En el Barranco de la Hoz
En la realidad completa de lo que ahora es el Barranco de la Hoz y en su santuario mariano, entran, en una proporción bastante equilibrada, toda una serie de factores a los que, aun con brevedad, convendría referirse.
Unos minutos o unas horas de soledad, lejos de los devenires de la época, sentado a placer sobre las frescas hierbas junto al santuario, es un poderoso reactivo contra todo mal del que, de tarde en tarde, nadie debería privarse. El fenómeno aéreo en competencia, con los riscos del campo molinés que se da en el Barranco, es algo que permanece grabado en el ánimo de quienes por allí van, con la misma fijeza y exactitud de un panorama cinematográfico bien cuidado.
En la realidad completa de lo que ahora es el Barranco de la Hoz y en su santuario mariano, entran, en una proporción bastante equilibrada, toda una serie de factores a los que, aun con brevedad, convendría referirse. Serían ellos, por una parte el paisaje y la paciente aportación de la Naturaleza, por conseguir, a fuerza de siglos de desgaste, aquel rincón tan cargado de surrealismo que sirve de escenario a la ermita y al complejo lugar de su enclave; por otra, el hecho humano, es decir, la tradición misma, la historia verdadera, y un poco también, por aquella jugosa pizca de leyenda que viene a ser, al fin y al cabo, el condimento ideal que convierte en más digeribles y de mejor paladar los bocados de Historia.
Sucedió por aquellos enrevesados vericuetos de la quebrada que, allá por el siglo XII, un pastor de Ventosa perdía una res, en tarde desapacible por las orillas del río. Como responsable que era, el pastor dejó en lugar seguro el resto de la manada y se dedicó a buscar, por entre aquellos angostos, a la res perdida. Llegó la noche. El pastor, desconcertado por los tremendos volúmenes de piedra fantasmal del Barranco, comenzó a sentir miedo. De pronto surge una luz potentísima de entre las peñas que lo ilumina todo y le hace el mirar casi imposible. El oído sólo puede escuchar los rumores monótonos de las aguas del Gallo. Una imagen de la Virgen se empieza a distinguir sobre un tosco pedestal de roca. La res perdida se deja ver en medio de aquel extraño resplandor como adormecida, inamovible bajo las plantas de la Señora. Era una súbita aparición con visos extraños, sobrenaturales, sin duda. La noticia cundió por el contorno con rapidez, y la silenciosa guarida de la quebrada se convirtió muy pronto, a raíz de aquel hecho, en sede principal de veneraciones molinesas, que ha volado hasta nuestros días por encima de los peñascos, de las distancias y de los siglos. (De mi libro Rutas turísticas de la provincia de Guadalajara).