Con la Sierra Norte en la memoria

24/10/2020 - 13:48 José Serrano Belinchón

 Son todos aquellos pueblecitos de montaña como una lección permanente en los que se adivina el vivir cotidiano de otros tiempo.

La agreste geografía de aquel macizo ha sufrido mucho durante las últimas décadas como consecuencia de la forestación, reglada y sistemática, del trozo de pistas y caminos a veces arbitraria  -no siempre de acuerdo con lo que en buena lógica hubiera requerido por aquellos pagos el medio rural-, del mordisco voraz de los incendios… No obstante, todavía es mayor el desencanto  a vista del viajero al comprobar cómo,  la mayor parte de las costumbres y tradiciones heredadas se han ido perdiendo, quedando apenas de todo aquello una muestra testimonial protagonizada por personajes de ahora, pero que no llegaron a probar el sabor de la tierra de sus caminos, ni sintieron en su piel los escalofríos de una noche de lobos.

Cada vez que la casualidad le lleva a uno por aquellos vericuetos, que dan forma y contenido a las sierras más norteñas de la provincia, la imaginación se le escapa en un feliz retorno por los caminos del pasado, a la Tablanca santanderina de don José María de Pereda, y así  va colocando en su lugar, sin esfuerzo apenas, a todos los personajes de la novela del ilustre autor montañés por aquellos senderos de maleza, en donde todavía anida el alcotán, corren cristalinas las aguas del arroyo acabado de nacer, liba la abeja serrana en la blanca florecilla del jaral  y en la ramita lila del biércol.

Por aquellos mínimos lugarejos de color ceniza que acampan entre la breña y el quejigo, más o menos cerca de los señeros picos del Lobo, de la Buitrera, del Ocejón y del santo Alto Rey, es conveniente perderse alguna vez. Quien esto dice os invita a poner en práctica ese viaje. Son todos aquellos pueblecitos de montaña como una lección permanente en los que se adivina el vivir cotidiano de otros tiempos, el ponerse cada día por parte de una raza singular de castellanos viejos sobre los que, ni siquiera los más sonoros avatares de la Historia de Castilla pasaron por ellos. Gentes anónimas por caprichos del azar, hasta el momento, incluso, del último adiós a la tierra madre. Medio millar de almas para toda una comarca puede que sea tirar de largo en la apreciación, y son más de quince aldeas en su conjunto las que allí viven. Gentes, en determinados casos, de carácter áspero y hosco como su campo, sufrido y fiel, como el alma de sus antepasados, dulce a veces como la miel silvestre de la jara, y desconfiados  quizás,  porque la vida y sus circunstancias les obligaron a serlo.