El feminismo es abolicionista


Lo cierto es que la abolición de la prostitución forma parte de las reivindicaciones originarias del movimiento feminista, que entendía que hacer de las mujeres una mercancía era un ataque a la dignidad.

La semana pasada Madrid acogió el Consejo de la Internacional Socialista de Mujeres, reunión en la que tuve el honor de participar como miembro de la delegación española y donde tomé la palabra para hablar de una de las manifestaciones más lacerantes de la desigualdad: la prostitución, la cual se nutre de la «mercancía» proporcionada por las redes de trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual.

En este cónclave rememoramos que fueron las mujeres socialistas las que en 1910 −tras una petición realizada por las compañeras norteamericanas a la presidenta de la Internacional de Mujeres, Clara Zetkin− señalaron un día para recordar la lucha de las mujeres, fecha que la ONU reconoció en 1975 dándole la oficialidad y universalidad con que las hoy la conmemoramos el Día Internacional de la Mujer.

Lo cierto es que la abolición de la prostitución forma parte de las reivindicaciones originarias del movimiento feminista, que entendía que hacer de las mujeres una mercancía era un ataque a la dignidad inherente a nuestra humanidad. Además, la teoría feminista ha desmontado el mito de la libre elección, pues para poder actuar con libertad esta no se puede ver condicionada por la necesidad, la pobreza… o los proxenetas. 

De todo esto y de la desigualdad estructural subyacente el feminismo ha sido consciente desde sus inicios. Además, como ya se ha apuntado, la prostitución es el vehículo de uno de los negocios más ignominiosos, pero también más lucrativos del mundo, que es de la trata de mujeres y niñas. Leen bien, niñas, porque la asquerosa violación de menores es una de las demandas más frecuentes en el sistema prostitucional y la pornografía.

Por ello el abolicionismo de la prostitución es una postura netamente feminista, no un planteamiento moralista. De hecho, en esta ocasión voy a hablarles de Butler −pero no de Judith Butler y sus postulados woke tan contrarios al feminismo de la igualdad−, sino de Josefhine Butler, la imparable feminista inglesa que en 1869 inició una campaña contra el reglamentarismo de la prostitución y su marcado sesgo machista, iniciativa que dio sus frutos en 1889 al derogarse las leyes británicas que no hacían más que dar cobertura al proxenetismo y la explotación sexual.

Los requerimientos de Butler, la buena, se concretaron en la Federación Abolicionista Internacional creada en Ginebra en 1877 y que en España se difundieron gracias a un artículo de la grandiosísima Concepción Arenal publicado ese mismo año en la revista La voz de la caridad. Arenal estuvo a punto de participar en el segundo congreso de la Federación Abolicionista celebrado en Génova en 1880, pero fíjense qué cosas, las presionas ejercidas se lo impidieron.

En el último tercio del siglo XIX, en nuestro país hubo intentos de constituir una organización nacional abolicionista de la prostitución que no llegaron a cuajar. En ese propósito, además de la mencionada Concepción Arenal, estuvieron personajes como Rafael María de Labra, muy vinculado a la Institución Libre de Enseñanza; incluso vino una emisaria de Butler, la condesa de Precobin, buscando adhesiones para la causa.

Caricatura de mitin abolicionista con Victoria Kent, Beatriz Galindo, María Martínez Sierra, Aurora Riaño, Pilar Oñate y César Juarros. Fuente: Museo de Pontevedra.

Ya en el siglo XIX la prostitución era una contrariedad social de enorme magnitud. El número de mujeres prostituidas era alarmante, pero más la situación deplorable en la que vivían. Para los gobiernos, la prostitución suponía una tremenda complicación, aunque no tanto por las condiciones de vulnerabilidad extrema de las prostitutas, como porque las enfermedades de transmisión sexual se habían convertido en un auténtico problema de salud pública que afectaba a los puteros, a sus familias y a las mujeres en situación de prostitución.

En fin, la doble moral más preocupada por la salud de los puteros que por las circunstancias que llevaban a las mujeres a la prostitución (pobreza, haber sido concebidas fuera del matrimonio, ser hijas de prostitutas, embarazos no matrimoniales, etc.). La «solución» que se encontró fue la de la reglamentación de la prostitución −que lejos de dar libertad a las mujeres, las sujetaba aún más a las mafias, los lupanares y los proxenetas− que en España se impuso desde mediados del XIX hasta 1935 y que luego fue retomada por la dictadura de Franco hasta 1956 (otro ejemplo de la doble moral del nacional-catolicismo).

La Alianza Internacional por el Sufragio de la Mujer, la potente plataforma defensora del voto femenino, estableció formalmente en 1913, en su congreso de Budapest, su oposición a la prostitución. Insisto en que no eran enfoques moralistas. Estamos hablando de una organización progresista y avanzada.  En cuanto a las asociaciones feministas españolas, que ya estaban vertebradas desde 1918, también se posicionaron en contra del sistema prostitucional y, quizá, con más ahínco tras su adhesión al movimiento internacional en 1920. Así, en la manifestación sufragista encabezada por Carmen de Burgos, la abolición de la prostitución se enarboló como uno de sus principales objetivos.

Un año más tarde, en 1922, se fundó la Sociedad Española de Abolición, de la cual fueron pilares importantes el doctor César Juarros y Jesús Hernández Sampelayo, la siempre presente Clara Campoamor, mi querida María Lejárraga o mi admirado paisano cifontino José Serrano Batanero, uno de los juristas más ilustres y comprometidos con la democracia que ha tenido nuestro país.

En 1927, Juarros quiso llevar a cabo un gran congreso en cuyo comité se encontraban mujeres de reconocida trayectoria en el feminismo como la doctora Concepción Aleixandre, Matilde Huici, Isabel Oyarzábal, Julia Peguero o las ya citadas María Lejárraga y Clara Campoamor, etc. Las ponencias previstas casi podrían reeditarse hoy en día (inutilidad del método reglamentarista, la razón ética del abolicionismo, la educación sexual y la protección a las madres solteras) y es que a pesar de lo mucho que hemos avanzado las mujeres, lo relacionado con la mercantilización de nuestros cuerpos no dejado de expandirse.

Al final el congreso no pudo celebrarse. La dictadura de Primo de Rivera hizo su mella en los movimientos sociales del momento y el congreso no logró adquirir el impulso que necesitaba. No obstante, muchos de los promotores de dicho congreso formaron parte de las Cortes democráticas que se constituyeron en la II República, donde lograron reavivar el debate en el Congreso de los Diputados varias veces hasta que el golpe franquista acabó con las libertades de la sociedad española y aún más con los derechos conquistados por las mujeres. Si les parece, dejamos para otra Vindicación lo ocurrido entre 1931.