Animalicos


Ni los animales, ni los animalicos podemos esperar al día 29, fecha mágica en la que el presidente del Gobierno nos liberará de nuestras ataduras materiales y energéticas, posiblemente por inanición. Y si eso pasa, la culpa siempre será de otro, de Putin o de Pachín, de los ucranianos que resisten o de Europa.

Es expresión común en mi familia la de llamar “animalicos” a los que no se caracterizan por su sutileza ni en el fondo ni en la forma. Así, “ánimálícoooo”, con tres de cinco sílabas acentuadas y alargando la o final, al modo maño de hablar de mi padre, a quien debemos tan ingente aporte de lenguaje aragonés, que suena a música en nuestros oídos. Animalico, que entraña, por otra parte, algo de condescendencia o incluso cariño, como el que dispensas al animal al que utilizas como medida del humano. 

Frente a los animalicos de toda la vida, entre los que me incluyo, están los animalistas, defensores a ultranza de los animales hasta su extinción, si es necesario para la causa. El animalista no suele ser sutil tampoco, pero en este caso no lo es tanto por la forma de presentar el argumento como por la reiteración de eslóganes de moqueta, sin acercarse ni por asomo a la realidad rural que se asoma a las calles de España pidiendo voz y amenazando con el voto. Estos animalistas de mocasín y deportiva pija han llegado a las alturas gubernativas aupándose a lomos de los animales y los animalicos, con una sensibilidad power flower selectiva y cursi hasta la náusea, que va de la rentabilidad del voto del ecologista bienintencionado y con sensibilidad derivada de la prosopopeya de la fábula de Esopo o Samaniego o de la antropomorfización de Mickey y Goofy.

En los últimos años hemos dado el salto cualitativo del debate del bienestar animal, desde la protección penal de algunos animales, no todos y con irregular fortuna en su tipificación hasta la regulación de los “seres sintientes” y su tratamiento, incluso, en el reparto de los despojos del matrimonio fallido. Y eso está bien, porque si no aceptamos que el propietario de una obra de arte la destroce con el argumento de que con lo suyo hace lo que quiere, menos aún podemos conformarnos con los galgos ahorcados, los gatitos ahogados y los animales lisiados o reventados por la falta de humanidad de algunos humanos. Nadie que haga eso merece el tratamiento de “animalico”, sino de escoria.

El código penal, en su intento de castigar el “maltrato injustificable” de algunos animales, se hace a veces un lío sin querer, porque no hay “maltrato justificado”; a lo mejor, debería aceptarse, sin más, que nunca es maltrato la muerte o la explotación económica del animal que tiene ése como único destino, animal de granja o criadero, de campo o dehesa, por parte de aquellos, animalicos o animalistas, que muestran un absoluto desconocimiento urbanita de la realidad rural aunque se les llena la boca de Españas vacías y vaciadas, como sus cabezas. 

Esta piedad extrema de los animalistas con los animales nunca alcanza a tanto como para hacer algo efectivo en su defensa, como garantizar su alimentación en tiempos de crisis. Y menos aún a sus propietarios, estos sí, especie en extinción entre impuestos y abandonos. Entre tanta literatura de pijo progre, la desesperación de sus dueños y cuidadores nos inunda las noticias, mostrando ante nuestros ojos impotentes cómo esos animales de granja han sido descuidados y abandonados por los animalistas al mando, que los utilizan para llegar al poder en la orwelliana rebelión de la granja para exprimir y explotar al resto de los animalicos. Es lo que tiene cambiar principios por despacho y coche oficial, cuando no hay facturas de la luz que pagar, ni de estantes del súper, vacíos porque la despensa está siempre llena. 

Ni los animales ni los animalicos podemos esperar al día 29, fecha mágica en la que el presidente del gobierno nos liberará de nuestras ataduras materiales y energéticas, posiblemente por inanición. Y si eso pasa, no duden que la culpa siempre será de otro, de Putin o de Pachín, de los ucranianos que resisten la invasión o de Europa que no asume las ocurrencias de nuestro gobierno; de las Comunidades Autónomas que exigen el cumplimiento de lo prometido, o de los transportistas que no se resignan a la ruina. Todos, carne de chivo, aunque sea expiatorio.  Y que los pollos, los cerdos y las vacas mueran será sólo un daño colateral en el camino liberador de nosotros, animalicos.