Abriendo puertas


Es verdad que en tiempos de pandemia hay que extremar la precaución. Pero también es verdad que la vida hay que vivirla, y ya para dos años que hemos puesto a la juventud al ralentí, sin darnos cuenta de que los momentos no vividos no se van a recuperar.

Llega el tiempo de recuento, que no de descuento, y no puedo dejar de canturrear “porque en el año que llega, vamos a vivir la vida…” Esta canción se convierte en, más que una tonada pegadiza que se aferra a nuestra memoria, un leitmotiv del final de un año que comenzó con esperanza y acaba con ansiedad. 

Esta Navidad, que he pasado castigada en mi cuarto por obra y gracia de un contagio de la enfermedad de moda, he tenido más tiempo del habitual para llamar a familia y amigos, de personalizar los mensajes enviados, de contestar uno a uno a quienes me deseaban felicidad, en sus variantes más piadosas y más profanas. Y en todas las llamadas había un denominador común. ¿Qué va a pasar con nuestros hijos? La pregunta se repite sin descanso y sin respuesta, me temo.

Muchos me cuentan los problemas de depresión de tantos niños y jóvenes desde el confinamiento. Otro, problemas de rendimiento escolar que posiblemente encubren otras causas semejantes. Y una constante: les miramos amenazadores porque salen, porque se juntan, se besan y bailan. Y no sólo lo notamos en nuestro entorno cercano: Unicef nos dice en un estudio presentado recientemente que 1 de cada 7 niños del mundo han sido diagnosticados por un problema de salud mental, en muchas ocasiones causado o agravado por los confinamientos y restricciones. Otro estudio de la Universidad Miguel Hernández nos dice que el 85,7% de los padres han notado alteraciones emocionales y de conducta de sus hijos: “problemas de concentración, desinterés, irritabilidad, agitación, nerviosismo, sentimientos de soledad, inquietud y preocupación.” El estrés postraumático que todos arrastramos, en ellos está haciendo mella de forma evidente.

Es verdad que en tiempos de pandemia hay que extremar la precaución. Pero también es verdad que la vida hay que vivirla, y ya va para dos años que hemos puesto su juventud al ralentí, sin darnos cuenta o, lo que es peor, sin importarnos que los momentos no vividos no se van a recuperar. 

Muchos de nuestros jóvenes y niños han cumplido con lo que se les pedía, tantos como los adultos. Se han vacunado, llevan la mascarilla, tienen cuidado… ¿Que se pueden contagiar? Pues claro. Yo me he contagiado y pocas personas tienen más cuidado que yo. Y no me han pegado el virus en clase mis alumnos, o mis hijos. Me he contagiado teniendo el mayor de los cuidados porque no podemos controlar todo, todo el tiempo. Me he contagiado por mala suerte, con la buena fortuna de que me di cuenta pronto, me aislé sin diagnóstico y no lo he transmitido a los demás, ni en casa ni fuera. También cuestión de suerte, sin duda.

Lo que no podemos es dejar sobre ellos la responsabilidad de las transmisiones, cuando los gobiernos se inhiben porque tomar decisiones los hacen impopulares y ya estamos en tiempo de descuento para votar. Porque en España hemos empezado con la tercera dosis mucho más tarde que en otros países, probablemente porque no hemos comprado las vacunas a tiempo. Y la solución más fácil es volver a la víctima propiciatoria, al chivo expiatorio al que señalar y hacer culpable de la falta de liderazgo ajena. 

Aquí sufrimos gobiernos a golpe de decretazo, cercenando libertades y apuntando con el dedo acusador a los demás, sin asumir responsabilidades que ponen en peligro la paga de tanto político de profesión y poco profesional, que no hay que andar muy lejos para encontrarlos.

Así que acudiré diligente a por la tercera dosis, y la cuarta y todas las que quieran ponerme, por ellos, por nuestros jóvenes, que merecen vivir la vida que nosotros hemos vivido. Porque los demás disfrutamos intramuros de lo que ellos merecen conseguir. Y os pido que hagáis lo mismo, mayores y jóvenes, para ganar el futuro sobre todo para ellos, para nuestros hijos. Para acabar con el bicho como sea, porque tienen que relacionarse, bailar y besarse, disfrutar, vivir. 

Porque, como dice la canción, vamos a ir abriendo puertas y cerrando heridas, porque “yo te lo digo de corazón, el año nuevo será mucho mejor…”