Ellas tampoco quieren crecer

09/07/2018 - 18:18 J. Pastrana

La madurez ocupa un lugar fundamental en todos los proyectos en los que han colaborado la guionista Diablo Cody y el director Jason Reitman. Ya en Juno, el personaje interpretado por Jason Bateman, Mark Loring, ofrecía un acercamiento interesante a lo que ahora nos encontramos en Tully. La diferencia: que en el caso de él se criticaba abiertamente su rechazo a las responsabilidades familiares, mientras que en el de ella se deja la puerta abierta a que la maternidad sea otra forma de esclavitud. O por lo menos eso es lo que parece durante una parte del metraje, porque lo cierto es que el mensaje final de Tully acaba siendo más tradicional de lo que inicialmente podría parecer.

 

Aunque lo habitual al hablar de cine sea fijar la mirada en el papel del director, ya nadie puede negarle a Diablo Cody su condición de guionista estrella. Juno le supuso un impulso brutal y su carismática historia, en la que siempre se destaca que ejerció como stripper, ha servido para afianzarla. Amenazó con ser la respuesta femenina a Quentin Tarantino, irreverente y muy personal, pero ni la calidad de sus guiones ni su pulso tras la cámara le han permitido hacerlo. Su voz podría aportar un interesante punto de vista femenino al mundo del cine, lo que no debe confundirse con aportar una visión feminista, pero da la sensación de que le falta fuerza para golpear al espectador.

 

Marlo (Charlize Theron) es una mujer con dos hijos que está a punto de dar a luz y que se encuentra ampliamente superada por su día a día. Su hermano, acomodado económicamente, decide pagarle una niñera nocturna para que se haga cargo del recién nacido durante las noches, garantizándole así horas de descanso. Aunque en un principio ella rechaza el ofrecimiento, finalmente decide aceptar, dando entrada en su vida a Tully (Mackenzie Davis), una joven que cambiará su vida.

 

Reitman es el encargado de poner en imágenes un guión que pide a gritos un poco de fantasía. Los encuentros entre Marlo y Tully, su complicidad, remiten a un mundo onírico, nocturno, que poco tiene que ver con la realidad de cada mañana. La mayor parte de la historia se desarrolla sin sobresaltos, de forma demasiado plana, por lo que sólo cabe esperar el momento en el que llegue algún drama o giro final, sin crescendo emocional alguno. Tully a veces juega a ser una película que habla de la liberación de la mujer, pero que al final se ciñe a ese miedo a madurar que su protagonista comparte con el Bateman de Juno y, me atrevo a decirlo sin verla, con la misma Charlize Theron de Young Adult, que en Tully vuelve a jugar a ser fea, lo que no le impide brillar al mismo nivel de Mackenzie Davis, la otra gran estrella de la función. Entretenida en líneas generales, gracias a su giro final, Tully transciende la simple crítica feminista al papel tradicional que ocupan los hombres dentro de la unidad familiar para adentrarse en un terreno mucho más interesante, el de los anhelos de aquellas mujeres que desean compaginar su deseo de ser madres con el de sentirse vivas.