Con la ventana abierta

16/10/2021 - 14:26 José Serrano Belinchón

El gobierno de masas, mayores o menos grandes, a pesar de las infinitas corrientes de pensamiento, o debido a ellas, es una tarea complicada y difícil de conseguir, e imponer una corriente única de pensamiento, algo imposible de lograr.

Es el título genérico en mi sección de Nueva Alcarria durante los últimos años, y que hoy, dado su contenido, me parece oportuno aprovechar como indicativo particular de este trabajo. Tras los muchos años que en España convivimos bajo el sistema político al que reconocemos por “dictadura” -que surgió como resultado final de la Guerra Civil, de tan infeliz recuerdo, sobre todo para tantos millones de españoles que, de un lado o de otro tuvieron que aceptar-, llegaron casi cuarenta años de paz, de una paz relativa, que al final concluyó con el sistema al uso al que llamamos “democracia”, término que el Diccionario de la RAE define como “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno del Estado”, y que como tal entendemos sin dejar al margen los consabidos inconvenientes de su aplicación debido, aunque no siempre, a la corriente de pensamiento, de cultura o del interés particular del individuo sometido a ella. Un sistema político, al fin, al que al hombre, muy por lo general, cuesta trabajo someterse, tanto o más en una sociedad como la nuestra en la que el individuo en sí, salvo en muy contadas excepciones, sólo él se considera en pleno como único dirigente de sí mismo, rechazando todo lo demás como doctrina errónea. Lo propio, en fin, de la condición humana.

            El gobierno de masas, mayores o menos grandes, a pesar de las infinitas corrientes de pensamiento, o debido a ellas, es una tarea complicada y difícil de conseguir, e imponer una corriente única de pensamiento, algo imposible de lograr, debido a que el hombre, bien por su personal tendencia, o por la infinita cantidad de corrientes externas que influyen en él, decide aceptar como suya cualquiera de ellas, entregarse sin estar plenamente convencido de lo que hace ni de lo que quiere, revestido a veces de manera bien visible, de un traje de pensamiento que no es el suyo, y que en tantas ocasiones le obliga a comportarse en la vida de manera incómoda, molesto con sí mismo, a la espera de que las cosas cambien de color y se ajusten a su modo de ver, que rara vez coincide con el modo de pensar de su vecino, lo que en la vida práctica suele impedir que el agua del cielo caiga al gusto de todos; circunstancia común que rara vez se presenta como solución válida para el hombre de hoy, como tampoco lo fue, según la Historia, para nuestros antepasados, y dudo que alguna vez lo sea.