Jadraque: Memoria de un homenaje

11/06/2021 - 18:21 Tomás Gismera

Al Cardenal Mendoza, el 14 de junio de 1959

El 14 de junio de 1959, cuando Jadraque se disponía a lanzarse al mundo de la prensa, de la historia y de la cultura nacional con el fin de dar a conocer sus inquietudes en torno al castillo de la villa, el del Cid, dando a partir de aquel momento el definitivo empuje hacía su reconstrucción, amaneció claro, con un tímido sol que no hacía presagiar lo que posteriormente había de suceder.

Aquel 14 de junio, domingo, en Jadraque se reunían las primeras autoridades de la provincia, algunas nacionales y, por supuesto, los representantes de la cultura provincial. El objetivo: dar a conocer la villa a través del gran homenaje que se iba a dedicar a don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España; el hombre que fuese, después de los Reyes Isabel y Fernando, el más poderoso de la España Peninsular. El hombre que unos cientos de años atrás mandó levantar un castillo que se convertiría en enseña de una tierra.

Don Pedro, el Gran Cardenal

Se convirtió en Señor y dueño de la tierra de Jadraque por mera casualidad, o quizá por querer tener cerca de la que fue una de sus primeras sedes episcopales, Sigüenza, a las tierras vecinas.

En Sigüenza y su catedral reposan a la eternidad de los siglos quienes fueron los primeros dueños de aquellas tierras que fueron segregadas del Común atencino reinando don Juan II. En palabras del cronista provincial don Francisco Layna Serrano, don Gómez Carrillo y doña María de Castilla, en quienes se fundó la llamada “Tierra de Jadraque”, descansan a la eternidad de los siglos en la catedral de Sigüenza como si estuviesen instalados, por su disposición, en una litera de coche cama.

A la descendencia de don Gómez Carrillo adquirió el Gran Cardenal la Tierra de Jadraque, a cambio de la que nuestro Mendoza poseía por la toledana Maqueda. Ello fue por el 1469. A partir de entonces Jadraque comenzó a ver como se construía un nuevo castillo y llegaban a él los descendientes de don Pedro; su hijo don Rodrigo de Mendoza, del Cenete y del Cid, primero; y su nieta después. Doña Mencía, que tantas glorias dejó a la España del Renacimiento.

Don Mariano Ormad Ferrer

Don Mariano Ormad Ferrer fue uno de esos hombres que pasan a la historia de un pueblo por el tesón que ponen en defenderlo. Uno de aquellos alcaldes a los que la política importaba un pito porque por encima de ella está la unión de un pueblo. De los que tratan de dar ejemplo, poniéndose delante de los vecinos para decirles: ¡Adelante!, y yo el primero; llamando a su lado a quienes pueden colaborar en las ideas, que bien recibidas y sazonadas, ensalzan a los pueblos.

Don Mariano nació en Jadraque, y presidió su Ayuntamiento por espacio de veinte años, entre 1951 y 1971. Cuando llegó a la alcaldía todavía se vivían las penurias que acompañaron a los tristes años de la década de 1930, los de la guerra y sus consecuencias. A pesar de que hombres hubo en Jadraque, desde 1939 a aquel 1951, que procu- raron, al igual que don Mariano, sacar a su pueblo adelante. Y bien que lo hicieron.

La fijación de don Mariano Ormad, y la de los hombres que le acompañaron en el empeño se centró, entre otras cosas, en lograr la reconstrucción de un castillo que su pueblo adquirió cincuenta y tantos años atrás, no por su valor, sino por su significado histórico, puesto que la adquisición fue una ruina y para poco valía. Las trescientas pesetas que pagó el municipio a la descabalada y manirrota Casa de Osuna le parecieron excesivas a don Julio Callejo, que lo quiso comprar por un poco menos para utilizar la piedra, bien machacadi- ta, en el firme de la nueva carretera que se proyectaba por el 1898.

Don Mariano Ormad, que recibió como justa recompensa a su labor de buen alcalde numerosos recono- cimientos a lo largo de los años que dirigió la alcaldía jadraqueña, aquella mañana, y como apertura de los actos, recibió de parte del Ayuntamiento de Burgos, en el salón de plenos del de Jadraque, una reproducción de la escultura de Gómez Quesada, que ya era emblema de la ciudad, la del Cid, en reconocimiento, uno más, a su tesón por rescatar la del caballero castellano, unido a la historia de un castillo que trataba de levantar la cabeza.

Los maestros de la pluma, y el Cid 


El primero de ellos, sin lugar a dudas, era José Antonio Ochaíta, el pintor de letras de las tierras de Jadraque; junto a él, toda una corte de grandes literatos y periodistas provinciales, entre los que no faltaban Baldomero García Jiménez, Juan Becerril, Julián Gil Montero, José de Juan García, o Luis Monje Ciruelo y, por supuesto, las autoridades en pleno de la provincia y obispado.

A todos los convocó el Ayuntamiento y, en su nombre, el poeta Ochaíta; y para todos sería servida, en el salón de espejos del Casino, un apetitoso yantar, mucho menos aparatoso en su composición que los que se acostumbra a servir hoy día en cualquier evento que se precie: Fiambres Selectos. Huevos a la castellana con champiñón y riñones. Cabrito asado a la barreña. Macedonia de frutas. Helado. Café. Licores. Habanos. Vinos Blanco y tinto Castilla y Abocado especial.

Por las calles de Jadraque, atiborradas de gente endomingada, jinetes en hermosos alazanes, se paseaban los heraldos que escoltaban al mismísimo Cid Campeador Rodrigo de Vivar quien sobre alazán encaretado blandía el pendón de Castilla, casi mil años después de su primer paso.

Los hombres y mujeres de Jadraque, a una todos, habían colaborado en tender gallardetes de lado a lado de las calles; o en adecentar los accesos al castillo, que con ello parecía que sangraban algo menos los muñones de las murallas.

En el muro que mira al Valle del Henares estaba prendida ya la lauda que recordaría al hombre que lo mandó alzar: Este Castillo, que llaman del Cid, fue reconstruido el año MCDLXXXVIII. Por D. Pedro González de Mendoza. Gran Carde- nal de España. En el patio central, bajo gallardetes y colgaduras facilitadas por los servicios especiales del Ministerio de Información y Turismo, sería oficiada la misa, a eso de las doce; por dos obispos, nada menos.

Alrededor los corresponsales de prensa de la mayoría de los grandes medios de Madrid y, por supuesto, el NODO.

A punto de iniciarse la misa comenzó a alborotarse el cielo y, como desde las alturas se adivi- nase la tormenta, la mayor parte de quienes ascendieron al castillo emprendieron la retirada. Las autoridades corrieron al lienzo de la muralla, a descubrir la lauda recuerdo al Cardenal; don Pedro Sanz Vázquez, como Alcalde de Guadalajara, tuvo el honor y, de nuevo, a paso veloz, al pueblo.

En la iglesia parroquial tuvo lugar la misa; y desde el balcón del Ayuntamiento, con una plaza atiborrada de jadraqueños, las autoridades, los poetas y gentes de cultura dirigieron la palabra, mien- tras el Cid continuaba blandiendo el castellano pendón y sonaban acordes castellanos a través de la megafonía. Ni el agua de la tormenta pudo aguar una fiesta en la que Jadraque entero creyó.

La Crónica

A la mañana siguiente, a través de todos los periódicos, comenzaron a aparecer las crónicas de lo ocu- rrido el domingo 14 de junio en Jadraque. Pocos fueron los que, a lo largo de la semana, no se ocuparon del castillo del Cid, del empeño de sus gentes, de su alcalde, de sus concejales. Del tesón y voluntad que un pueblo ponía en rescatar su propia historia, a través de las melladuras de un castillo en ruina. Hablaban de su alcalde, sus escritores y poetas, como si de titanes se tratase.

Por supuesto que también hablaban de la tormenta y de cómo las autoridades se cubrieron de barro los zapatos, pero eso son cosas que pasan y se olvidan. Lo que no se olvidó por quienes asistieron, es que a un pueblo, o a un alcalde, no se le pueden negar según qué cosas, cuando de enaltecer su pasado se trata. Y así fue como don Mariano Ormad, y el pueblo de Jadraque, a partir de aquel día, comenzaron a ver cómo su castillo recobraba, poco a poco, su antiguo porte. Aunque con sus manos tuvieran que poner de nuevo en su lugar las piedras que rodaron por el cerro. ¡Gran ejemplo!