Brihuega, la última parada de Rachida para recuperar a sus hijos
Desde Brihuega, en un piso de alquiler y con la compañía de su madre, Rachida Francisco intenta salir a flote después de tocar fondo. En el camino ha perdido la custodia de sus tres hijos, pero cree que puede recuperarlos si demuestra que está en condiciones de mantenerlos. Pide ayuda.
A sus 38 años ha vivido deprisa, demasiado. Sufre esquizofrenia, una enfermedad que, asegura, está controlada. Y tiene tres hijos: dos niñas y un niño. Pero ninguno está a su lado. Su situación económica no es la mejor, y la administración le retiró primero la custodia de sus dos hijas mayores, y finalmente del pequeño.
Ahora se esfuerza, pese a que reconoce tener depresión, por armar los pedazos de su vida desde Brihuega. Pueblo al que le han llevado los avatares del día a día. Allí trata de construir una normalidad a base de una casa en alquiler, la pensión de su madre y el empadronamiento en el municipio. Pasos que la encaminan, según asegura, hacia el renacer de sus cenizas.
Rachida Francisco Pérez, nacida en Barcelona pero criada en Andalucía, debe su nombre árabe a su padre. Cuenta, con nerviosismo y la voz entrecortada, que hace cinco años comenzó su calvario. “Entonces estaba embarazada y con dos niñas de dos y tres años”. Por varias circunstancias, como el hecho de que su enfermedad no la ayudase a enderezarse y encontrar trabajo, se vio en la calle. Y según asegura, “fui yo quien me acerqué a la administración para que cuidaran a mis hijas hasta que diera a luz”. Rachida, que por aquel entonces cobraba una pensión por enfermedad, tuvo a su bebé, “y cuando fui a buscar a mis hijas, me dijeron que habían encontrado motivos para no dármelas”. Afirma que también la “amenazaron” con retirarle la custodia del bebé. Procesos de desamparo, paraderos desconocidos... El Servicio de Protección al Menor de Andalucía siguió los cauces que consideró oportunos por la situación que vivía Rachida y pensando en el bien de los niños.
Recurrió entonces a la ayuda de un conocido, “quien me prestó el dinero para trasladarse a Melilla, ciudad donde residía el padre de mis hijos”. Cuenta Rachida que este hombre, que nunca dio los apellidos a los pequeños, tenía prohibida la entrada en la Península. La “lejanía” le impedía cumplir con el régimen de visitas a sus dos hijas mayores, que durante este tiempo pasaron a una situación de preadopción. Rachida no explica por qué, pero abandonó Melilla y se instaló en Málaga. Entonces solicitó a la administración que sus hijas fueran trasladadas desde Huelva hasta esta provincia, con el fin de facilitar las visitas.
Todo fue en vano, aunque las cosas siguieron empeorando, pues su hijo pequeño fue dado en acogida a otra familia.
La mujer emprendió entonces un litigio judicial para recuperarlo. Según nos ha confirmado la abogada que llevó este caso, Rachida ganó el juicio y también el recurso que interpuso la administración. “Ella tiene un trastorno, pero no es suficiente para retirarle la custodia. Esos fueron los fundamentos que alegamos y el juez nos dio la razón”, explica la letrada.
Sin embargo, no se sabe si por desconocimiento o por alguna otra razón, decidió viajar con el pequeño a Madrid. “Yo no tenía ningún papel en el que se me prohibiera salir de Andalucía”. Sea como fuere, el pasado 15 de junio le retiraron la custodia del pequeño.
Desde ese momento, su vida volvió a hundirse. Ésta vez rápidamente. “He estado durmiendo en la calle, he perdido 20 kilos y se me ha caído el pelo”. Asegura no ser la que era, pero dice tener las fuerzas suficientes para luchar por sus hijos.
Desde hace un mes y medio reside en Brihuega. “Llegué allí porque es el único sitio donde puedo pagar un alquiler”. Aunque ya no cobra la pensión por enfermedad, sobrevive con la de su madre, que apenas llega a los 360 euros. Ambas viven en una casa en este municipio, mientras pelea también para que le devuelvan la pensión no contributiva. “La asistenta social me está ayudando a recuperar esta prestación”.
También busca trabajo. Su currículum se resume en varios empleos de camarera y de limpiadora en un hotel. “Si alguien tiene alguna oferta para mí, por favor, que no duden en ponerse en contacto conmigo”, dice de forma desesperada. Cree que esta es la única opción para enderezar todo lo que se ha doblado durante estos últimos años.
Ahora, lo más inmediato en su vida es acudir a visitar a su hijo a un centro infantil de Madrid. “El transporte me cuesta 22 euros y otros 25 para quedarme en una pensión, por lo que me resulta imposible”.
Y termina pidiendo nuevamente ayuda. “La Constitución dice que todos tenemos derecho a una vivienda digna, a un trabajo... Yo quiero todo eso pero para recuperar a mis hijos”. Nos envía unas fotografías. “¿Ves que guapos son? ¿Me ves a mí? Pues ya no soy ni la sombra de lo que ves”. Ella pregunta y se contesta. Como si las respuestas no tuvieran importancia. Como si a lo largo de su vida no hubiera recibido aquellas que esperaba. Por parte de su familia, de la administración, de su pareja. De la vida.