Del Basque Culinary Center al Parador de Molina

23/10/2011 - 12:49 Juan José Fernández Sanz

  Si por un casual Plutarco diese un brinco en el tiempo y se animase a escribir unas nuevas 'Vidas Paralelas' (Teseo&Rómulo, Alejandro&Julio César, Demóstenes&Cicerón,…), en lo que respecta a preocupación política por el Señorío de Molina, bien podría equiparar las actitudes y trayectorias del Partido Socialista Obrero Español y del Partido Popular, si se quiere de sus Gobiernos, Aznar&Zapatero, tanto monta; lo que se ha venido traduciendo en buenas palabras (a veces ni eso), y práctico y total abandono. ¿Nos estarán dejando caer, a su florentino ¡e irresponsable! modo, que el último apague la luz? Aunque si afinamos y nos referimos a competencia en publicidad y fotos, que a la postre a nada abocan cuando en ello se quedan, el liderazgo sería para nuestros actuales gobernantes. Valga el ejemplo del non nato Parador de Molina, posiblemente el más anunciado y el más publicitado de todos los que en esta piel de toro han sido. “Te llaman porvenir porque no vienes nunca”, dejó escrito el poeta Ángel González. Claro que también hay Vidas divergentes, como bien lo son las del Basque Culinary Center…y el susodicho parador. Veamos, que uno quiere ser, más que repetitivo, pedagógico. La Facultad de Ciencias Gastronómicas de la Universidad de Mondragón, cual es también su nombre, fue inaugurada el 26 de septiembre por el Príncipe Felipe. La idea viene de 2007, cuando se apuesta por crear en San Sebastián, la ciudad con más estrellas Michelín por kilómetro cuadrado, un centro de alta investigación gastronómica. Al tajo, y de inmediato: el Gobierno central (que a través del Ministerio de Ciencia e Innovación, con la donostiarra Cristina Garmendia a la cabeza, ha aportado siete de los diecisiete millones de euros), el Gobierno vasco, la Diputación guipuzcoana, el Ayuntamiento de San Sebastián (que cede los terrenos), y hasta empresas privadas como Azti-Tecnalia y Fagor. Todos para uno y uno para todos. Había voluntad política y, tras los preparativos iniciales, planos, permisos y demás, las obras han concluido… en doce meses. Hasta el mismo edificio de Vaumm, que representa una serie de platos apilados, recubierto por chapa dorada, hará época. Aunque lo importante sea el referente mundial de la gastronomía española que, cual de repente, ha emergido de la nada. ¡Hurra! por la colaboración. Nos alegramos con los donostiarras. Por estas parameras molinesas parecen soplar (o no soplar) otros vientos. Ya en tiempos de maricastaña, oséase con Franco, se habló del asunto de un parador: eran años de desarrollismo, de emigración, de turismo in crescendo, de Fraga inaugurando a diestra y siniestra paradores por doquier. Le sucedió al gallego un molinés, Sánchez Bella, de Tordesilos, si la memoria no falla; y tampoco (algún ruido y ninguna nuez). Cuando ya pocos quedaban en el terruño llegaron las crisis, la de 1974 y la de 1979 (digamos que aquí ha habido crisis siempre, ¿o no?), también la transición, y claro, la desmemoria aterrizó en los de arriba, y tampoco era como políticamente muy correcto el reclamarlo desde abajo. Y así discurrieron los años posteriores en que España era el lugar más fácil para enriquecerse (Solchaga dixit), cuando la entrada en la Comunidad (hoy Unión) Europea. Y llegó con el Partido Popular la España del euro, con un crecimiento (inmobiliario) tan rápido como desbocado que a la postre acabaría en crisis. La verdad que, al filo del tercer milenio, incluso quedaba menos gente por el Señorío que treinta años antes, y más envejecida; digamos que las densidades de Siberia, millón más millón menos. O sea que, si cabe, se necesitaban terapias de choque más radicales: ¿por qué no, entre otras, el socorrido parador, que dinamizase y atrajese el turismo a una zona cargada de historia y con atractivos naturales sin par, que vertebrase España, en definitiva, que fuese motor y ejemplo para la restauración en la zona? A algún parlamentario provincial, a la sazón Luis de Grandes, hasta le pareció mal entonces que proyecto semejante se ubicase en Molina. O sea que por 1970 el problema era serio, pero quizá no del todo grave; ya entrado el siglo XXI el problema era muy grave…pero, señores políticos y parlamentarios todos -muchos de entre ellos molineses-, esto no es nada serio. Y como los males a veces vienen a pares, o a triples, por no hablar de aquello que a burro viejo todo son pulgas, un incendio devastador calcina en el 2005 trece mil hectáreas en el entorno y hasta del Parque Natural del Alto Tajo, pocos años antes inaugurado; para más inri con un elevado tributo humano suplementario, antes y después desconocido (¡por fortuna!). Y entonces viene la promesa definitiva (¿el recurso?) del parador, repescado de su eterno lago Ness, quién sabe si para acallar voces críticas que, a la postre, tras anuncios y más anuncios, fotos y más fotos, palabras y más palabras, primeras piedras a un centenar de metros del hoy por hoy menos que futurible edificio (Barreda, Valerio, Mezquida, Alique, directora de Tragsa, Cospedal, Aguirre… y hasta la corte celestial), en nada se traduce. Lo que en modo alguno se corresponde con aquello de Homero de que “los molinos de los dioses muelen despacio” -valga el ejemplo del Basque Culinary Center o, si se quiere, del anunciado Museo del Txacolí-, sino que va camino de convertirse en martingala (artimaña, artificio para engañar, según la el Diccionario de la RAE). Y si traemos a colación lo de la autovía Alcolea-Molina-Monreal, martingala doble. Que por desgracia repetirán miméticamente los candidatos, por todos los rincones provinciales y parte de La Mancha, en la campaña que se avecina, garantizándolo, como siempre, ad calendas graecas. Eso sí, con el aplomo y la convicción de Groucho Marx: “A quién va a creer Vd.: a mí o a sus propios ojos”. Vienen a cuento las irónicas palabras de Mirabeau sobre Robespierre: “Llegará lejos; se cree lo que dice”. Aquí ni eso. Pinocho no mentía mejor. O sea, que ya que Vds., señores políticos y parlamentarios provinciales y autonómicos, no se sonrojan, permítanme que lo haga por Vds. (con el permiso de don Manuel Azaña). Seguiremos, no obstante, creyendo que la política no es un juego de pillos, como lo viene siendo algún tipo de economía. Y perdón si alguien se ha sentido molesto: espero que no sea por aquello de que lo que más disgusta a las ballenas es que las llamen cetáceos. ¡Quod erat demostrandum!