Apoteosis del odio

30/10/2017 - 13:54 Jesús Fernández

 La política está hecha por los sentimientos. ¿Y quién pone el límite a dichos sentimientos o identidades?

Hemos llegado a un punto de crispación de la vida nacional que no sólo se odia sino que se ama el odiar. Acudiendo a una expresión con resonancias históricas pero dotándola de su sentido literal, podemos decir que la vida comunitaria es hoy un inmenso campo de concentración del odio. La respuesta del odio de la izquierda es el odio de la derecha y en esa dialéctica continuamos hasta que no se produzca el saneamiento de los sentimientos. Este balanceo es el causante de la inestabilidad vivida y sufrida. Así no se avanza en la concordia civil que necesitamos. El tráfico del odio circula en ambas direcciones.
    La pregunta principal de toda democracia es qué quieren los hombres, qué desea el pueblo. Muchos se dejan llevar por los llamados sistemas o estructuras, a saber, liberalismo, socialismo, marxismo, populismo para dirigir sus preferencias. Esas no son las referencias de nuestros pensamientos o voluntades. Hay que trascender esas clasificaciones artificiales e ir a la raíz de nuestras decisiones. La educación es la derivación de esas afectividades ¿Por qué, contemplando el panorama  nacional, tantos partidos tienen un problema con la Constitución?
    Cuidamos mucho las ideologías pero descuidamos mucho los sentimientos. Hay que cuidar el estado de ánimo, las afectividades  de las personas. La política está hecha por los sentimientos. ¿Y quién pone el límite a dichos sentimientos o identidades? ¿Qué hay que amar y qué hay que odiar como ciudadano? ¿Por qué cargamos o descargamos nuestra ira o rechazo contra una determinada realidad comunitaria? Se odia, en primer lugar, a la Constitución. Hay que procurar que quienes piden su reforma no lo hagan por animadversión a ella, por rencor acumulado contra  ella.  
    Se odia, en segundo lugar, a las instituciones nacidas de ella, tribunales, organismos de seguridad, defensa y justicia. Se desprecia la legítima legitimidad para imponer otra legitimidad ilegítima. La guerra del odio tiene mucho que ver con la guerra de legitimidades. Sólo la Ley constitucional imparte legitimidades. Se odia a otros partidos. Se odia a los que piensan diferente a uno mismo. Hay odios asimétricos. Se odia a los que tienen el poder. Pero, al fin y al cabo, el odio es un movimiento del alma o del espíritu que, como tal, no hiere, no lesiona ni mata y, además, es impotente. Se necesita la concurrencia del cuerpo.  Son muchos los que ponen su cuerpo, su fuerza, su garganta, sus brazos, sus gritos, su discurso y su juventud  al servicio del odio y del rencor en la sociedad. El es un principio de inspiración y una fuente de alimentación. Paremos el rencor como inspirador de nuestras vidas y relaciones comunitarias.