El Centro de la Mujer divulga la biografía de la mujer de Robert Schumann

13/01/2012 - 14:49 Redacción

  
   El Centro de la Mujer de Sigüenza difunde en este mes de enero la biografía de Clara Wieck, extraordinaria concertista y compositora cuya vida se esconde, injustamente, detrás de la de Robert Shumann. Con su difusión a través de los medios de comunicación locales y en el propio Centro, el equipo que lo dirige pretende, una vez más, establecer como referente de la sociedad local la trayectoria de esta extraordinaria mujer.


  “Nací el 13 de septiembre de 1819 en la ciudad alemana de Leipzig. Mi padre tenía un pequeño negocio de pianos y era profesor de música. Hasta el 4º o el 5º año de vida no empecé a hablar. En cambio, como oía tocar mucho el piano, mi oído para la música se desarrolló muy pronto”. Así comienza el diario de Clara Wieck. Tal vez este nombre no resulte muy familiar... pero es seguro que sí nos suena su apellido de casada: Schumann. Quién no ha oído hablar de Robert Schumann…, aunque quizá los más legos no pongamos notas a ninguna de sus obras. Tal vez, incluso, conozcamos alguna pieza de Schumann y se la atribuyamos a Robert siendo en realidad de Clara, perdiéndose la autoría detrás de un apellido que pasó a ser de ambos.

  La vida de Clara fue apasionante y apasionada, y quedó reflejada en varios tomos de diarios y cartas que aún se conservan. Hija de padre y madre separados, fue Friedrich, su padre, quien se hizo cargo de su educación. Planeó para Clara una carrera musical de concertista, así que empezó por proporcionarle una formación muy completa. Estudió, por supuesto, piano, pero también canto, violín, instrumentación y composición.

  Sin duda, una infancia particular en la que convivían la inocencia y la profesionalidad. Sirva como ejemplo uno de los mensajes que dejó plasmados: “Querida madre, ayer cumplí 8 años, y recibí muchos regalos [...] Berta me regaló una tarta de ciruela y una bolsa de costura. También toqué un concierto de Mozart con acompañamiento de orquesta. Resultó bien y no me azoré nada; pero me molestaron los aplausos y lloré”. Tartas de ciruela y conciertos de Mozart, curiosa mezcla de aficiones para una niña tan pequeña. En resumen, fue una “niña prodigio”. Dio su primer recital público en Leipzig a los 11 años y al mismo tiempo comenzó a componer.

  Un año después publicó sus primeras obras, Cuatro polonesas para piano. Cuando tenía 14 años, conoció al entonces alumno predilecto de su padre, Robert Schumann. Pese a que Robert era nueve años mayor que ella, hubo una conexión instantánea. Robert le lanzó algo así como un piropo: le dijo que tocaba como un sargento de caballería. Comenzó de esa manera una de esas historias románticas que dan para hacer una película.

  O dos, más concretamente, porque investigando un poco hemos encontrado “Sinfonía de primavera”, de 1983, con Nastassja Kinski como Clara; y “Song of love” traducida como “Pasión inmortal” de 1947 con la estupenda Katherine Hepburn –que merece un espacio aparte- en el papel de la pianista. En 1835, cuando contaba apenas 16 años, Chopin la reconoció como la única artista capaz de tocar la música que él componía. Mendelssohn la comparaba con un diablillo.

  Goethe le atribuía la fuerza de seis muchachos juntos. Liszt, considerado como el mayor virtuoso de la época, reconoció en ella un especial talento y siempre manifestó su admiración y respeto hacia Clara, tanto en su faceta de compositora como en la de pianista. Sin embargo, Clara fue muy crítica consigo misma. Seguramente pocas mujeres en su época podían estar seguras de tener capacidad artística, por muy evidente que ésta fuese. Y así, escribió: “Alguna vez creí que tenía talento creativo, pero he renunciado a esta idea; una mujer no debe desear componer. Ninguna ha sido capaz de hacerlo, así qué ¿por qué podría esperarlo yo?” Y sin embargo, lo hizo.

  Su obra no es muy extensa, pero sí de gran calidad. Clara sabía que para la composición era necesario mantener una cierta soledad, cosa que le resultaba muy difícil, con tanto trajín amoroso. Y es que su romance con Robert fue muy, muy tormentoso. Su padre, que veía peligrar la carrera en la que tanto tiempo y dinero había invertido, se negó a su matrimonio. Así que emprendieron una batalla legal para poder casarse. Clara, pese al dolor que le causaba el rechazo de su padre, se mantuvo firme y segura del mutuo amor que Robert y ella se profesaban y que inspiró gran parte de las obras que compusieron. En 1940 pudieron al fin contraer matrimonio, para felicidad de ambos.

  La carrera de Robert mejoró desde el enlace y, animado por su esposa, empezó a componer música no sólo para piano, sino también para orquesta, consolidándose como el gran compositor que hoy reconocemos. El padre de Clara cedió y quiso reconciliarse con la pareja.

  Tuvieron ocho niños y niñas que alegraban su hogar. Sin embargo, la vida de casada de Clara no fue en absoluto plácida. A medida que su descendencia crecía, vio reducido el ritmo de sus conciertos. Robert tenía lo que por entonces llamaban “crisis nerviosas”. Como remate, en 1854 su ilustre marido intentó suicidarse arrojándose al Rin. Por consejo médico, Clara ingresa a Robert en un sanatorio mental, donde, para su desesperación, le prohibieron visitarle. Se encuentra sola, apurada económicamente por la manutención de sus hijos e hijas y con una profunda preocupación por el melancólico ánimo de su marido.

  Esta angustiosa situación se prolonga por dos años; tras mucho insistir, consigue poder visitar a su esposo, cada vez más deteriorado. No mucho tiempo después, Robert muere, aunque no sin antes haber podido contemplar por última vez el rostro de su musa amada. Clara retoma entonces con fuerza su carrera musical y sus giras por Europa. No le faltaron pretendientes para rehacer su vida sentimental, entre ellos el mismísimo Brahms, ferviente admirador -en todos los sentidos- de esta mujer sorprendente. Tuvo que ver morir de forma prematura, además de a su marido, a cuatro de sus hijos. Pese a todo, continuó adelante.

  Y llegamos así al momento actual en el que Clara Wieck, pese a ser una mujer extraordinaria y una pianista excepcional de reconocida reputación incluso en su propia época, ha pasado a la historia fundamentalmente como la esposa de Robert Schumann. Su bagaje personal y profesional constituye un claro ejemplo de por qué es hora de cambiar ese refrán de “detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Es cierto que Clara estuvo detrás de Robert, alentándolo; pero también delante, tirando de él; y sobre todo, a su lado, en igualdad de talento y compartiendo una pasión. Que sirva esta breve biografía para ayudar a reconocer a Clara el lugar que le corresponde.