De la ciudad a los pueblos

08/07/2019 - 17:19 Pedro Villaverde Martínez

Este regreso estival hace revivir las tradiciones que  permanezcan vivas y las que se han  ido incorporando como los festivales que celebramos ahora en julio.

Los pueblos, de los que nuestro periódico viene informando cada semana, van a despertar del letargo, o mejor monotonía invernal, y van a verse invadidos en el mejor sentido de la palabra, por cientos de personas en busca de sus raíces una vez más, de temperatura más fresca, de nuevas convivencias.... Muchos hijos del pueblo y otros afines van a trasladar su forma de descanso a los pueblos, y con ellos la diversión. No son ya nuestros pueblos los de antes. Las gallinas ya no corretean por las calles, ni se oye el canto del gallo al alba, ni el paso herrado de las caballerías camino de la dura jornada de trabajo...,  aunque comprendamos todos que la vida de ahora es mejor, más cómoda, más acorde con el progreso.

Este regreso estival hace revivir las tradiciones que  permanezcan vivas y las que se han  ido incorporando como los festivales que celebramos ahora en julio. Algunas, en los lugares más pequeños,  se trasladan en el calendario en el ánimo de que no desaparezcan. Y, aunque es conocida la frase de “a mi santo que no me lo toquen”, todos se ponen de acuerdo para celebrarlo en la fecha más idónea.

Tanto trasiego de público conlleva riesgos en nuestras carreteras y montes que debemos evitar en lo posible. Los pueblos son los pulmones de nuestras ciudades. Cierto que algunos, o muchos, dicen que se vive muy bien en Madrid cuando se produce este éxodo hacia los pueblos o el mar, pero no menos cierto que parecen más contentos aun los que lo abandonan para dirigirse hacia ellos. La carretera es un peligro a evitar, la prudencia, una virtud a practicar. Los incendios, una amenaza para la conservación de esos pulmones. 

  Los tiempos han cambiado. Pensar en que tiempos pasados fueran mejores, es una necedad. Los tiempos son distintos, con cosas mejores y otras no tan buenas, pero en general podemos afirmar que todo progreso es una conquista de bienestar. En nosotros está la responsabilidad de hacer que todo retroceso que el progreso pueda conllevar sea minimizado, y sean los aspectos positivos los que destaquen. Y recordamos a Eclesiastés  que decía: “Y así he conocido que lo mejor de todo es estar alegre y hacer buenas obras mientras vivimos”.