Chantaje nacionalista
01/10/2010 - 09:45
El comentario
Cayetano González / Periodista
Las desaforadas reacciones que se están produciendo desde el nacional-socialismo-convergente catalán ante una posible sentencia del Tribunal Constitucional que recorte el actual Estatuto de Cataluña pone en evidencia varias cuestiones de hondo calado. La primera, que el nacionalismo, independientemente de su incardinación geográfica, siempre plantea sus relaciones con el Estado y con sus Instituciones en términos de pulso y chantaje. Si se atienden sus reivindicaciones, permanecen tranquilos; si no es así, se echan al monte.
En segundo lugar, el nacionalismo no respeta las elementales reglas del juego democrático. En este caso, ni tolera ni respeta que el Tribunal Constitucional pueda pronunciarse, como es su obligación, sobre la constitucionalidad de un texto como es el Estatuto de Cataluña.
Pero además, en este embrollo catalán hay dos factores que lo complican más. Uno, que el que gobierna en Cataluña es un partido, el PSC, que tiene muy poco de socialista y mucho de nacionalista en todo lo que se refiere al sentimiento de pertenencia de Cataluña al proyecto constitucional de España. En segundo lugar, el que más empeño puso en sacar adelante el actual Estatuto de la discordia fue Zapatero: desde su famosa frase en el Palau San Jordi Pascual (Maragall), apoyaremos en Madrid lo que apruebe el Parlamento de Cataluña, hasta la tarde de domingo de café y cigarros en La Moncloa con el líder convergente, Artur Más, para acordar un Estatuto que dice en su preámbulo que Cataluña es una Nación. Pero como para el Presidente del Gobierno de España el concepto de Nación es discutido y discutible esta cuestión no debe tener mayor relevancia.
Jordi Pujol acaba de decir que Cataluña tenía mucho más prestigio en el tardofranquismo que actualmente. Y no le falta razón al ex presidente de la Generalitat. Lo que no se atreve Pujol es a señalar la causa de este actual desprestigio. En mi opinión, ésta no es otra que los continuos esfuerzos de la clase política catalana por demostrar un alejamiento y una desafección del resto de España y de los españoles, algo que lógicamente acaba cansando a éstos. La culpa es de la casta política catalana y no de una sociedad cuyos problemas y preocupaciones no siempre se corresponden con las reivindicaciones radicales de corte nacionalista.Hay que confiar que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña se haga pública cuanto antes. Tres años empleados en su elaboración es un tiempo a todas luces excesivo y no sería entendible ni aconsejable un mayor retraso. A pesar de las amenazas vertidas desde sectores políticos de Cataluña, al final, aunque la sentencia sea desfavorable a los intereses de esa clase política, no pasará nada. Algunos están demasiado instalados en el poder como para poner en peligro ese estatus, manteniendo hasta sus últimas consecuencias el pulso que aparentan echar a todo y a todos.
Pero además, en este embrollo catalán hay dos factores que lo complican más. Uno, que el que gobierna en Cataluña es un partido, el PSC, que tiene muy poco de socialista y mucho de nacionalista en todo lo que se refiere al sentimiento de pertenencia de Cataluña al proyecto constitucional de España. En segundo lugar, el que más empeño puso en sacar adelante el actual Estatuto de la discordia fue Zapatero: desde su famosa frase en el Palau San Jordi Pascual (Maragall), apoyaremos en Madrid lo que apruebe el Parlamento de Cataluña, hasta la tarde de domingo de café y cigarros en La Moncloa con el líder convergente, Artur Más, para acordar un Estatuto que dice en su preámbulo que Cataluña es una Nación. Pero como para el Presidente del Gobierno de España el concepto de Nación es discutido y discutible esta cuestión no debe tener mayor relevancia.
Jordi Pujol acaba de decir que Cataluña tenía mucho más prestigio en el tardofranquismo que actualmente. Y no le falta razón al ex presidente de la Generalitat. Lo que no se atreve Pujol es a señalar la causa de este actual desprestigio. En mi opinión, ésta no es otra que los continuos esfuerzos de la clase política catalana por demostrar un alejamiento y una desafección del resto de España y de los españoles, algo que lógicamente acaba cansando a éstos. La culpa es de la casta política catalana y no de una sociedad cuyos problemas y preocupaciones no siempre se corresponden con las reivindicaciones radicales de corte nacionalista.Hay que confiar que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña se haga pública cuanto antes. Tres años empleados en su elaboración es un tiempo a todas luces excesivo y no sería entendible ni aconsejable un mayor retraso. A pesar de las amenazas vertidas desde sectores políticos de Cataluña, al final, aunque la sentencia sea desfavorable a los intereses de esa clase política, no pasará nada. Algunos están demasiado instalados en el poder como para poner en peligro ese estatus, manteniendo hasta sus últimas consecuencias el pulso que aparentan echar a todo y a todos.