El apicultor ciego

01/09/2024 - 11:22 Antonio Nicolás/Escritor

La publicación de sus observaciones se llevó a cabo en 1792, en forma de cartas a Charles Bonnet, bajo el título: Nuevas observaciones sobre las abejas.

François Huber, “El príncipe de las abejas”, nació el 2 de julio de 1750 en Ginebra. Su padre le transmitió todos sus gustos y aficiones, entre ellas su pasión por las abejas y la naturaleza. A la edad de quince años su salud y su vista comenzaron a verse afectados. Su padre lo llevó a París para consultar a Tronchin, a causa de su salud, y a Venzel, sobre la condición de sus ojos. Tronchin lo envió a un pueblo a las afueras de París, mientras que Venzel consideró la situación de sus ojos como incurable, pronosticándole una pronta ceguera.

Se casó con Marie-Aimée Lullin, entomóloga suiza. Durante los años de su matrimonio Lullin fue sus ojos, nunca dejó de otorgar a su marido ciego la atención más amable: ella era su lectora, su secretaria, su observadora. Huber diría de su esposa por su inteligencia y pequeña estatura: Mens magna en corpora parvo (mente grande en cuerpo pequeño). Huber manifestó tras su muerte, ocho años antes que él: Yo no era consciente de la desgracia de ser ciego. El cráter del planeta Venus, Lullin, es un homenaje a Marie-Aimée.

Otros ojos que lo guiaron en sus investigaciones sobre las abejas fueron las de su criado François Burnens, notable por su sagacidad y la devoción que sentía por Huber, este lo instruyó en el arte de la observación, lo dirigió en las investigaciones y fue capaz de formar en su mente una imagen verdadera y perfecta de los hechos más nimios. A ambos, su esposa y su criado, Huber mostró su agradecimiento durante toda su vida y compartió el éxito de sus descubrimientos.

La publicación de sus observaciones se llevó a cabo en 1792, en forma de cartas a Charles Bonnet, bajo el título: “Nuevas observaciones sobre las abejas”. Este trabajo causó una fuerte impresión en muchos naturalistas, no sólo por la novedad de los hechos, sino por su rigurosa exactitud y las singulares dificultades contra las que el autor tuvo que luchar con tanta habilidad pese a su ceguera. Entre su muchos de sus descubrimientos podemos citar:

Confirmó que el polen es el principal alimento de las abejas; investigó métodos de multiplicación de colmenas distintos a la enjambrazón natural; descubrió que la reina era fecundada al aire libre, fuera de la colmena y volando; que la inseminación de la primera semana de la reina le permitía seguir poniendo huevos varios años; confirmó que una reina que no había sido fecundada por un macho sólo puede tener como descendencia machos; fue el primero en observar que las antenas son para las abejas los órganos del tacto; aclaró el origen del propóleo.

Otros descubrimientos muy importantes fueron sobre la cera, era un producto que fabricaban las abejas mediante secreciones corporales y no lo obtenían de sustancias vegetales, como se creía. También descubrió como las larvas de abeja de menos de tres días pueden ser utilizadas para obtener nuevas reinas ante la pérdida de la reina madre.

Pasó los últimos días de su vida en Lausana, bajo el cuidado de su hija, la Sra. de Molin, allí continuó haciendo ampliaciones de todos sus trabajos. El descubrimiento de las abejas sin aguijón, hecho en los alrededores de Tampico por el Capitán Hall, excitaron su curiosidad y quedó impresionado cuando el profesor Prevost le procuró unos pocos ejemplares, más tarde toda una colmena. 

Huber conservó sus facultades hasta el final de su vida, fue cariñoso y amado hasta el fin de sus días. A la edad de ochenta y un años le escribió a uno de sus amigos:

“Hay un momento en el que es imposible permanecer negligente; y es, al separarse gradualmente unos de otros, podemos revelar a aquellos que amamos toda esa estima, ternura y gratitud que hemos inspirado hacia ellos… Yo te lo digo a ti solo, que la resignación y la serenidad son bendiciones que no se han prohibido”. Escribió estas líneas el 20 de diciembre de 1831 y el 22 se marchó; su vida se extinguió, sin dolor ni agonía, en los brazos de su hija.

François Huber sólo tenía quince años cuando comenzó a sufrir una enfermedad que dio gradualmente lugar a la ceguera total, pero, con la ayuda de su esposa, Marie Aimée Lullin y de su criado, François Burnens, fue capaz de llevar a cabo investigaciones que sentaron las bases de un conocimiento científico sobre la historia de la vida de la abeja melífera. Su “Nouvelles Observations sur les Abeilles” fue publicado en Ginebra en 1792. Otras observaciones fueron publicadas en 1814. Sus descubrimientos sentaron las bases para todo el conocimiento práctico que se tiene de las abejas en la actualidad, fueron tan revolucionarios que la apicultura se puede dividir fácilmente en dos épocas: pre-Huber y post- Huber.

Leer la obra de Huber, felizmente traducida al castellano, es una fuente de placer inmenso. A la hora de publicar mis observaciones sobre las abejas no voy a ocultar el hecho de que no fue con mis propios ojos que yo las vi