Decenas de perros y gatos acudieron a la llamada de San Antón en la capital
01/10/2010 - 09:45
Por: VIRGINIA BODEGA
Medio centenar de animales, todos perros y gatos mayoría los primeros acudieron en la mañana de ayer, junto a sus dueños, a ser bendecidos por San Antón, festividad que como cada año tuvo lugar en la céntrica parroquia capitalina de Santiago Apóstol. La lluvia y el frío quizá contribuyeron a que los animales, en esta ocasión, hayan acudido en menor número y también en menor variedad de especies. Además de la bendición a los animales, la parroquia repartió los tradicionales panes de San Antón, que se agotaron enseguida.
Antaño eran mulas, caballos, cochinillos y otros animales de trabajo los que acudían, cada 17 de enero, a la festividad de San Antón para ser bendecidos, de manera que durante el resto del año estuvieran protegidos de toda enfermedad y resultaran productivos para sus amos. La fiesta de San Antón ha cambiado tanto como la sociedad, pues a falta de animales de trabajo, son las mascotas las que han cogido el testigo, esos pequeños animales de compañía que ya no comparten nuestra jornada laboral, sino que conviven en nuestras propias casas y son con quienes pasamos una buena parte de nuestro tiempo de ocio.
La fiesta de San Antón congregó ayer a estas mascotas, como cada año, a las puertas de la iglesia de Santiago Apóstol, aunque en este caso en menor número y variedad, dado el mal tiempo. Aún así, cerca de una cincuentena de perros y gatos acompañados por sus dueños fueron bendecidos por el agua que entre ellos esparció el párroco de la iglesia capitalina, Rafael Iruhela, bajo el manto de lluvia que en esos momentos caía sobre la ciudad. Quizá a aguantar las inclemencias del tiempo ayudaron los trajecitos y chubasqueros que la mayoría de los animales portaban, de todos los colores y tipos, que contribuyeron a hacer del acto una fiesta aún más colorida, junto a los paraguas de sus dueños.
En esta ocasión, no se pudieron ver mascotas exóticas o menos habituales, como sí ha ocurrido en años anteriores, cuando han acudido a ser bendecidos por San Antón desde pequeños roedores a hurones, pasando por pájaros y algún que otro reptil.
Además de bendecir a los animales, la parroquia de Santiago también bendijo los tradicionales panes de San Antón de los que no quedó ni uno solo.
Los panes del santo
Para conocer la relación de San Antón con los animales es necesario recordar su biografía. De origen egipcio, San Antonio Abad ése es su nombre completo nació en el año 251 y murió en el monte Colzim, próximo al mar Rojo. A los 20 años repartió sus propiedades entre los pobres y a lo largo de su dilatada vida fundó y gobernó varios monasterios antes de retirarse a morir en soledad. De su vida han sido representadas, sobre todo, tres escenas. La primera narra las tentaciones del demonio, que sufrió durante los primeros años que permaneció en el desierto, y la segunda, su encuentro con San Pablo Ermitaño. Los pintores, al plasmar este acto, recogieron el momento en que un cuervo con un pan en el pico acude a alimentar a los dos santos. Por ese motivo, más de 1.600 años después se mantiene la tradición de regalar el tradicional panecillo del santo, como ayer ocurrió también en la parroquia capitalina. La tercera escena se refiere al cerdo, animal estrechamente ligado a los orígenes de la fiesta, y que se rifaba entre los vecinos después de la celebración del oficio religioso y la bendición de los animales. En España, la fiesta estuvo restringida e incluso prohibida entre 1619 y 1725, año en que se reanudó convertida en una romería. Con José Bonaparte se volvió a prohibir y se reinstauró con Fernando VII. Con Isabel II alcanzó un éxito inusitado y los periódicos de la época narraban los embotellamientos que producían los carruajes de quienes se acercaban a los templos. En el caso concreto de Guadalajara, la festividad consistía antiguamente en la bendición de los animales, en aquellos años de labranza, que se acompañaba de una procesión organizada y protagonizada por una cofradía, que se encargaba de potenciar la fiesta. Por aquel entonces, los feligreses llevaban hasta las puertas de la parroquia a sus animales de carga, sus herramientas de trabajo. Con el paso del tiempo, la tradición vivió años de desaparición, hasta que volvió a retomarse en 2007 de mano de un grupo de personas que planteó su recuperación directamente a la parroquia de Santiago Apóstol. Tras años de inexistencia, la acogida del primer año fue excelente, pues el párroco, Rafael Iruhela, recuerda haber bendecido a al menos un centenar de animales, eso sí, ya no de labranza, sino mascotas. Hace dos años fueron una treintena y el año pasado superaron nuevamente los 100. En esta ocasión, la lluvia los ha dejado en la mitad, unos 50.
La fiesta de San Antón congregó ayer a estas mascotas, como cada año, a las puertas de la iglesia de Santiago Apóstol, aunque en este caso en menor número y variedad, dado el mal tiempo. Aún así, cerca de una cincuentena de perros y gatos acompañados por sus dueños fueron bendecidos por el agua que entre ellos esparció el párroco de la iglesia capitalina, Rafael Iruhela, bajo el manto de lluvia que en esos momentos caía sobre la ciudad. Quizá a aguantar las inclemencias del tiempo ayudaron los trajecitos y chubasqueros que la mayoría de los animales portaban, de todos los colores y tipos, que contribuyeron a hacer del acto una fiesta aún más colorida, junto a los paraguas de sus dueños.
En esta ocasión, no se pudieron ver mascotas exóticas o menos habituales, como sí ha ocurrido en años anteriores, cuando han acudido a ser bendecidos por San Antón desde pequeños roedores a hurones, pasando por pájaros y algún que otro reptil.
Además de bendecir a los animales, la parroquia de Santiago también bendijo los tradicionales panes de San Antón de los que no quedó ni uno solo.
Los panes del santo
Para conocer la relación de San Antón con los animales es necesario recordar su biografía. De origen egipcio, San Antonio Abad ése es su nombre completo nació en el año 251 y murió en el monte Colzim, próximo al mar Rojo. A los 20 años repartió sus propiedades entre los pobres y a lo largo de su dilatada vida fundó y gobernó varios monasterios antes de retirarse a morir en soledad. De su vida han sido representadas, sobre todo, tres escenas. La primera narra las tentaciones del demonio, que sufrió durante los primeros años que permaneció en el desierto, y la segunda, su encuentro con San Pablo Ermitaño. Los pintores, al plasmar este acto, recogieron el momento en que un cuervo con un pan en el pico acude a alimentar a los dos santos. Por ese motivo, más de 1.600 años después se mantiene la tradición de regalar el tradicional panecillo del santo, como ayer ocurrió también en la parroquia capitalina. La tercera escena se refiere al cerdo, animal estrechamente ligado a los orígenes de la fiesta, y que se rifaba entre los vecinos después de la celebración del oficio religioso y la bendición de los animales. En España, la fiesta estuvo restringida e incluso prohibida entre 1619 y 1725, año en que se reanudó convertida en una romería. Con José Bonaparte se volvió a prohibir y se reinstauró con Fernando VII. Con Isabel II alcanzó un éxito inusitado y los periódicos de la época narraban los embotellamientos que producían los carruajes de quienes se acercaban a los templos. En el caso concreto de Guadalajara, la festividad consistía antiguamente en la bendición de los animales, en aquellos años de labranza, que se acompañaba de una procesión organizada y protagonizada por una cofradía, que se encargaba de potenciar la fiesta. Por aquel entonces, los feligreses llevaban hasta las puertas de la parroquia a sus animales de carga, sus herramientas de trabajo. Con el paso del tiempo, la tradición vivió años de desaparición, hasta que volvió a retomarse en 2007 de mano de un grupo de personas que planteó su recuperación directamente a la parroquia de Santiago Apóstol. Tras años de inexistencia, la acogida del primer año fue excelente, pues el párroco, Rafael Iruhela, recuerda haber bendecido a al menos un centenar de animales, eso sí, ya no de labranza, sino mascotas. Hace dos años fueron una treintena y el año pasado superaron nuevamente los 100. En esta ocasión, la lluvia los ha dejado en la mitad, unos 50.