Ghost Rider


El paso de Marlaska por el ministerio es el descenso a los infiernos de un magistrado que va dejándose jirones de la toga y la credibilidad en el camino.

El motorista fantasma es una de esas películas que dejan indiferente la mayor parte de las veces, que ni entiendes muy bien por qué ni para qué y al final el personaje no te interesa en absoluto. Pues lo mismo con Grande Marlaska.

Marlaska es de esos tipos que empiezan por caerte bien, que luego debuta en juez estrella, asiduo a las cámaras y que acaba pasando de los devaneos políticos a la total entrega de la causa partidista. No ha habido en el banco azul ministro más vociferante ni más aficionado a la sobreactuación que Marlaska. Y no tendría mucha importancia si no se hubiera, además, entregado en cuerpo y alma a la causa de su maestro y señor, Pedro Sánchez, al que sirve a cualquier precio, aunque sea el de su alma de juez.

El paso de Marlaska por el ministerio es el descenso a los infiernos de un magistrado que va dejándose jirones de la toga y la credibilidad en el camino, desde la justificación de las agresiones a algunas parlamentarias durante la manifestación del “Orgullo” hasta la inmundicia del acercamiento de los presos etarras a cambio de prebendas políticas. Pero todo esto no sería más que una torticera e indigna forma de hacer política, algo que no es exclusiva de este jinete fantasma, si no fuera porque el “polvo en el camino”, que algunos pedían que impregnase las togas de los jueces, se convierte en barrizal del que surge el Golem obediente y destructor.

Marlaska, a través de persona interpuesta del Secretario de Estado, cesó al coronel Pérez de los Cobos como Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, porque había perdido la confianza en él. Ese triste suceso se produjo cuando el coronel, siguiendo las órdenes de una juez y en cumplimiento de su deber, se negó a trasladar al ministerio de Marlaska información sobre una investigación. Y esto lo dice la propuesta de cese: “por pérdida de confianza de esta Dirección General y del Equipo de Dirección del Ministerio del Interior, por no informar del desarrollo de investigaciones y actuaciones de la Guardia Civil en el marco operativo y de Policía Judicial con fines de conocimiento”. 

El coronel recurrió y Marlaska, en cuerpo mortal o en su versión fantasma, desestimó la apelación. Ahora, el Juzgado Central Contencioso-Administrativo nº 8 de la Audiencia Nacional, dicta sentencia que no voy a resumir, porque sus 72 páginas merecen lectura completa. Sólo voy a extraer de ella tres ideas concluyentes: “la motivación es ilegal”, “las potestades discrecionales deben ejercitarse dentro de la legalidad” y, por último, “el actuar discrecional no puede ser un medio para atentar contra la legalidad o menoscabar la legalidad a la que todos, en definitiva, estamos sujetos”. Nada más y nada menos.

El aforismo iura novit curia, el juez conoce el derecho, se transforma en principio para que el juez pueda aplicar una ley incluso cuando no ha sido invocada. También para establecer un mayor grado de exigencia cuando el juez dicta una resolución injusta, sea deliberadamente o por ignorancia inexcusable. Y no seré yo quien llame ignorante a Marlaska. Más bien le creo un buen sirviente de su señor.