El tiempo no es nuestro, es de Dios

21/02/2014 - 23:00 Suso do Madrid

El hombre puede creerse soberano del momento, pero sólo Cristo es dueño del tiempo. Así lo afirmaba el Papa Francisco en una homilía. El Santo Padre señalaba también que en la oración se encuentra la virtud para discernir en cada momento de la vida y en la esperanza en Jesús la vía para mirar al fin del tiempo. Dos consejos, para entender el fluir del presente y prepararse al final de los tiempos: oración y esperanza. La oración, junto al discernimiento, ayuda a descifrar los momentos de la vida y a orientarlos a Dios. La esperanza es el faro de largo alcance que ilumina la última etapa, la de una vida y -en el sentido escatológico- la del fin de los tiempos.
El pontífice reflexionó sobre el pasaje del Evangelio en el que Jesús explica a los fieles en el templo qué sucederá antes del fin de la humanidad, garantizándoles que ni siquiera el peor de los dramas hará caer en la desesperación a los que crean en Dios. El Santo Padre observó: “En este recorrido hacia el fin de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, y son diferentes según cómo vivamos, porque es diferente vivir en el instante y vivir en el tiempo”. Por ello, advirtió citando las palabras de Jesús, no hay que “dejarse engañar por el instante”, porque habrá personas que se aprovechen de la confusión para presentarse como Cristo.
“El cristiano, que es un hombre o una mujer del instante, debe tener esas dos virtudes, esas dos actitudes para vivir el momento: la oración y el discernimiento”. “Y así -concluyó Francisco- el cristiano se mueve en este camino, momento tras momento, con la oración y el discernimiento, pero deja tiempo a la esperanza”. 
En su pueblo Jadraque montó un fortín a la sombra del Castillo para refugiar no solo su trabajo, sino su vida. Allí, a la vera del Henares, refugió a sus amigos de los horarios de sus mujeres. En esa casa nunca faltó la conversación. Una vez, una amiga de Jadraque me preguntó que cómo dos personas tan distintas en su pensamiento nos podíamos llevar tan bién y la respondí que Juan y yo no perdíamos tiempo con la política, porque teníamos cosas más importantes. Para siempre se quedan los ratos con sus hermanos, sus buenos momentos con los de Membrillera, sus paseos con Simón, pero sobre todo deja huérfano a su amigo Javier Burgos que se queda sin nadie con quien compartir su eterna discusión.