Corduente y Peralejos de las Truchas en San Antón
Las localidades de Corduente y Peralejos de las Truchas celebraron San Antón, con sus correspondientes hogueras y degustando manjares. Alrededor de una veintena de personas en Peralejos y otras tantas en Corduente quisieron rendir un pequeño homenaje al patrón de los animales,¿ pero quién era San Antón?
San Antonio Abad, nació a mediados del siglo III d.C. Fue un monje cristiano y fundador del movimiento eremético. El relato de su vida es una mezcla entre realidad y leyenda. Tras quedarse huérfano muy joven se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia de ermitaño. Se cuenta que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus rayones (cría de jabalí) que sufrían de ceguera y San Antón los curó. La jabalina en agradecimiento ya no se separó más de su lado y siempre le protegió ante otros animales. Es ese el motivo por el que este santo se le representa con un cerdo a sus pies.
Las noticias sobre la vida del santo se deben esencialmente a una crónica de su amigo y contemporáneo obispo Atanasio, quien dejó escrito que San Antón nació hacia el año 250 en Coma, cerca de Heracleópolis, en Egipto, localidad que hoy en día se llama Quemans, en la orilla izquierda del Nilo.
Se dice que a la edad de 20 años repartió sus propiedades entre los pobres y se retiró al desierto a orar y a hacer penitencia. Los datos históricos lo sitúan, con 35 años, en los montes Pispit, junto al mar Rojo, donde fundó una comunidad monástica. Cuenta la tradición que murió el 17 de enero, día de su festividad, y que su tumba fue descubierta en el año 565, trasladándose su cuerpo primero a Alejandría y más tarde a Constantinopla. Desde allí pudieron llevarse sus reliquias a Francia durante la edad Media, hasta que en 1491 recalaron en Saint Julien de Arles.
Se le atribuyen multitud de prodigios y curaciones milagrosas, así como una fe inquebrantable que le permitió salir indemne de las múltiples tentaciones demoníacas de las que habría sido objeto, sobre todo en su retiro espiritual al desierto.
En una de esas leyendas populares habría que situar esa unión del santo con los animales domésticos. Dice Beltrán que en toda la Corona de Aragón “se aseguraba con la mayor seriedad” que en los tiempos en que San Antón vivía y hacía penitencia en Egipto, el gobernador de Barcelona mandó ir a buscarlo para que viajase hasta este lado del Mediterráneo para curar a su hija, que estaba gravemente enferma. “Aparentemente, se negó el santo a desplazarse, pero apenas desapareció de su vista el decepcionado emisario, montó en una nube y se trasladó volando a Barcelona, arribando exactamente a la playa o arenal, que desde entonces se llamó de San Antonio”, relata textualmente en dicho ensayo. En la misma playa se habría encontrado con una cerda y su pequeño gorrinillo enfermo, al que bendijo, “de suerte que la madre ya no abandonó nunca al santo”.
De esta hazaña se deduciría la devoción que llevaría a convertir a San Antón en patrón de los animales domésticos, sobre todo de los que ayudaban a las tareas del hombre.
El éxito de las labores agrícolas dependía, según el pensamiento mágico primitivo, de la intermediación de los buenos espíritus, a los que se dirigirían muchos de los ritos que, con el paso del tiempo, se acomodaron a los preceptos de la religión cristiana.
Los trabajos pastoriles debieron encontrar en San Antón a un benefactor que protegería especialmente a los animales domésticos, personificados en el cerdo, del que se obtenía el sustento para toda la familia durante gran parte del año, y en el asno, incansable trabajador en el campo, al que también se coloca a menudo en la iconografía del santo.