Recordando a José Antonio Ochaita

11/12/2020 - 19:47 José Serrano Belinchón

 Al cabo de los años sigo agradeciendo sus palabras con motivo de la presentación de una obra de teatro a la que él asistió, sería el año 1968.

Creo que es razón de justicia recordar con agradecimiento a tantos como se fueron de nuestro lado sin billete de vuelta. Hace uno días, en un programa de intérpretes en la televisión regional, alguien cantó, muy bien por cierto, una de las canciones del pasado siglo, llamada a desaparecer como tantas cosas, al cabo de una o de dos generaciones. El arte no es eterno, y las canciones tuvieron un principio y suelen tener un final como puro producto de consumo, lo que no deja ser triste. La canción a la que me refiero lleva el título de “Cinco farolas”, con música de los maestros Valerio y Solano, y letra de José Antonio Ochaíta, poeta de esta tierra, nacido en Jadraque en 1905 y fallecido en Pastrana en 1973 mientras recitaba su poema Tengo la Alcarria entre mis manos, sin que los médicos que lo asistieron pudiesen salvar su vida. Ochaita había sido autor de varias obras de teatro, entre ellas Doña Polisón, Cancela y La mala boda; de libros de versos, como Turris fortíssima o El Pomporé; descubridor de una docena de estrellas de la canción, entre las se cuentan Marifé de Triana, el Príncipe Gitano y Rocío Jurado. Fue amigo de las mejores plumas de la literatura de su siglo, entre ellas de Gabriela Mistral, de Jacinto Benavente y de Azorín.

            A José Antonio Ochaíta lo admiré, lo conocí, pero apenas lo traté. Sí, en cambio, al cabo de los años sigo agradeciendo sus palabras con motivo de la presentación de una obra de teatro a la que él asistió, sería el año 1968, en un improvisado salón de Pastrana, donde quiso la casualidad que un grupo de jóvenes, entre los que me encontraba como personaje y un poco como director de la misma, representásemos la obra de Joaquín Calvo Sotelo: “La Muralla”, que años antes había redondeado en Madrid el mayor de los éxitos por una compañía profesional de primero orden. Al final de la representación, el poeta vino a nosotros, admirado por lo que terminaba ver, nos felicitó con palabras hermosas, que no recuerdo si supimos agradecer en su justa medida. Recuerdos que la vida nos deja y que después afloran alguna vez con cualquier motivo, y allí lo fue con el saludo de quien conocí por primera vez, ocasión casual en la regia Pastrana, donde dos o tres años después le sorprendió y nos sorprendería su muerte.