El mangurrino
Era como un niño. Con su imperurbable jovialidad nos confundía a los que a duras penas llegamos a la sonrisa.
Nuestro periódico recordaba la semana pasada al Mangurrino. La actual generación no sabe quién fue. Trataré de decírselo recuperando algo de lo entonces escrito. Era como un niño. Con su imperturbable jovialidad nos confundía a los que a duras penas llegamos a la sonrisa. “¿Cómo es posible que alguien ría y cante constantemente?, nos preguntábamos. Para él no había tristezas. Yo creo que en la floristería en que ayudaba tenían que advertirle para que se reportara cuando llevaba flores a los duelos. Con su flor en el ojal y en el sombrero, con su puro y con su guitarra se sentía el amo del mundo. Y lo era. Porque, ¿hay mejor posesión que la alegría? La risa y la canción eran su principal patrimonio. Reía, tocaba y cantaba sin prejuicios, con la inconsciencia de quien prefiere reir a pensar .
Encontraron el cadáver en su domicilio en plenas ferias y fiestas de 1978. La ciudad lo sintió como un personaje popular que era. A todos nos dolió su desaparición súbita, precisamente cuando mejor encajaba su habitual contento con el bullicio callejero. Nos emocionó su muerte impensada, el brusco apagón de su alegría, la desaparición para siempre de su figura ágil y nerviosa, presta al saludo y el piropo. Vivió libre, alegre y sin dinero en contraste con los ricos, tristes y sometidos a las preocupaciones de la riqueza. No le faltaron, sin embargo puros y flores para el ojal y para el sombrero, que no tuvo, en cambio, su féretro. Fue como un gorrión callejero. No le importaban ni le enfadaban las crueles bromas juveniles ni los insultos de los gamberros. El desdén era su escudo, sin perder por ello su sonrisa ni interrumpir sus desacompasados sones guitarreros.
Pasó por la vida sin preocupaciones aparentes, aunque quizá en la soledad de sus noches se sintiera inquieto. En la complicada vida moderna el Mangurrino no necesitó el DNI con su nombre. Y todos preferimos no saberlo. Pensamos que era mejor recordarle por su sobrenombre, por su gráfico alias derivado probablemente de “mangorrero”, que significa “despreciable, inútil, de poca estimación”. Y, sin embargo, paradojas de la vida, ¡ya quisiéramos muchos gozar de la estimación y el aprecio de que disfrutaba! Por lo pronto nos acordamos de él 38 años después de su muerte y le dedicamos espontáneamente un espacio que otros, más relevantes, pero seguramente menos queridos, han tenido que pagarlo. Cuatro décadas después, ¡descansa en paz, Mangurrino!