El legado de los comuneros


 Protagonizaron en 1520 la primera revolución moderna de la historia. 

Llega el 23 de abril, el día de Castilla, y no puedo evitar escribir sobre uno de esos episodios de nuestra historia que, bajo mi punto de vista, podrían haberlo cambiado todo. Hablamos, por supuesto, de la rebelión comunera de 1520-1521.

Una rebelión en la que estuvo implicada Guadalajara, y que muchos historiadores consideran como la primera revolución moderna de la Historia. Mucho antes que la francesa o la americana ¿y por qué decimos esto? Pues sencillamente porque era la primera vez que un pueblo entero se levantaba, no para pedir pan o menos impuestos, sino para cambiar todo el sistema político, y para exigir que se contara con la gente humilde (el Común, y por eso se les llamaba comuneros) para el gobierno del reino. Fue la primera ocasión en la que se abogó por sustituir una monarquía absoluta por un sistema de gobierno en el que tuviera cabida algo parecido a lo que entendemos por democracia. Igual que hicieron los famosos revolucionaros franceses, pero varios siglos antes. Y es que Castilla, en el siglo XVI, estaba mucho más avanzada que otros reinos europeos en un sinfín de cosas.

Repasemos los hechos de forma resumida: en 1504 muere Isabel la Católica, la gran reina que supo llevar a Castilla a un momento de enorme prosperidad. Tras ella, el trono le debería haber correspondido, según las leyes del reino, a su hija Juana: una mujer de probada inteligencia, pero cuyo amor enfermizo por su esposo, el flamenco Felipe el Hermoso, le llevó a tener comportamientos públicos poco ortodoxos. No era la primera vez, ni sería la última, que un miembro de la realeza se comportaba de forma extravagante, pero en este caso Juana sufrió primero la ambición de su padre, Fernando el Católico, luego de su esposo, y finalmente de su hijo Carlos, a quienes les interesaba que la reina fuera considerada como una loca para conseguir ellos un poder que no les correspondía. Acabaría sus días encerrada en Tordesillas, abandonada y traicionada por aquellos a quienes más amaba.

Juan Bravo, el Comunero de Atienza.

Es así, apartando a su madre, como Carlos V consiguió hacerse con el trono en 1519, una vez fallecidos su padre y su abuelo. Muchos castellanos vieron la llegada del joven rey como una oportunidad para que Castilla saliera de la anarquía política en la que estaba sumida, pero pronto se llevaron una enorme decepción. El muchacho, un extranjero de apenas 19 años, no entendía una palabra de castellano, ni conocía las costumbres del reino. Es más, venía rodeado de una caterva de flamencos que comenzaron a tratar Castilla como si fuera un país conquistado, tomando todos los puestos de poder, y robando el dinero de los impuestos castellanos para saciar su codicia personal.

Los castellanos estaban perplejos por este comportamiento, pero la chispa que prendió la rebelión surgió cuando el rey exigió a las Cortes una desproporcionada suma de dinero para coronarse Emperador, pues lo necesitaba para sobornar a los príncipes alemanes que debían elegirle. Para los castellanos, usar el dinero de sus impuestos para conseguir un trono imperial lejano y extraño era una aberración, pues no había ningún honor más grande para nadie que ser rey de Castilla ¿a quién le importaba lo que sucediera en Alemania? El caso es que Carlos V consiguió el dinero sobornando, amenazando e intimidando a los procuradores que las ciudades castellanas enviaron a las Cortes, que votaron a favor de la petición del rey. Cuando la noticia de la traición de estos procuradores fue conocida, las ciudades castellanas estallaron en rebeldía. Entre ellas Guadalajara, donde el pueblo se reunió en la plaza del Concejo, destruyó las casas de los diputados traidores, y tomó el alcázar de la ciudad.

Hasta aquí no hay mucho de novedoso: un rey tiránico, un pueblo que se enfada… ¿dónde está ese rasgo distintivo que nos permite decir que los comuneros fueron la primera revolución moderna de la historia? La respuesta la podemos encontrar en el programa político de los revolucionarios. Y es que, hasta ese momento, las revoluciones habían sido estallidos de ira que se dirigían contra personas o situaciones concretas, pero que no buscaban cambiar el orden de las cosas. Los comuneros, sin embargo, canalizaron el enfado del reino para proponer todo un programa político tremendamente moderno, y que podríamos calificar casi de democrático. En pleno siglo XVI, no lo olvidemos.

Por ejemplo, los comuneros exigían que el poder del rey fuera limitado, y no absoluto, y que esa limitación viniera dada por las Cortes del reino. Unas Cortes compuestas por representantes de las ciudades elegidos por sus vecinos de manera democrática, y convocadas de manera ordinaria cada cierto tiempo. Es decir, que los comuneros pedían una monarquía parlamentaria sostenida por algo muy parecido a lo que hoy entendemos por democracia. No muy diferente a lo que hoy tenemos en nuestra Constitución, aunque con las limitaciones propias de la época.

Los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo por Antonio Gisbert.

Las Cortes, por tanto, serían las que marcarían al rey las líneas maestras de su política, y el monarca no podría decidir libremente declarar guerras, o hacer uso discrecional de los impuestos. Serían las Cortes, y por tanto el reino, el que estaría por encima del rey, y no al revés, como quería Carlos V. Ser rey, en suma, debía ser visto como una responsabilidad, y no como un privilegio, porque las Cortes dictarían las leyes, y nadie, ni siquiera el rey, podría estar por encima de ellas.

Un pensamiento que encaja perfectamente con las democracias occidentales actuales, pero que se desarrolló quizá demasiado pronto, en una Europa marcada por las monarquías absolutas. Carlos V no entendió a los comuneros, porque consideraba su poder de origen divino, y la nobleza por supuesto veía las ideas de los comuneros como algo peligroso que acabaría destruyendo sus privilegios. Así que ambos, la Corona y los nobles, se encargaron de aplastar aquella revolución liderada por las ciudades y sus clases medias y populares. El caso de Guadalajara es muy claro, pues aquí el duque del Infantado se afanó en estrangular la rebelión ejecutando y capturando a sus capitanes. Los comuneros fracasaron porque el imperio de Carlos V era demasiado poderoso, y porque Europa no estaba aún preparada para dar ese salto a la democracia, que comenzó a ser efectivo en el siglo XVIII. Los franceses se llevarán la fama con su revolución, pero ¿se imaginan cómo hubieran cambiado las cosas si los comuneros de Castilla hubieran tenido éxito? Quizá ahora estaríamos hablando de que nuestra democracia sería las más antigua del mundo.