La entrega de un ganadero

20/02/2014 - 23:00 Jaime Hita

Juan Barriopedro era excesivo en todo: en su entrega a los demás, en el trato, en la mesa, en su forma de pensar, en la fiesta y en el trabajo. Tenía fama de buen pagador y de negociante incansable. Podía regatear hasta la extenuación pero siempre se ha dicho que el que regatea paga; el que no va pagar no regatea. Además tenía la amistad y entrega de la gente honrada y tranquila, esa que solo se acalora en la mesa para discutir una idea u opinión, pero que se amansa al momento saciada la sed y hambre. Nos ha dejado un ganadero por vocación de esos que no quieren con el toro fortuna ni fama, sino buenos ratos con amigos y dos muletazos a una becerra para recordar en la retina.
En su pueblo Jadraque montó un fortín a la sombra del Castillo para refugiar no solo su trabajo, sino su vida. Allí, a la vera del Henares, refugió a sus amigos de los horarios de sus mujeres. En esa casa nunca faltó la conversación. Una vez, una amiga de Jadraque me preguntó que cómo dos personas tan distintas en su pensamiento nos podíamos llevar tan bién y la respondí que Juan y yo no perdíamos tiempo con la política, porque teníamos cosas más importantes. Para siempre se quedan los ratos con sus hermanos, sus buenos momentos con los de Membrillera, sus paseos con Simón, pero sobre todo deja huérfano a su amigo Javier Burgos que se queda sin nadie con quien compartir su eterna discusión.
 En mi recuerdo siempre quedará la risa que le entraba cuando recordaba que mi hermano siempre le decía: “Si no te veo con el puro en la boca no te conozco”. Y como cuando me mandaba hacer algo en la ganadería siempre me decía por coletilla: “Pero tranquilo y despacio”. Se va un ganadero de toros que dio a cada pueblo lo que le pedía y en todos dejó la puerta abierta para volver. Con excepción de su debilidad, su pueblo, Jadraque, que les dio lo mejor, aunque no se lo pudieran pagar. Deja un legado ganadero que puede ser el mejor de la provincia porque dicen que los toros se acaban pareciendo a sus propietarios.
Siempre le decía a Juan que su ganado tenía que tener más chispa, pero él hizo una ganadería noble, brava, entregada, de animales corpulentos y grandes; es decir, a su imagen y semejanza, sin ninguna maldad. El último día que estuve con él fue el del herradero, y después de un día de fiesta y excesos, cuando la luna brillaba y el viento y la lluvia cesaron, Juan nos recordó por qué tenía la ganadería. Así que con la luz de los focos y a los pies del castillo de El Cid soltó una vaca para sus amigos, entre los que estaba Sánchez Vara. Todos toreamos, excepto él.Cuando le invité a bajar, me dijo: “Hoy no me toca, otro día”.