El Cristo de la Lluvia

30/03/2019 - 12:48 José Serrano Belinchón

En nuestro pueblo se hicieron procesiones por el campo casi a diario y antes que después llegaban las lluvias. 

La situación climatológica que venimos atravesando y el estado del campo, como consecuencia, no es nada nuevo en las anchas y largas tierras de las dos Castillas. Allá por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, las sequías de primavera en Olivares, mi pueblo natal, eran a menudo como una constante. Labradores o no, ancianos, jóvenes y niños, mirábamos al cielo con ojos de desesperada súplica. Alguien propuso acudir en masa a la aldea de Ucero, siete u ocho kilómetros de distancia, y traerse en procesión a la imagen de la Virgen, de la ermita en la que se le veneraba: una vieja talla en posición sedente, con el Niño Jesús sentado sobre sus rodillas, y una especie de lucero o estrella en su mano derecha sobre la pequeña bola del mundo. En nuestro pueblo se le hicieron procesiones por el campo casi a diario, se le rezaba, se le cantaban añosas canciones de súplica, y al final, más bien antes que después, llegaban las deseadas lluvias, todavía a tiempo y se salvaban las cosechas. La venerada imagen se devolvía después a la ermita de su aldea.

            En relación con esto mismo, me sonrío al recordar cómo en uno de los pueblos del Bajo Señorío de Molina, en Alustante, coincidiendo con mis laboriosos escritos sobre los pueblos de la provincia, di con un hombre encantador, ya de edad avanzada, se llamaba Juan Martínez, que se prestó voluntario para enseñarme la iglesia. Nuestro hombre había sido antes sacristán y barbero.

            Ya dentro de la iglesia, el buen hombre me fue hablando de cada una de las imágenes de los santos que teníamos más cerca, a los que por costumbre les llamaba de tú. A la Virgen de la Natividad, patrona del pueblo, le decía ¡Guapa, sí señor! Después me condujo a una capilla en la que tenían al Cristo de las Lluvias. ¡Bonita advocación!, le dije. Sí, sí, me respondió; pero lo tenemos como un poco castigado. ¿Y eso por qué?, le pregunté. Pues muy sencillo; aquí, cuando no llueve sacamos en procesión a San Roque; pero un año, siendo yo muchacho, sacamos al Cristo. No lo hemos vuelto a sacar más. La cosa es que cuando salimos de la iglesia estaba raso; luego se formó una nube que fue creciendo, creciendo, y se lió una tronada antes de volver a la iglesia, y descargó una cantidad de agua como nunca se ha visto nada igual.

            Rogativas, una palabra que muchos jóvenes y los niños desconocen. El olvido de la mano de Dios, en aquello que al hombre le resulta imposible conseguir, habría que volverlo a tomar en cuenta. Sí, sí, aunque a algunos les resulte fuera de lugar.