento electoral femenino, pues se hacen numerosos análisis sobre de los motivos del desencanto del votante de izquierdas, pero poco se ha escuchado acerca de la presumible desmotivación de las mujeres.

Según se comenta en algunos ambientes políticos, han sido muchas las mujeres que han dejado de votar a partidos cuya base electoral más sólida estaba constituida precisamente por las féminas. En el caso concreto del PSOE, esta organización era capaz de concitar una centralidad que aunaba a mujeres de izquierdas y otras más conservadoras, ya que estas últimas, que también son víctimas de la violencia machista, que han tenido que abortar, que se han visto perjudicadas por la precariedad laboral, que se enfrentan a la falta de corresponsabilidad, etc., veían en ese partido la defensa de sus intereses como ciudadanas.

En otros artículos de esta misma columna hemos comentado que los desatinos del Gobierno en relación a su supuesta política feminista podrían pasarle factura; y es que ni todas las medidas hipotéticamente dirigidas a las mujeres son feministas, ni feminista es todo lo que tiene que ver con esa palabra “multiusos” que es género. Como siempre recalca una de las grandes referencias del feminismo español, la filósofa Amelia Valcárcel, «nadie puede gobernar con las mujeres en contra».

Revista Estampa (1933).

La adopción de determinadas decisiones por imposición, ignorando al que con cierta dosis de desprecio se calificó de «feminismo clásico», ha creado confusión, desafección y en los casos más graves, alarma social. Con el corazón en la mano, o tenemos humildad para admitir los errores cometidos y consentidos o vamos a ir de mal en peor (no ya los partidos políticos, sino las mujeres, que es más preocupante). 

En mi modesta opinión, creo que urge regresar a los lugares compartidos del feminismo donde no hay dudas sobre quién es su sujeto político y que se centran en mejorar las condiciones materiales de la vida de las mujeres, así como en que estas accedan a los espacios de poder para transformar la sociedad. Y es que el feminismo tiene una agenda histórica que ha redefinido el mundo desde hace casi trescientos años, una agenda que, además, es abolicionista de la prostitución, los vientres de alquiler y del género (de ahí que no se acepte la multiplicidad del mismo o su conversión en identidades estereotipadas).

Habrá que reflexionar por qué pese a la buena marcha de la economía y al desarrollo de un impresionante programa social que beneficia en gran medida a las mujeres, las izquierdas pueden perder las próximas elecciones generales y, con ello, dar paso a partidos regresivos respecto a la situación de las mujeres, cuando no abiertamente antifeministas como es VOX. No se puede negar que hemos vivido una campaña en la que las derechas han utilizado la difamación al más puro estilo trumpista, pero eso no explica todo lo sucedido.

El voto de las mujeres, es decir, el voto de la mitad de la población, no es anecdótico; muy al contrario, puede resultar decisivo. Estoy pensando en la Segunda República y en cómo mientras algunos partidos republicanos se opusieron al sufragio femenino no por principios o desacuerdo moral, sino por temor a que se desestabilizara el nuevo régimen político, las derechas, a pesar de que no habían integrado el voto de las mujeres en sus programas electorales, acabaron apoyándolo sin convicción, pero creyendo que convenía a sus intereses.

La verdad es que la noche electoral del 28 de mayo fue agridulce para muchas personas entre las cuales me encuentro. Ya saben que de la mismo modo que no oculto mis inclinaciones políticas, tampoco lo hago respecto a mis orígenes. En mi querido pueblo, Cifuentes, he tenido el honor de ir casi cerrando la candidatura socialista que, liderada por mi amigo Marco Campos Sanchís, ha obtenido un resultado histórico con el favor del 60 % del municipio, compuesto por nada menos que por once núcleos de población. Qué orgullo de compañeras y compañeros.

Y si Cifuentes y Castilla-La Mancha me dieron el sabor dulce, la amargura estuvo en Guadalajara y otras localidades afectadas por el terremoto político nacional, si bien me detendré solo en la capital. Aunque aquí las y los socialista ganaron las elecciones y mejoraron los resultados respecto a 2019, el descalabro por la izquierda del PSOE y el ascenso de VOX (no del PP, que se mantiene igual que hace cuatro años) hacen prácticamente inviable la formación de un gobierno municipal progresista. Podría hablar maravillas del ahora alcalde en funciones, Alberto Rojo Blas, y de todo el equipo de gobierno, pero permítanme que me refiera de una manera especial a Sara Simón Alcorlo, una mujer batalladora, inteligente, responsable y talentosa a la a veces hemos exigido la perfección. La sororidad implica estar con las compañeras siempre, y en los momentos malos con más motivo.