Ambiguedad en democracia
El objeto de la democracia no es la libertad, sino el poder.
El objeto de la democracia no es la libertad sino el poder. Con frecuencia se piensa que, para estar o seguir en democracia, tiene que reinar la ambigüedad no tanto en los principios sino en las estrategias. Algunos cambios parecen incompatibles con los principios pero también se pueden cambiar de principios. Entonces la incoherencia se traslada a las posiciones, a las formulaciones que obedecen a otros parámetros o exigencias. De ahí nacen las indefiniciones que sirven de apariencia y engaño para la población. En este deseo de clarificación en la interpretación actual de nuestra Constitución y nuestra democracia, no existen más que dos posiciones: unos partidos de orientación marxista, leninista, dictatorial, impositiva, totalitaria, radical y expropiadora, y otras formaciones de la conciencia pública deudores de un humanismo occidental, respetuoso con las libertades, los derechos humanos, la prosperidad y la propiedad privada, la trascendencia de los valores, defensores de la ley y la conciencia, o de la primacía del orden natural sobre el derecho positivo. Esta escala dual se puede aplicar a otras referencias: jóvenes y mayores, ricos o pobres, conservadores o renovadores. No es esa la dimensión a la que nos referimos aquí.
Hemos hablado de democracia de situación, es decir, dadas las condiciones culturales de las sociedades, los partidos o las opciones políticas se ajustan y se adaptan a esa realidad cultural del pueblo. La estimación dual de la política se mueve entre una ambición del poder y un deseo irrefrenable de la hegemonía. Es el totalitarismo de algunos lo que está en discusión. Se trata de una legitimación teórica de la democracia. Estamos experimentando todos los días diferentes formas de radicalismo totalitario absolutista y hegemónico que llevan a nuestra democracia a una situación de emergencia. Creíamos que totalitarismo y democracia eran incompatibles. Lo son solamente en la teoría pero no en la práctica. Para muchos, la política no tiene postulados sino sólo objetivos.
La palabra y el discurso de nuestros políticos hoy no valen nada. El lenguaje equívoco o ambiguo y la demagogia dominan por doquier. Las propuestas y soluciones salen de sus bocas ya devaluadas, viciadas y carentes de credibilidad que contribuyen al desprestigio de la democracia y a la desconfianza del pueblo. La única categoría que les interesa es poder y dominio total. Otros conceptos acompañantes son autoridad, influencia, fuerza, influjo, opresión, relaciones sociales. El pueblo, que no es indispensable como interlocutor en la democracia del poder, interesa sólo como excusa para la legitimidad de origen pero no para el desarrollo de procedimientos. La civilización y la democracia modernas habían pasado de la hegemonía al poder. Por el contrario, muchas formaciones políticas de hoy intentar volver del poder a la hegemonía totalitaria. Hay más totalitarismo disfrazado de democracia que antes.