Hecho científico y hecho religioso

14/03/2014 - 23:00 Manuel Ángel Puga

Muchos opinan que lo religioso no sólo es algo distinto de la ciencia, sino que también es opuesto. Existe la creencia de que si un hecho es considerado como religioso no puede ser científico. Y, a la inversa, si un hecho es considerado como científico no puede ser visto como religioso. Esto puede constituir una prueba de la pretendida incompatibilidad entre ciencia y religión o, lo que es igual, entre el hecho científico y el hecho religioso. Sin embargo, la realidad es que tal incompatibilidad parece no existir, al menos, en muchos casos.
En efecto, existen hechos reconocidos por la ciencia como científicos que más bien parecen milagrosos, porque escapan a toda capacidad de comprensión humana. Son hechos que sólo se pueden explicar como algo milagroso, como algo sobrenatural; no obstante, la ciencia los admite y postula como científicos. Son hechos que la ciencia confirma como científicos, pero que la inteligencia humana es incapaz de comprender… Quizá parezca esto un contrasentido, pero no lo es. Una prueba de que no es un contrasentido está en la explicación que da la ciencia sobre el origen y evolución del Universo. Como es sabido, hoy está plenamente demostrado que el Universo surgió del denominado Big Bang o Gran Explosión cósmica. Fue en los años veinte del pasado siglo cuando el eminente astrónomo Hubble comprobó que el Universo no es algo estático e inmutable, sino que está en continua expansión. Desde que surgió, a partir de un insignificante punto de infinita densidad y que estalló hace quince mil millones de años, el Universo no ha cesado de extenderse, de crecer. Posteriormente, en el año 1964 (hace ahora medio siglo) los astrónomos Robert Wilson y Arno Penzias detectaron una señal de radio que procedía de todas las direcciones del espacio y desde zonas mucho más lejanas que nuestra galaxia.
Un año más tarde, y después de numerosos análisis, identificaron la causa de aquella señal: el fondo de radiación de microondas, esto es, el eco lejano que aún hoy queda de la Gran Explosión. Pero fue en el año 1992 cuando el satélite norteamericano COBE confirmó que era cierta la teoría del Big Bang, al proporcionar un mapa del Universo en el instante siguiente a la explosión. En ese instante, de la ingente energía que se liberó, surgieron las partículas diminutas que, colisionando violentamente entre sí y a temperaturas de billones de grados, originaron el Universo. Del caos primitivo surgió el Cosmos. Así pues, el Big Bang consistió en la explosión de un insignificante punto, cientos de miles de veces menor que la señal que deja la punta de un lápiz bien afilado al apoyarlo sobre un papel en blanco. Pese a que la ciencia ya lo ha demostrado, ¿a quién le puede resultar comprensible este hecho? ¿Qué mente humana puede entender que de un punto tan insignificante haya surgido no ya nuestro Sistema Solar o nuestra galaxia (lo que sería algo incomprensible), sino la miríada de galaxias que estructuran el Universo? ¿Verdad que más que un hecho científico parece algo milagroso, algo sin explicación racional?... Lógicamente, surge esta pregunta: ¿No parecen estar muy próximos lo científico y lo religioso? Intentando encontrar respuesta a esta pregunta, Carl Sagan, gran científico y extraordinario divulgador, ideó el “año cósmico”. ¿Qué es el “año cósmico”? Se trata de un “año” que tiene una duración de quince mil millones de años, es decir, abarca desde que se produjo el Big Bang hasta el momento actual.
En este “año” el día 1 de enero, a las 0,00 horas, sería el instante en que se produjo la explosión mientras que el día 31 de diciembre, a las 24,00 horas, sería el momento presente. Por tanto, cada uno de los “días” del “año cósmico” tiene una duración de 41 millones de años. Pues bien, y esto es lo que resulta sorprendente, hecha la comparación entre el “año cósmico” y los 6 “días” de la Creación descritos en la Biblia, las diferencias observadas son mínimas. Todo radica en que esos 6 “días” bíblicos tuvieron una duración de quince mil millones de años. Lo anterior permite comprobar que están muy próximos lo científico (el “año cósmico”) y lo religioso (la Creación descrita en la Biblia). No existe, pues, esa pretendida incompatibilidad entre la ciencia y la religión, entre lo científico y lo religioso. Al final, todo parece indicar que tenía razón Derek H. R. Barton, Premio Nobel de Química en 1969, cuando afirmó: “No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión… La ciencia demuestra la existencia de Dios”.