El Corpus arrastró a cientos de fieles en su celebración
La fiesta del Corpus Christi no defraudó. Amparados bajo un sol de justicia, cientos de guadalajareños -mayores y pequeños- recibieron con expectación a la procesión del Corpus Christi por las engalanadas calles de la capital. El calor no fue suficiente impedimento para que desde buena hora de la mañana muchos vecinos que no asistieron al oficio religioso en la concatedral de Santa María, fueran cogiendo sitio, sobre todo, por la calle Mayor, la plaza Santo Domingo y Boixareu Rivera, por donde al filo del mediodía discurriría la comitiva
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo no defraudó. Amparados bajo un sol de justicia, cientos de guadalajareños -mayores y pequeños- recibieron con expectación a la procesión del Corpus Christi por las engalanadas calles de la capital. El calor no fue suficiente impedimento para que desde buena hora de la mañana muchos vecinos que no asistieron al oficio religioso en la concatedral de Santa María, fueran cogiendo sitio, sobre todo, por la calle Mayor, la plaza Santo Domingo y Boixareu Rivera, por donde al filo del mediodía discurriría la comitiva. La primera alfombra ornamental dispuesta a las puertas de Santa María marcaba el comienzo de la procesión. Primero fueron los acordes de los Dulzaineros de Guadalajara y, momentos después, la llegada de un coche de policía alertaron a todos los allí presentes, apostados en las inmediaciones de la Glorieta de Bejanque, del inminente paso del Corpus. Tras la parada en el primer altar, en la Plaza de Bejanque, obra de la Asociación de Vecinos Puerta de Bejanque, con las manos enguantadas, el portador de la gran cruz de plata y su Jesucristo crucificado hicieron su esperada aparición ante la atenta mirada de cientos de curiosos. Encabezaba la procesión Jesucristo y los 12 apóstoles, llamativos con sus túnicas de fuerte colorido y acompañados todos y cada uno de ellos por varios niños y niñas vestidos de primera comunión, quienes sonreían ante los numerosos flashes de las cámaras de familiares y amigos que no dudaban en inmortalizar el momento. Entre los recién comulgados más de uno portaba abanicos o botellines de agua para contrarrestar el evidente calor. San Pedro fue el cabecilla de la comitiva, seguido por San Pablo, San Andrés, Santiago el Mayor, San Juan -que destacaba por la gran cantidad de niños que le acompañaban a su paso-, Santo Tomás, Santiago el Menor, San Felipe -a cuyo paso se aligeró el ritmo de la procesión-, San Bartolomé, San Mateo, San Bernabé y junto a la megafonía, San Matías. Unos metros más atrás ondeaban al viento los estandartes de todas las hermandades de la ciudad y la bandera nacional, poniendo una nota más de color a la decoración de las calles, que lucían alegres y vistosas a causa de las guirnaldas, banderines y numerosas flores salpicados por doquier. Más brillante si cabe con los rayos del sol, se atisbaba la belleza de la Custodia del Corpus, blanca y dorada, colores de pureza y de luz, escoltada por las autoridades, la presidenta de la Diputación, la subdelegada del Gobierno, Araceli Muñoz y la Delegada de la Junta de Guadalajara, Magdalena Valerio, junto a varios diputados regionales, el alcalde de la capital, Antonio Román y varios concejales; la Banda de Música provincial y numerosos fieles que prefirieron caminar en todo momento junto a la procesión aguantando de forma estoica las elevadas temperaturas que se dieron ayer. Cuando el reloj ya indicaba las 12.30 horas el Corpus enfiló el comienzo de Boixareu Rivera, en dirección a Santo Domingo. Posiblemente ésta pudo ser una de las estampas más bonitas de toda la procesión, en la que es sin duda una de las calles más emblemáticas de la ciudad, donde cientos de personas se arremolinaban en la barandilla del parque de La Concordia, oculta tras mantones carmesí con el escudo capitalino. Mientras tenía lugar una oración en alabanza a Dios, cientos de pétalos lanzados por vecinos asomados en los balcones acariciaban el paso del Corpus que se acercaba a la Plaza de Santo Domingo, dejando una colorida estela a su paso, al igual que lo hacía el característico olor del incienso liberado de un botafumeiro. Agolpados los guadalajareños en la única acera sombreada, donde también confluían con otros tantos vecinos que se habían acercado al Mercado Goyesco instalado en el parque de La Concordia, el repique de las campanas de la iglesia de San Ginés anunciaba la llegada de la comitiva al altar de la Hermandad del Santísimo Cristo del Amor y la Paz, ubicado justamente en el paso de peatones y en el que una hogaza de pan y unas velas aparecían flanqueadas por los pilares en los que se levantaban dos centros con flores, todo ello dominado por una imagen de Jesús. Entremezclándose suaves cantos al amor se oían algunos comentarios de a quien el calor y el cansancio ya iba haciendo mella, como ocurrió con varios mayores, que a la llegada de la procesión por Santo Domingo decidieron desligarse del paso del Corpus o a quienes su estómago ya comenzaba a dar señales de alarma. Cada calzada por la que transcurrió la comitiva se distinguía por algún detalle especial, como la calle Mayor, regada por ramas de romero y palmas. Era en la plaza del Jardinillo, con el termómetro marcando los 34 grados y la fuente cosechando en torno a ella a una hilera de niños esperando para beber agua, donde quienes disfrutaban de un refresco en la terraza del bar Minaya se situaron como testigos de excepción al paso de la procesión. La parada ante el altar de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, levantado justo enfrente de la iglesia de San Nicolás el Real, no fue sino el preludio de uno de los momentos más especiales de una festividad que ya no sólo destaca por su importancia religiosa, sino también por su valor social, festivo y estético. Una gran cantidad de vecinos, entre los que no faltaron algunos con muletas o incluso con sillas de ruedas, en su afición o devoción por el Corpus Christi, aguardaba impaciente en Miguel Fluiters ante la gran alfombra ornamental elaborada por la Cofradía de la Pasión del Señor, fabricada con kilos y kilos de serrín, ya contemplada y admirada durante buena parte de la mañana, antes del comienzo del desfile. Antes de enfilar hacia la calle Teniente Figueroa y acompañados por una agradable brisa y el vapor de agua de los nuevos aparatos nebulizadores, la comitiva realizaba una oración por la Familia, bajo varios banderines gualdos. Allí les esperaba, escarlata, el altar de la Cofradía Esperanza Macarena, a las puertas de la parroquia de Santiago Apóstol, trasladado de su ubicación tradicional en el Ayuntamiento a causa de las obras. De nuevo eran las campanas las que con su repiqueteo constante y alegre tañido anunciaban la inminente llegada de La Custodia en su retorno a la plaza de Santa María, donde arropada por todos los fieles la bendición eucarística puso el broche a una jornada luminosa.