Cuando el 'empedrao' se hace arte

06/08/2023 - 17:36 José Antonio Alonso/Etnólogo

Los viejos empedrados fueron testigos mudos de la vida y, en algunos casos suponen un patrimonio único, digno de ser protegido.

De mis recuerdos infantiles cotidianos rescato las carreras “a toda pastilla” por los cuestarrales empedrados de mi pueblo. Mis abuelos maternos vivían en una casa, en lo alto de una empinada calle, frente al ayuntamiento, y yo subía y bajaba por allí como una exhalación. Los mayores trataban de pararnos los pies: -!Un día te vas a romper la crisma! -Decían-. Pero a esas edades de la vida, con la energía infantil desbordada, era difícil parar a los potrillos desbocados, que es lo que éramos nosotros. Caíamos, claro que caíamos, pero, normalmente, eran tiempos de autocurarnos con la propia saliva o con el agua de la fuente, como mucho; y a seguir corriendo, que el tiempo no estaba para perderse y el juego no se interrumpía, salvo males mayores. Se decía que éramos de goma y que cada uno teníamos un ángel de la guarda que cuidaba permanentemente de nosotros. Podría, ahora ya de mayor, buscar otra explicación más racional y convincente, pero me quedo con aquella inocente pero entrañable.

Empedrado en el atrio de la iglesia. Foto: José Antonio Alonso. 

Hace poco tiraron la casa de los abuelos, pero hace ya mucho tiempo que los empedrados desaparecieron prácticamente y las calles asfaltadas nos hicieron a todos la vida  más fácil; pero todavía, en algunos lugares, quedan vestigios aislados de lo que fueron. En la mayor parte de los pueblos eran aquellos “empedraos”, de tosca factura, pensados para el tránsito de personas y animales y para el discurrir de las aguas; en estos casos era habitual su deterioro, con el paso del tiempo, y las reparaciones se hacían por iniciativa personal o colectiva, por medio de las hacenderas o zofras. En el caso de las grandes localidades, el empedrado era más elaborado y se ha mantenido, sobre todo en núcleos turísticos como Pastrana y Sigüenza,  por poner algún ejemplo.

El “empedrao” secular fue el testigo mudo de la vida cotidiana. Cuando alguien quería irse de rositas, sin reconocer una culpa -por ejemplo si te mandaban a por agua a la fuente  y se rompía la botija- se le echaba “la culpa al empedrao”. Con el tiempo esa expresión se convirtió en una frase hecha, aplicada en otras situaciones bien diferentes. Este tipo de solado urbano también fue testigo de los buenos momentos festivos, de las procesiones y rondas:

Empedrado artístico en el atrio de la ermita de la Virgen. Foto: José Antonio Alonso.

 

-Al empedrao de tu calle/ salada y échale barro

y a la mañana verás/ las pisás de mi caballo.

-No son condes ni marqueses/ los que rondan tu empedrado,

que somos dos chavalillos/ que venimos del ganado.

Pero hablaremos también  del empedrado artístico, en el que los artesanos se han  esmerado, buscando composiciones de valor estético e incluso con funciones religiosas y protectoras. En este caso nos referimos ya, no sólo a los empedrados de exterior, sino también a los de los portales de algunas casas y a los de los atrios de algunas ermitas e iglesias.  En esta última tipología,  especialmente abundante en la zona del Señorío molinés y de algunas poblaciones circundantes, han puesto su atención etnógrafos e historiadores del arte. Eulalia Castellote Herrero dice de ellos (Artesanías Tradicionales de Guadalajara, Aache, 2006, p.38) que “Los empedradores realizaban su trabajo con gran maestría, provistos tan solo de martillo y mazo y varias cuerdas, usadas como compás. Su destreza se manifestaba en el encaje perfecto de las piedras mediante selección de sus perfiles, que se asentaban sobre un lecho de tierra, colocándolas de tal modo que formaran una capa compacta, y rellenando luego los huecos con tierra fina. El pisón y el uso diario consolidaban su tarea, al asentar las piedrecillas”.

De ellos hablaba también, hace poco más de un par de años (10-2-2021), en estas mismas páginas, Antonio Herrera Casado: “En los empedrados molineses se empleaban piedras calizas blancas o piedras rodenas rojas. Esa mezcla era la imperante. Las piedras se colocaban de modo que su parte más plana quedaba en la superficie, empotrando el resto. Se ponían casando sus formas, o sacando astillas finas y juntándolas en forma de espiga. Todas las combinaciones eran posibles, con tal de dejar un suelo firme, hermoso, perdurable. Se utilizaban especialmente las líneas rectas y los círculos, con abundancia de estrellas y figuras de “rosas de la vida” que decían traían buena suerte a la casa donde se ponían”.

Una calle empedrada de Codes. Foto: José Antonio Alonso. 

De los vestigios conservados queremos referirnos, aunque sea brevemente, al caso de Codes, de donde proceden las imágenes que acompañan estas líneas. Esta pequeña localidad, adscrita al municipio de Maranchón, conserva un conjunto estupendo de empedrados en su casco urbano, bastante bien conservados. Especialmente vistosos y artísticos son los que se ubican en los atrios de su iglesia parroquial y de la ermita de la Virgen del Buen Suceso, donde la combinación de bloques blancos y rojizos de distintos tamaños, dan lugar a líneas, círculos y aspas con los que se obtienen bandas espigadas, soliformes, rameados y, un anagrama de María. 

Ya Antonio Herrera hablaba de la necesidad de proteger este patrimonio y hacía un llamamiento para que las distintas administraciones se impliquen en la cuestión; también desde estas páginas deseamos unir nuestra voz a la del veterano cronista provincial. Estamos hablando de un patrimonio material único, pero también de un patrimonio “inmaterial” por lo que conlleva de técnicas aprendidas y heredadas, de creencias y concepción de la vida tradicional que, en el caso de Codes, se han podido conservar.