Diciembre: De Ortega y Gasset al hijo del 'Tío Saluda'

04/12/2016 - 14:17 Jesús Orea

Lo poco que se del cultivo de la vid y de la elaboración del vino y sus derivados se lo debo a Doroteo Sánchez Mínguez.

Con este dedicado a diciembre llegamos al final del ciclo de los doce “mensarios” que hemos venido publicando en Nueva Alcarria  a lo largo de este año que pronto va a concluir y que han sido entregados a imprenta y, por ende, puestos a disposición de los lectores, los primeros fines de semana de cada mes. Quienes hayan seguido esta serie, habrán comprobado que, como no debía ser de otra manera, en los sucesivos artículos hemos aprovechado, precisamente, las representaciones que de cada uno de los doce meses del año se hacen en los bellos y admirables mensarios de las iglesias románicas guadalajareñas de Beleña de Sorbe y Campisábalos, para llevar a tinta y papel lo que la escultura en piedra nos sugería. No es propósito de quien esto firma, y espero que tampoco lo sea de quienes rigen la empresa periodística que amablemente ha venido acogiendo estas entregas mensuales, dar por concluidas mis colaboraciones periódicas con este histórica publicación, sino que confío en que sólo sea un punto y seguido, una simple inflexión, y no un punto final, como tampoco lo es ni lo supone para el propio devenir de la vida el hecho de que acabe un año pues siempre viene otro tras él, sin solución de continuidad; al menos hasta que llegue “el fin de los tiempos”, como diría Ortega y Gasset. Y aprovecho esta cita del gran referente del existencialismo español para reproducir una espléndida reflexión suya sobre las tierras hermanas del sur de Soria y el norte de Guadalajara -en las que se localizan las dos iglesias cuyos mensarios nos han servido de faro guía, de GPS como se diría ahora, de esta serie de artículos en el último año- que, a mi juicio, comportan una auténtica sublimación por la cual no se puede poner mejor en valor a la literatura épica, al tiempo que considerar más rica a la tierra más humilde:
    “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!... ¿Habrá algo más pobre en el mundo? (…)
    Pero esta tierra que hoy podría comprarse por treinta dineros como el evangélico “azeldama”, ha producido un poema -el Myo Cid- que allá en el fin de los tiempos, cuando venga la liquidación del planeta, no podrá pagarse con todo el oro del mundo” (El Espectador. Notas de andar y ver).
    Si Cela fue el gran viajero de la Alcarria y quien, tras la orogenia y el sudor y el esfuerzo de los propios alcarreños, más ha hecho por poner en el mapa a esta singular comarca guadalajareña, solo estas palabras de Ortega, unidas a sus magníficas meditaciones ante la estatua del Doncel, ya merecen que le consideremos como uno de los más importantes viajeros de las tierras de Sigüenza y Atienza, de esas Serranías del norte de las guadalajaras en las que la despoblación lleva décadas haciendo mella y el duro clima siglos, pero que suman un amplio, diverso y valioso catálogo de recursos histórico-culturales y paisajísticos, verdaderamente impagables, como atinadamente vino a decir el gran autor de “La España invertebrada”.
    Y, dicho esto, que no es poco, pues si a Ortega se le suele citar mucho aún habría que hacerlo más, vamos ya a echar un vistazo y a cavilar sobre las representaciones que del mes de diciembre se hace en nuestros dos mensarios referentes. En el de Beleña, al último mes del año del calendario que rige en la actualidad -ya vimos en la entrega de noviembre que diciembre no siempre fue el mes postrero-, la dovela que le representa nos muestra a un campesino disfrutando del éxito de su trabajo y festejando las navidades sentado en una mesa repleta de viandas. Cabe destacar que la dovela decembrina no es la última del arco de medio punto que da entrada a la iglesia de Beleña en la que se muestra su magnífico mensario, sino la penúltima, porque después de ella hay una figura más, en el salmer, en la que se puede ver una cabeza humana de rasgos negroides y toscos a la que se atribuyen distintas interpretaciones, entre otras la de que podría tratarse del contrapunto al ángel -representado en el salmer contrario y que precede a la dovela de enero-, viniendo a ser un símbolo negativo vinculado a la lucha del cristianismo contra el Islam. Recordemos que el románico rural es el estilo constructivo propio de la época en que se erigen los templos cristianos al repoblarse el territorio tras ser reconquistado para la corona de Castilla. Otra interpretación de las imágenes que aparecen en ambos salmeres del mensario de Beleña es que el ángel, que precede a enero, escenifica el alma pura con el que el hombre inicia el año, mientras que la figura un tanto grotesca que sucede a diciembre viene a mostrar la corrupción con que lo concluye.
    ¿Y con qué escena despide el año el mensario de Campisábalos? Pues, extrañamente -porque no es el tiempo propicio para esta tarea- diciembre es representado por el trasiego del vino a la cuba. Una vez más, una labor vitivinícola es la elegida por el escultor románico para escenificar un mes en este menologio que, a diferencia del de Beleña, se localiza en el friso exterior del templo, en disposición horizontal seriada, y no en las dovelas que conforman el arco de medio punto de la portada. Recordemos que son cinco los meses en los que en el mensario de Campisábalos se reflejan escenas relacionadas con la viticultura -febrero, marzo, abril, septiembre y diciembre- y en el de Beleña, tres -marzo, septiembre y octubre-. Como hemos visto en entregas precedentes, las otras tareas más representadas en estos calendarios agrícolas en piedra que no dejan de ser los mensarios, son las del arado, siembra, cosecha y trilla del cereal que procuran el pan. Pan y vino, alimentos esenciales para el cuerpo y para el alma.
    Puesto que en el mensario de tinta y papel de octubre ya tratamos ampliamente sobre el pan sembrar, el pan trillar y  el pan cocer, cerraremos hoy este ciclo de doce entregas refiriéndonos, ya muy brevemente, por limitaciones de espacio, al vino, la bebida que proporciona fuerza y alegría si se toma de forma moderada, pero que si se abusa de ella conduce justamente a lo contrario: a la flojera de piernas y a la hilaridad más ridícula.
    Llegados a este punto quiero decir bien claro que lo poco que se del cultivo de la vid y de la elaboración del vino y sus derivados en la provincia de Guadalajara, se lo debo a Doroteo Sánchez Mínguez, un “maestro total” -porque lo era en las aulas y también fuera de ellas-, “peñalvero” militante, orgulloso hijo del “Tío Saluda” y buena persona donde las haya que, tristemente, nos dejó bastantes años antes de lo previsible y deseable. Quienes quieran profundizar en este tema de la viticultura alcarreña, no deben dejar de consultar el texto que el buen y gran “Doro” preparó para la conferencia que impartió en 1992, dentro de la IV Semana de Cultura Tradicional, en la Escuela Provincial de Folclore, y que afortunadamente quedó recogida en el número 26 de los Cuadernos de Etnología de Guadalajara. Como ni dispongo de espacio ni de capacidad para mejorar lo contenido en ella, a esta pieza mayor del costumbrismo provincial me remito para acabar este último mensario, cerrándolo con la misma cita de Gonzalo de Berceo con la que Doroteo inició aquella extraordinaria charla:

    “Quiero fer una prosa en román paladino,
    En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
    Ca non so tan letrado por fer otro latino:
    Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”