Arquitectura sin adjetivos: un viaje de arquitectos a Roma

14/10/2019 - 13:43 José Juste Ballesta

Mientras escribo estas líneas, se desarrolla en Madrid la ya tradicional “Semana de la Arquitectura”, que se viene celebrando cada año desde hace 16 años con un éxito de afluencia cada vez mayor. Esta celebración está organizada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, la Fundación Arquitectura del COAM y el Ayuntamiento de Madrid, y se compone de un gran número de actividades que van desde conferencias a exposiciones y otros eventos tales como visitas a edificios e itinerarios de interés arquitectónico y urbanístico. En unas declaraciones al periódico “El Mundo” del día 30 del pasado mes, la decana del Colegio de Arquitectos madrileño, Belén Hermida, decía a propósito de esas visitas que “están guiadas por arquitectos que coordinamos nosotros, y fundamentalmente son de arquitectura moderna”.

Arquitectura moderna. Me llamó la atención ese concepto así expresado por nuestra compañera, que se podría interpretar como que existen dos arquitecturas: la moderna -la nuestra, puesto que nosotros somos “modernos”- y la antigua, es decir, la de nuestros predecesores, que es cosa ya del pasado y por lo tanto obsoleta. Y casi de forma automática, me vino a la cabeza el viaje a Roma organizado por la Delegación del Colegio de Arquitectos de Guadalajara el mes de septiembre pasado. Como es natural, la gran mayoría de los participantes conocía ya la “Ciudad Eterna”. De manera que el objetivo del viaje no era tanto el de descubrir unos monumentos perfectamente conocidos de antemano, cuanto el de apreciar con nuevas miradas ese soberbio patrimonio cultural, compuesto por infinitas operaciones de destrucción-agregación que se han ido realizando a lo largo de su fecunda historia. El resultado de esos procesos dinámicos es la Roma que hoy podemos ver, fluida y cambiante en el tiempo, compuesta por construcciones y ámbitos producidos por los sucesivos momentos históricos hasta llegar a nuestros días, ligados entre sí por complejas relaciones formales y espaciales.

Durante esos pocos pero intensos días, los arquitectos alcarreños pudimos “experimentar” la arquitectura de la ciudad a nuestras anchas, ya fuera en grupo o por separado, e intercambiar nuestras opiniones y vivencias en chispeantes debates callejeros a la sombra de los edificios visitados (en esas fechas hay que resguardarse todavía del agobiante calor romano). Algunos pudieron percibir en el Panteón de Adriano la sobrecogedora perfección del espacio unitario contenido bajo su inmensa cúpula casetonada, bañado por la mágica luz que penetra en su interior a través de su óculo cenital. Y por el contrario, otros pudimos apreciar la enorme versatilidad aplicada por el arquitecto Apolodoro de Damasco a la hora de materializar para el emperador Trajano un complejo programa edificatorio compuesto por un mercado, un foro y un templo. Pudimos apreciar la contenida y melancólica serenidad que desprendía la villa de la Farnesina de Baldassarre Peruzzi, decorada también por Rafael, o la composición proporcionada hasta lo inverosímil del “Tempietto” de Bramante, en San Pedro en Montorio. Como no podía ser de otra manera, el titánico talento de Miguel Ángel quedó puesto de manifiesto al admirar su dominio de las grandes escalas en la cúpula de San Pedro, pero también su sensibilidad urbana a la hora de articular el conjunto del Capitolio. Y, como no podía ser de otra manera, la visita a las iglesias de San Andrés en el Quirinal y de San Carlos junto a las Cuatro fuentes, provocó apasionados debates entre los partidarios de Bernini y de Borromini. Una auténtica delicia.

Y yo me pregunto: qué son más “modernos”: ¿esos viejos y geniales edificios romanos o la tantas veces adocenada arquitectura actual? ¿No será que habría que hablar simplemente de buena y mala arquitectura?