El voluntario de Albendiego regresa de Lesbos: Ha sido el trabajo mejor pagado que he realizado
Después de 45 días como voluntario en los campos de refugiados de la isla griega de Lesbos, Julio García ha regresado a Albendiego, Guadalajara. Sin embargo, este cocinero en paro piensa repetir la experiencia porque, aunque se ha dado de golpe contra la falta de sentimientos de la organización, ha conocido de primera mano el agradecimiento de quienes no tienen nada. Ha sido el trabajo mejor pagado que he realizado, pues he podido arrancar una sonrisa a los refugiados cuando, por ejemplo, les cantaba jotas y sevillanas mientras les servía la comida.
Sin embargo, su estancia en los campamentos se convirtió en un camino en el que había que ir solucionando un problema detrás de otro. Llegó cargado de ilusión y fortaleza a Mitilene, al sur de la isla, gracias a los fondos recaudados en una campaña iniciada por Acción Directa Sierra Norte en colaboración con Bienvenidos Refugiados Grecia. Su objetivo era sencillo pero lleno de grandeza: dar un plato de comida caliente y una pieza de fruta a cuantas personas pudiera. Y vaya si lo ha conseguido. Cifra en 15.000 las comidas que ha servido entre los dos campamentos en los que estuvo trabajando.
Los primeros días en Grecia los dedicó a la compra y el montaje de una cocina de campaña en el campo de Kara Tepe. De España se trajo algún dinero recaudado con ayudas de ONG y también un contenedor con comida básica y productos secos que se sumaron a otros cuatro contenedores enviados por Bienvenidos Refugiados España. Un grupo de alemanes financió gran parte de los utensilios de cocina necesarios para empezar de cero, como fogones, ollas, una mesa de trabajo y un fregadero de segunda mano. De esta forma, a los tres días ya estaba cocinando sus primeras 300 raciones.
En el campo de Moria, a 10 kilómetros del suyo, no había cocina, sólo una tienda de té que facilitaba bebidas calientes y galletas a los refugiados. Los voluntarios se mantenían a base de chocolatinas, snacks y, con suerte, el que tenía tiempo y vehículo podía acceder al kebab de Panfila , el pueblo más cercano, donde se abastecían de la comida rápida de las llamada cantinas móviles a precios abusivos.Ante este situación, Julio García decidió preparar 30 raciones diarias para ellos, para que pudieran estar fuertes y seguir realizando su grandísimo trabajo.
Pronto llegaron los problemas. Un responsable de los voluntarios le recriminó que compraba mucha comida que no era necesaria y se le terminó retirando los fondos para la adquisición de los alimentos. Sorprendido por esta decisión, no dudó en indagar qué había detrás de ello. Al final, le reconocieron que no se podía cocinar para el campamento de Moria, pues toda la financiación estaba aprobada para el de Kara Tepe. Ante la imposibilidad de resolver esta cuestión, el vecino de Albendiego siguió cocinando para Kara Tepe entre 200 y 300 raciones diarias. Tras realizar esta labor se marchaba a la plaza del aeropuerto para ayudar en el desembarco y rescate de más refugiados.
Sin embargo, no se rindió y acabó reuniendo dinero para comprar un camping gas, ollas y sartenes con los que cocinar para los voluntarios de Moria con independencia de los recursos de Kara Tepe. Sus ganas de avanzar y la ayuda recibida por parte de otros voluntarios le llevaron a hacerse con un coche pequeño para desplazarse por los mayoristas que iba conociendo y comprar así a precios más asequibles. Pese a estos grandes éxitos, Julio no podía dejar de sentirse culpable por no cocinar para los refugiados de Moria. Ir allí cada noche me había puesto en contacto con otra realidad: mientras que en Moria se hacinaban hasta 3.500 personas durmiendo en tiendas de campaña e incluso al raso cada noche, en Kara Tepe había casetas y tiendas de campaña con capacidad de hasta 2.000 personas, pero solo se acogían entre 300 y 500 refugiados. El motivo se lo dejó claro uno de los responsables de los voluntarios: Kara Tepe era sólo para las familias sirias registradas. Refugiados de otras nacionalidades, solteros, huérfanos o viudos eran excluidos. Yo tenía capacidad para producir hasta 1.500 raciones diarias y me estaba prohibido cocinar para la gente de allí, a solo 10 kilómetros.
Ese campamento está suministrado, como explica Julio, por un catering que cobra entre dos y tres euros por ración: 50 gramos de arroz con compota de manzana industrial en el desayuno; entre 100 y 150 gramos de arroz con pocas lentejas para la comida; y entre 100 y 150 gramos de judías verdes de conserva con tomate y arroz para la cena. En cada servicio se distribuyen entre 2.000 y 3.000 raciones, lo que deja un coste de 12.000 a 20.000 euros diarios con un margen de beneficios aproximado del 350 por ciento. El de Albendiego ha realizado estos cálculos tras asesorarse del coste de los productos con los mayoristas. Estoy de acuerdo que la situación en el país es mala, muy mala, pero enriquecerse a costa de otra gente que está aun peor es inhumano, concluye Julio en un manifiesto que confía en hacer viral a través de las redes sociales para dar a conocer los pormenores de su baño de realidad.