Guadalajara, capital de… ¿Armenia?

31/01/2020 - 21:25 TOMÁS GISMERA / HISTORIADOR

Memoria de León V, rey de Armenia y Señor de Guadalajara

Muy lejos, nos queda de Guadalajara el antiguo reino de Armenia, hoy república, en el Cáucaso Sur. Probablemente, si tuviésemos que poner el dedo sobre un mapa para señalar el lugar en el que se encuentra más de cuatro no seríamos capaces de indicar si se halla al Norte o al Sur, de la capital de nuestra provincia.

Digamos que comparte fronteras con Turquía, Georgia, Azerbaiyán e Irán y que fue, hasta no hace demasiados años, una de las tantas repúblicas de la URSS, es por ello que la mayoría de su población habla ruso y, como curiosidad, digamos que a pocos kilómetros de su capital se alza el monte Ararat,  aquel en el que, cuenta el Génesis, se posó el Arca de Noé tras aquellos más de ciento y pico de días de Diluvio Universal.

Guadalajara comenzaba a ser, en los tiempos a los que nos remite la historia, la capital de los Mendoza, pues por aquí empezaban a asentarse, tras bajar de las montañas cántabras, los López de Orozco, los Hurtado y toda aquella gran familia que terminaron siendo seña de identidad de una provincia entonces sujeta a los reales caprichos de la corona castellana. Cuando Castilla, todavía, continuaba siendo aquella Castilla sin mancha que enarbolaba pendones siguiendo a sus monarcas, fuesen Juan I o sus antecesores; los reyes que dieron, a la capital y la provincia, tal vez, el periodo más novelesco de la historia medieval –si de alguna manera lo pudiéramos definir.

Fue, Juan I, uno de los monarcas con más títulos peninsulares de su tiempo, puesto que además de serlo de Castilla y de León lo era, entre otros, de Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, el Algarve y Algeciras, además de señor de Lara, Vizcaya, Molina y, por algún tiempo, rey de Portugal. También Señor de Atienza –que en muy pocas ocasiones se hace figurar el señorío atencino entre los títulos reales y figuró en no pocas ocasiones, cuando no entre los del rey, entre los de la reina.

Tanto dio de sí la vida del rey Juan que, tras contraer matrimonio con Leonor de Aragón, y haber tenido de la reina dos varones legítimos, heredó el primogénito, Enrique III, las coronas que pertenecieron al reino de Castilla y el segundo, Fernando –el de Antequera- la de Aragón. Si bien también es cierto que, tras la muerte de Leonor de Aragón, cosa de los tiempos, el rey contrajo nuevas nupcias, en esta ocasión con Beatriz de Portugal, de la que pretendió y obtuvo durante algún tiempo aquel reino, y de la que no hubo descendencia.

Nos dicen, los historiadores provinciales, al hablar del reinado de don Juan I, que pudo ser este monarca el que definitivamente empujó el futuro histórico de una ciudad de Guadalajara en la que, como antes decíamos, comenzaban a asentarse los Mendoza; en la ciudad celebró unas de las más destacadas Cortes de Castilla, y a pesar del incumplimiento de la promesa que hizo a los guadalajareños de que el señorío de la ciudad no volvería a ser concedido a extraños y permanecería, como lo hizo durante algún tiempo, entre los títulos reales, fue uno de los monarcas que más la favoreció.

Durante su reinado la ciudad fue señorío de la infanta doña Leonor,  hija de don Pedro I, y madre de su nuera, Catalina de Lancaster, la primera princesa de Asturias que llevó, como dote de matrimonio, entre otros, el Señorío de Atienza.

Y es que por aquellos remotos siglos los señoríos importantes de la corona eran entregados a las futuras madres de reyes, como dote matrimonial. También Guadalajara, de la que fue Señora doña Berenguela de Castilla, reina que fue –hija de Alfonso VIII-; y doña Berenguela, infanta de Castilla e hija de Alfonso X; y doña María de Molina, reina y consorte de Sancho IV; y doña María de Portugal, reina y consorte de Alfonso XI; y doña Juana Manuel, reina y consorte de Enrique II; e incluso las dos mujeres de nuestro rey don Juan, Leonor de Aragón y Beatriz de Portugal.
   

León de Armenia


León V de Armenia
El rey León, o Levon, quien reinó sobre aquel país a lo largo de casi 20 años, entre 1374 y 1393, llegó al trono a la muerte de uno de sus primos que, además, era su tío, Constantino VI. En tiempos en los que, como en Castilla sucedía, la luchas por llevar sobre la cabeza una corona se imponían entre quienes aspiraban a poderla llevar, y tal sucedió con él, y con quienes se la trataron de arrebatar. A León de Armenia lo echaron del reino los mamelucos, quienes lo llevaron  a El Cairo, y en El Cairo, en 1375 comenzó a gestionar su liberación, y el retorno a su trono, uno de aquellos clérigos que tanta cercanía tenían con los reyes, el franciscano Jean Dardel, a su vez, secretario de León de Armenia y quien, en su recorrido por las cortes europeas buscando afines, llegó a Juan I de Castilla, quien medió para la liberación del Armenio, logrando su libertad.

Desde El Cairo partió León de Armenia hacía Venecia en 1382; pasó por el Aviñón de Francia, donde entonces se encontraba el antipapa Clemente y, obligado sin duda por la misión caballeresca de agradecimientos a quienes habían mediado en pro de su libertad, llegó a Castilla para dar las gracias personalmente a su rey quien, cuentan las crónicas, lo agasajó con todo tipo de honores, e incluso, por ser los tiempos en los que aquello sucedió, fue uno de los invitados de excepción a la boda del rey castellano con la princesa heredera de Portugal, que tuvo lugar en la catedral de Badajoz en el mes de mayo de 1382, firmando el acta matrimonial como uno de los testigos principales del enlace.

Junto al rey de Castilla, y en su Corte, pasó los meses sucesivos, hasta que llegó la hora de reclamar el trono portugués que por matrimonio correspondía al rey don Juan tras la muerte del rey Fernando, su suegro. Por evitar roces familiares, que en caso de herencia pueden suceder, el rey de Castilla, antes de reclamar el trono portugués encerró en prisiones a algunos de quienes podían hacerle sombra a la hora de anexionar al de Castilla aquel reino y en Toledo, por el mes de noviembre de 1383, se proclamó rey de Portugal, algo no muy bien visto por los portugueses, que se alzaron en armas. Para bajar los humos a los revoltosos acudió a su nuevo reino el rey don Pedro, librando sonoras batallas como aquella de Aljubarrota en la que se hizo grande el más preclaro, hasta entonces, de los Mendoza guadalajareños, don Pedro González de Mendoza, señor de Palazuelos –primer Mendoza en serlo- quien ha pasado a la historia gracias, en parte, a los versos de Hurtado de Velarde, aquellos versos que versan:

El caballo vos han muerto;
Sobid rey en mi caballo;
Y si no podéis sobir,
Llegad, sobiros he en brazos;
Poned un pie en el estribo…

 

Pedro Gonzalez de Mendoza cedió su caballo al Rey en Aljubarrota_ lienzo de Maella (Museo del Prado)

 

Desconocemos las fuerzas que seguían al entonces rey de Armenia, quien combatió al lado del rey de Castilla, lo cierto es que junto a Juan I asistió al asedio de Lisboa a partir del 3 de septiembre de 1383 y, durante el asedio, tuvo el rey castellano la gracia de nombrar a León V de Armenia, a más de su mejor vasallo, Señor de Madrid, de Andújar, de Guadalajara y de Ciudad Real –entonces Villareal-, además de dotar a su corte con una renta de 150.000 maravedises, que ignoramos a cuanto equivaldría en nuestros días, aunque no dudamos de que hubo de ser, como aparenta, una importante cantidad.

Regresó el castellano a Castilla, y el de Armenia anduvo por las capitales de sus señoríos, haciendo de ellas, cuando en ellas se encontraba, la capital de su reino.

El de Armenia, que parece ser que nunca regresó a aquellas tierras, viajó a Santiago y de Santiago a Inglaterra, a dar las gracias a su rey, Ricardo –el príncipe Negro de la obra de Shakespeare-, y desde Inglaterra pasó a Francia, donde terminó sus días el 29 de noviembre de 1393, y donde acabó su señorío de Guadalajara que tornó, a su muerte, a la corona de Castilla, ya que, en el nombramiento, se prohibía la venta y donación, señalándose el retorno al lugar del que procedió.

Historias de la historia que, en ocasiones, se nos asemejan al texto de una novela medieval. Ante todo cuando pensamos que Guadalajara fue, por el azar del destino, capital de un remoto país, en el Cáucaso Sur.

 (A mi amiga Lupe Sanz Bueno debo la sugerencia).