Emigrantes: Integración y solidaridad

17/12/2023 - 13:26 Braulio Carlés/Sacerdote

Ante la existencia junto a nosotros de inmigrantes y refugiados, nuestra respuesta más adecuada e inteligente ha de pasar por la solidaridad.

Ante la situación en que viven inmigrantes y refugiados a nuestro lado debemos preguntarnos qué podemos hacer, pero también qué debemos dejar de hacer.  

Inmigrantes y refugiados con y junto  a nosotros

Los flujos migratorios de nuestros días son expresión de un fenómeno complejo y articulado, cuya comprensión exige el análisis atento de todos los aspectos que caracterizan las diversas etapas de la experiencia migratoria, desde la partida hasta la llegada y nueva situación, incluyendo un eventual regreso. 

Son muchas las personas que llegan a nuestro país desde lugares en conflicto o de lugares desde donde buscan una vida mejor. Las persecuciones, las guerras, los fenómenos atmosféricos y la miseria hacen  que quienes emigran busquen escapar debido a la pobreza, al miedo, a la desesperación...

 

La emigración no nos es ajena

Es bueno considerar que España, en los años cincuenta, fue un país de emigración. Muchos españoles, después de la guerra civil, emigraron a otros países como refugiados o en busca de una vida mejor.

Los años fueron pasando y llego la transición y la democracia. España pasó de ser un país de emigración a un país de inmigración.    Dejamos de salir fuera buscando una vida más digna a recibir a personas que perseguían un lugar para sobrevivir. 

Desde el conflicto de Kosovo (aunque anteriormente fue el conflicto de Bosnia) hasta la llegada de cayucos procedentes de África han llegado un buen número de  inmigrantes y refugiados a nuestro país que han ayudado al desarrollo y mejora de nuestra sociedad. Ante esta realidad, respondemos con dos palabras: gracias y oportunidad.

Gracias a los inmigrantes y refugiados que han llegado a nuestro país pues han sido personas en las que no hemos tenido que invertir nada en su formación para su capacitación en sus trabajos. Es lo que se ha llamado «fuga de cerebros». Oportunidad que nos ofrece el movimiento migratorio a todos nosotros pues no es una amenaza, ni siquiera simplemente, un fenómeno sino una riqueza y un don. 

 

Una integración que dignifica

Hay diferentes formas de interpretar la migración. Señalaremos tres. Los que piensan que la mejor expresión de la migración es la «ghettización», es decir, hacer un ghetto de tal manera que los inmigrantes iban a trabajar y volvían a su casa sin necesidad de relacionarse con nadie, ni siquiera de aprender el idioma del país de acogida. Otros asocian la migración al término «asimilacionismo». 

Son aquellos que creen que el inmigrante, al llegar al país de destino, tiene que asumir en su totalidad la cultura del que le ha acogido dejando atrás sus orígenes, su forma de ser, de vivir y de comportarse. Hay otro término propio de los países mediterráneos, como pueden ser España o Italia, y que es el modelo que asociamos al término «integración». Este modelo migratorio pasa por aceptar la cultura del  país que acoge y poder seguir cultivando las claves culturales del país de origen. 

No se puede poner puertas al campo y tampoco acoger de una manera desorganizada. Hay que aplicar el modelo de una digna integración. Por uno lado, no hay que defender una llegada indiscriminada de todos los que quieran entrar en nuestro país pues en ese caso terminaríamos siendo dos países pobres. Por otro lado, tampoco hay que bloquearse a que vengan quienes tienen una necesidad imperiosa de salir de sus lugares de origen por motivos de guerras, conflictos, hambre y otras situaciones que les lanzan, a pesar de las muchas dificultades y peligros, a buscar una vida más digna y humana. No hay que ignorar que dentro de los derechos humanos hay que incluir la libertad para emigrar o para quedarse y no emigrar.

 

Una solidaridad que engrandece 

Ante la existencia junto a nosotros de inmigrantes y refugiados, nuestra respuesta más adecuada e inteligente ha de pasar por la solidaridad. Sin embargo, una cierta cantidad de personas no están dispuestas a admitir como valor humano el ser solidarios, llegando incluso algunas a caer en el delito de xenofobia. Los hay también que dicen, unos con honradez y otros con demagogia, que los que emigran tendrían que hacerlo exclusivamente si disponen previamente de un contrato de trabajo. Otros piensan que solamente pueden ser acogidos unos pocos. 

Cuando la mente y sobre todo el corazón están cerrados es imposible descubrir que la pobreza y la guerra son situaciones terribles y trágicas para quienes las sufren y que,  precisamente por ello, les hacen alejarse de sus pueblos cargados de tristeza dejándolo todo sin saber cual será su futuro. 

Es evidente que el fenómeno migratorio debe ser afrontado en profundidad por los poderes públicos promoviendo la ayuda y la colaboración en los países de origen y ordenando con respeto a los derechos humanos el tránsito y el destino de quienes emigran, buscando lugares seguros.

 

Sembrando respeto y solidaridad

Algunas ONGs cercanas a la Iglesia católica trabajan para acoger a inmigrantes y refugiados y actúan con ellos facilitando el aprendizaje del idioma, la formación personal y laboral, la situación legal y jurídica para que dispongan de la documentación necesaria que les permita vivir en nuestro país de una manera regular.

Hay algunos sectores de la sociedad donde es más fácil encontrar trabajo como el transporte de pasajeros o de mercancías, el servicio de camareros o la atención a personas mayores o dependientes. Los inmigrantes no son mano de obra, tienen también redes sociales. El Papa Francisco habla de amistad social. En todo esto, es  clave disponer de una vivienda. Problema fuerte cuando se comprueba el precio prohibido que tienen las casas en propiedad o en alquiler. 

Es inexcusable saber y hacer saber a nuestros hijos, nietos, vecinos y conocidos que formamos parte de un proyecto de sociedad sana, libre y hermanada, que la humanidad no está enferma y que los que llegan como emigrantes o refugiados son nuestros hermanos, con una situación personal y familiar difícil. Al margen de ideologías o credos, tenemos que acoger y también  colaborar con aquellas entidades sociales que trabajan en el cuidado y la promoción de las personas emigrantes. Hemos de trabajar comprometidos por la integración que engrandece a la persona procurando día a día la construcción de una sociedad verdaderamente humana.

Estamos llamados a tener el máximo respeto por la dignidad de cada migrante; y esto significa acompañar construyendo puentes y no muros, ampliando los canales para una migración segura y regular. Lo verdaderamente importante es que haya siempre una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera. Muchos migrantes y refugiados son personas vulnerables  a quienes hemos de respetar y cuidar.