Es el centro, estúpido


 La sociedad española está en el centro político desde el inicio de la democracia, desde que en las primeras citas electorales venciera la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez.

Corría el año 1992. El presidente Bush se presentaba a la reelección con un 90% de aceptación: había caído la URSS y los EEUU habían vencido en la guerra del Golfo. Sin embargo, Bill Clinton ganó porque supo leer dónde estaban los estadounidenses y cuáles eran sus preocupaciones: “es la economía, estúpido”, fue el lema que le llevó a la victoria. Algo parecido ha pasado en España: ha ganado quien ha sabido ver cuál es el lugar donde se encuentran los españoles, que no es ni más ni menos que el centro. La sociedad española está en el centro político desde el inicio de la democracia, desde que en las primeras citas electorales venciera la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, un centro que fue posteriormente ocupado en 1982 por un PSOE alejado de veleidades marxistas y más tarde, en 1996, por un Partido Popular que se zafó de sus resonancias franquistas. En el centro está el voto, que tiene la forma de una campana, abultado en el medio y menguante en los extremos. En el fútbol gana quien controla el centro del campo; en la guerra se ganan las batallas por el centro, que posibilita avanzar y repeler los ataques por los flancos. En política gana el centro, porque las sociedades, por mucho que se manipule desde un lado y de otro, tienden a la moderación en el fondo y en las formas, a evitar el conflicto, a buscar el desarrollo y el bienestar.

Sorprende, por ello, que buena parte de los actores hayan decidido voluntariamente abandonar este escenario, en el cual se han sentido cómodos en ocasiones anteriores. El PP ha ganado cuando se ha centrado, cuando se ha preocupado por la economía y no por las banderas. No ha sido la aparición de Vox –una respuesta previsible al conflicto catalán– lo que ha hecho perder al PP. Ha sido la estrategia de Pablo Casado, una irresponsable radicalización que ha llevado al extremo a una organización que no hace tanto conseguía la mayoría absoluta. Lo que le sirvió para ganar unas primarias ha cavado la tumba de su partido. Ha sido la adopción de una postura radical por parte de sus élites la que ha llevado al desastroso resultado. Temerosos del discurso de Vox, a la vez que cómodos con él, se han dejado arrastrar, se han ido al extremo del tablero. Ni la tauromaquia, ni la semana santa, ni la caza son los problemas ni las preocupaciones de los españoles, temas sobre los que el PP ha pretendido competir con la extrema derecha. 24 diputados ha conseguido Vox movilizando al electorado en torno a esos temas, más los símbolos y la unidad nacional. 71 son los escaños perdidos. En el PP se impone la dimisión de Casado y la vuelta al centro. Eso, o una lenta y dolorosa disolución.

El centro, sin embargo, no quedó huérfano porque la política es como un gas, ocupa el vacío, no deja huecos. El PSOE ha sabido situarse bien, con un discurso moderado, de centro izquierda, hablando de políticas sociales e igualdad. Ciudadanos ha fallado en su táctica: ha pretendido el sorpasso al PP yendo a su terreno, dejando el flanco izquierdo descubierto. Podemos hace tiempo que dejó de ser un voto protesta, cuya radicalidad ha sido ocupada por Vox. No sabemos si habrá gobierno sin independentistas ni cuáles serán los peajes a pagar. Hoy sabemos que los radicalismos, los extremos de la campana, están llamados a la derrota.