El enroque del Rey

22/03/2020 - 12:34 Emilio Fernández Galiano

Estaba previsto. “En cuanto toquen pelo, irán a por él. Y desde el flanco más débil, su padre”.  No contaban, además, poder contar con otro virus, Villarejo.

Todo viene del gallego. Franco no quería una monarquía pobre. Estaba hasta los mismísimos de que SU oligarquía, SU nobleza, SU “establishment”,  SU élite cultural y empresarial no parara de viajar a Estoril a mantener al masón. “Y encima me engañan, Carmen”.  No lo soportaba, ni al conde ni sus circunstancias. “Torcuato, preocúpese de que al niño no le pase lo mismo”. Y Fernández-Miranda se los trasladó a Suárez, y éste a José Mario Armero; punto y redondo. Contó con Prado y Colón de Carvajal y Miguel Primo de Rivera Urquijo, dos leales a Adolfo Suárez. Y al futuro rey.

Juan Carlos de Borbón y Borbón vino de Estoril con sólo 10 años. Se despidió de su padre llorando sin consuelo partiendo hacia una tierra desconocida.  Y con lo puesto, en el Lusitania Express, un tren parecido a un ferrobús pero con más madera.  Habiendo trascendido la noticia de su llegada, y para evitar concentraciones monárquicas, Franco dispuso que el fin de trayecto fuera un apeadero cerca de Madrid para desde allí, y después de oír misa, fuese trasladado a Las Jarillas, una finca a las afueras de la capital en la carretera de Colmenar Viejo. Allí le esperaban los únicos que, a la larga, fueron sus amigos durante mucho tiempo, y continúan siéndolo, un pequeño grupo de aristocráticos chavales con buenos expedientes en sus tiernos estudios. Jaime Carvajal, José Luis Leal, Fernando Falcó, Alonso Álvarez de Toledo y su primo Carlos de Borbón Dos Sicilias, entre otros. Sus respectivas familias lo acogieron siendo conscientes de que su protección podría garantizar la sucesión dinástica de la monarquía, sufragando absolutamente todos los gastos. Poca cosa. 

 

Nombrado ya príncipe de España, título inédito capricho del dictador, y su sucesor oficial, le alojaron en La Zarzuela y comenzó a patear España para oprobio de los integristas del régimen que procuraban boicotear cada visita a cualquier ciudad española. Se le arrojaban tomates y el desprecio de muchas de sus autoridades era ignominioso. No contaban con un hecho que les descolocó; Franco apreciaba a Juan Carlos y vio en él el hijo que nunca tuvo. Juan Carlos, hasta hoy, siempre respetó la figura de quien le confió el futuro de España, aún sabiendo que todo cambiaría. Por entonces, las partidas presupuestarias para mantener la estructura de La Zarzuela eran cuarteleras hasta que Franco se dio cuenta de que Juan Carlos estaba tan tieso como su padre: “Torcuato, preocúpese de que al niño no le pase lo mismo”.

Muerto el dictador se puso en marcha el engranaje planeado. De la Ley a la Ley, el “harakiri” de las cortes franquistas, el nombramiento de Adolfo Suárez, la legalización del PCE y una Constitución democrática a nivel europeo. Con algunos peros, fue todo ejemplar, admirable, la Transición política más famosa del mundo. Y con Juan Carlos como “motor” del cambio. Y sus circunstancias. 

Lo que estaba previsto. España pasó del furgón europeo a superar a Italia, nuestras empresas se convirtieron en multinacionales españolas en energía, construcción, telecomunicaciones, turismo. Nuestros bancos reconquistaban América y hasta se vengaban de la Armada Invencible en Reino Unido. Al presidente de los Estados Unidos sólo le despertaban o el Papa o el rey de España, y Felipe González respaldaba y colideraba el relanzamiento nacional. Y sus circunstancias. 

A este país no le conocía “ni la madre que lo parió” y en USA nos conocían por el “give me two”, “deme dos”, porque éramos los reyes del mambo, los triunfadores, los protagonistas del mayor cambio que un Estado europeo hubiera protagonizado en tan poco tiempo. Y sus circunstancias. 

Por no hablar de nuestras infraestructuras, el AVE, nuestros aeropuertos, nuestras cadenas hoteleras, nuestras autopistas, nuestros centros de negocio, nuestros restaurantes, nuestros vinos, nuestra gastronomía, nuestro turismo, nuestros museos, nuestro deporte “si eres campeón de algo, eres español”. Nuestra sanidad, primer país del mundo en donaciones, nuestros artistas, nuestra cultura. En definitiva, la joya de la corona. Y sus circunstancias. 

La joya era nuestro monarca, don Juan Carlos, el mejor embajador, nuestras empresas “multinacionales” se lo rifaban para que les acompañara a sus periplos internacionales,  y se mataban por incluirse en su séquito en los viajes oficiales. Él y la reina, por su discreción, amor al arte y a los fines benéficos, eran el tándem ideal. Y sus circunstancias, una monarquía que no fuera paupérrima, pobre de solemnidad. 

Que son las que son, estaba previsto. Otros ex banqueros cobran jubilaciones externalizadas no habiendo hecho nada por su país. Nadie puede dudar cuánto ha hecho don Juan Carlos. ¡Claro que ha fallado el impecable engranaje! Condición humana por una de las debilidades más antiguas del hombre. 

Saltó la rana venenosa encarnada por un comisario vírico, contaminante. Y una pretendida princesa despechada. Entre los dos han tejido una peligrosísima partida de ajedrez. Un pretendido jaque mate al que Felipe VI ha tenido que responder enrocándose. Sacrificando una de sus mejores piezas. Y reencarnado el dolor paterno filial que ya vivió su padre con su abuelo. Por España, todo por España, asumió don Juan en la renuncia de sus derechos dinásticos. 

El irresponsable pacto de Sánchez con los que siempre denostaron nuestro país le ha podido salir muy caro. Un puto virus le ha reubicado y probablemente ya esté arrepentido. “En cuanto toquen pelo, irán a por él. Y desde el flanco más débil, su padre”.   No contaban, además, poder contar con otro virus, Villarejo.

Y termino citando a Raúl del Pozo –nada sospechoso- en su contraportada de El Mundo del pasado lunes: “Insisto: el procedimiento judicial viene de Suiza y la sospechosa es Corinna. En España no se ha empezado proceso alguno sobre la supuesta fortuna de Juan Carlos I, aunque hay ganas de arrastrar o mandar al exilio al mejor Rey que ha tenido España en los últimos 200 años”.