Comprando tiempo
01/10/2010 - 09:45
En perspectiva
ENRIQUE VÁZQUEZ, PERIODISTA
El borrador inicial no concretaba la posibilidad de aplazar sine die la conferencia sobre la relación estratégica política y comercial con Rusia.
Prácticamente ya se conoce lo sucedido en Bruselas el lunes en la cumbre que la UE celebró para examinar la crisis en Georgia y cómo tratar con Rusia: el comunicado final fue ligeramente endurecido a petición de Gran Bretaña y Polonia para atenuar la impresión de otra victoria diplomática de Moscú. Gordon Brown, que se las ingenió en Lisboa en primavera para llegar tarde a la firma del Tratado constitucional de la UE y certificar así su nulo europeísmo, sí estuvo ahora presente y activo y había instruido en los días precedentes a su ministro de Exteriores, David Miliband, para que asumiera el tono más duro posible.
Así, Londres representó a Washington, como de costumbre, y el viejo eje franco-alemán, con la ayuda de Italia y España y socios menores, tuvo que emplearse a fondo para hacer aceptable el doble criterio de Sarkozy: condenar claramente el empleo desproporcionado de la fuerza por Rusia y mantener el diálogo político con nuestro vecino. El borrador inicial, obra de Sarkozy en tanto que presidente semestral de la Unión, no concretaba la posibilidad de aplazar sine die la conferencia de noviembre sobre la relación estratégica política y comercial con Rusia, sino, meramente, advertir sobre la eventual congelación de las iniciativas en marcha dependiendo de la conducta rusa.
Se consideró que se podía atender el tono más severo británico-polaco anunciando al tiempo lo que es la sorpresa de la reunión: la visita a Moscú y Tiflis el lunes próximo del propio Sarkozy con el presidente de la Comisión, Durao Barroso y el jefe de política exterior, Javier Solana. Es trío, sin problema y con apoyo mayoritario, había hecho saber que no se considerarían sanciones.
Así pues, se ha procedido a una compra de tiempo, mecanismo habitual en diplomacia. Tal vez el que necesita Moscú para cumplir con la fundada petición que le hace todo el mundo: que salgan del suelo georgiano no disputado sus últimos soldados lo que podría estar hecho para el fin de semana sobre todo si lo da como factible el ministro ruso de Defensa, Anatoli Serdiukov, quien anunció ayer una comparecencia en el parlamento. El puzzle, pues, parece cerca de quedar resuelto y la crisis encarrilada. Mientras el vicepresidente Cheney, adalid de la línea dura americana, llega a Tiflis, la política de control de daños parece ganar terreno.
Así, Londres representó a Washington, como de costumbre, y el viejo eje franco-alemán, con la ayuda de Italia y España y socios menores, tuvo que emplearse a fondo para hacer aceptable el doble criterio de Sarkozy: condenar claramente el empleo desproporcionado de la fuerza por Rusia y mantener el diálogo político con nuestro vecino. El borrador inicial, obra de Sarkozy en tanto que presidente semestral de la Unión, no concretaba la posibilidad de aplazar sine die la conferencia de noviembre sobre la relación estratégica política y comercial con Rusia, sino, meramente, advertir sobre la eventual congelación de las iniciativas en marcha dependiendo de la conducta rusa.
Se consideró que se podía atender el tono más severo británico-polaco anunciando al tiempo lo que es la sorpresa de la reunión: la visita a Moscú y Tiflis el lunes próximo del propio Sarkozy con el presidente de la Comisión, Durao Barroso y el jefe de política exterior, Javier Solana. Es trío, sin problema y con apoyo mayoritario, había hecho saber que no se considerarían sanciones.
Así pues, se ha procedido a una compra de tiempo, mecanismo habitual en diplomacia. Tal vez el que necesita Moscú para cumplir con la fundada petición que le hace todo el mundo: que salgan del suelo georgiano no disputado sus últimos soldados lo que podría estar hecho para el fin de semana sobre todo si lo da como factible el ministro ruso de Defensa, Anatoli Serdiukov, quien anunció ayer una comparecencia en el parlamento. El puzzle, pues, parece cerca de quedar resuelto y la crisis encarrilada. Mientras el vicepresidente Cheney, adalid de la línea dura americana, llega a Tiflis, la política de control de daños parece ganar terreno.