Casado

12/04/2019 - 17:05 Jesús de Andrés

Conocí a Pablo Casado en mayo de 2017, en la presentación de Europeístas, asociación destinada a promover los valores europeos.

Vino Abascal a Guadalajara, a los toros, claro, y salió por la puerta grande, a gritos de “presidente, presidente”. Y no fue sacado a hombros porque no llevaba atuendo torero. Dos días después el CIS anunció el resultado de su macrobarómetro previo a las elecciones generales: dos escaños para el PSOE y, agárrense, uno para Vox. Han leído bien, PSOE 2 – Vox 1. El PP, que habitualmente ha sido la primera fuerza provincial, pasaría al tercer lugar, siendo doblado por el PSOE. Hay que pensar que en la cocina de Tezanos se ha abusado de especias, que se les ha ido la mano con la receta experimental. Un guiso que no compra nadie. Si en las elecciones andaluzas el CIS daba un escaño al partido ultraderechista y acabaron siendo 12 los obtenidos, en esta ocasión se ha curado en salud atribuyendo diputados aquí y allá –casi uno por provincia castellanomanchega, toma ya–, reforzando de paso la posición de Pedro Sánchez. Pese a ello, no deja de ser esta improbable posibilidad un indicio de que algo está pasando.

Conocí a Pablo Casado en mayo de 2017, en la presentación de Europeístas, asociación destinada a promover los valores europeos. Allí estuvimos, junto a Maite Pagaza, José María Carrascal y otros representantes de la sociedad civil, reflexionando sobre el Brexit, los retos y los símbolos de Europa. Yo participé como profesor universitario, él como diputado en calidad de vicepresidente de la comisión mixta para la Unión Europea. Su intervención, como la del resto de ponentes se centró en el proyecto de construcción de una Europa fuerte, solidaria, humanista, ecologista e igualitaria frente a proyectos extremistas que suponen una amenaza para la UE. Un discurso fresco y renovador.

Apenas un año después, sin embargo, llegó la moción de censura y su ascenso a la secretaría general del PP tras unas primarias en las que quedó segundo en primera vuelta. Radicalizó su discurso, apelando a las esencias más conservadoras del partido, dejando de lado el liberalismo político y cualquier veleidad progresista. Las dudas sobre su carrera exprés y sobre su privilegiado máster, jamás resueltas, reforzaron su imagen de político ambicioso y sin escrúpulos. La irrupción de Vox le ha desquiciado hasta el punto de que, temeroso de perder por la derecha –¡él!–, ha olvidado que el PP ganó cuando se centró, no yéndose al extremo. En su campaña, de una agresividad desesperada, muestra cada día sus temores, mimetizándose con Abascal, queriendo ser como él y decir las cosas que él dice. El PP, sin embargo, ha sido un partido de gobierno que no puede transitar al populismo de derechas sin coste. Posiblemente no será consciente hasta que el resultado se lo haga ver, hasta que se estrelle. La encuesta del CIS parece una broma, pero podría no serlo. Su absurda estrategia lleva al PP al precipicio.