Karate, sabor a tradición
¿Qué extraño sortilegio cautiva los corazones de tantos miles y miles de practicantes de Karate en el mundo? El maestro 7º Dan, Salvador Herraiz Embid nos deja otro de sus artículos sobre este arte milenario.
El Karate ha cumplido su mayoría de edad. Sistematizado por Gichin Funakoshi a partir de las tradiciones de combate de Okinawa, el Karate ha seducido a muchos jóvenes y no tanto, con una filosofía y formas extraordinariamente estéticas.
Mal convertido en un deporte, el Karate ha conservado sus esencias en un reservorio inesperado, los más mayores. Nadie que persista en este camino dejará de volver su vista atrás y comprender, tal vez mirando con otros ojos, los valores inherentes a los aspectos culturales, místicos y hasta estéticos, de una tradición que se niega a disolverse en el marasmo y el atropellamiento de unos tiempos superficiales.
Hoy quiero repasar aquí, en Nueva Alcarria, los elementos distintivos del Karate tradicional que a trompicones tal vez, pero de modo firme y hasta testarudo, impiden que el karate deje de ser lo que siempre ha sido.
Muchos karatekas veteranos están regresando a la práctica de un Karatedo más tradicional que se torna en remanso de equilibrio mental y espiritual, en un viejo pero nuevo camino tan deseado como necesario.
El Karate tradicional da primacía a los valores marciales y morales enraizados en la tradición y que técnicamente mantiene las características originales de cada estilo.
El Karate es para toda la vida y por tanto su diseño debe estar lejos de unas exigencias físicas de superdotados (en cuanto a potencia, fuerza, flexibilidad,...). La paciencia y la dosificación también son puntales básicos para el correcto entendimiento y para el disfrute en equilibrio. Cuando personas de niveles inferiores practican técnicas superiores (sin que estos puedan comprender su significado) lo que se está ofreciendo es pan técnico para hoy y hambre para el posible karateka de mañana.
El Karate se basa en las normas del Dojokun, su código ético, que obliga a alejarse del macarréo, violencia, chulería, prepotencia, exceso de confianza, cólera, maldad, envidia,… que son sin duda los males del Budo como decía el Maestro Hironori Ohtsuka, y que conforman una conducta impropia de un karateka.
La palabra Budo significa en realidad detener el conflicto, detener la guerra. Las artes marciales sin ese código de conducta no serían más que escuelas de violencia.
El karateka debe ser feliz con la sola práctica del Karate, con su mejora técnica y su aumento de conocimientos históricos, de manera que no necesite de objetivos extras que puedan provocar a caer en los males mencionados. El karateka no necesita mostrar ni probar nada, por lo que estará en paz consigo mismo y en un equilibrio que le pondrá rumbo a la felicidad. Hay que entender eso. Constancia, respeto, humildad, sinceridad, esfuerzo, fidelidad, cortesía, benevolencia … son en cambio virtudes que mostrará en el día a día, dentro y fuera del tatami, no por obligación sino que aflorarán naturalmente de su personalidad.
El Karate tradicional es zen en movimiento, y ello significa que sin verse prisionero de pensamientos improcedentes, inoportunos, negativos, erróneos,… el practicante se debe dejar llevar, sin distracción alguna, por el placer de saborear cada momento y cada técnica. ¡Qué pena que muchos practicantes se estén perdiendo la grandeza del Karate Do. En el Karate, como en la vida, se trata de estar en armonía en lugar de estar en rivalidad, y siempre con respeto a los símbolos (hoy mucho más en una sociedad que ha perdido los detalles de cortesía que los veteranos añoran), y dando a los reiterados saludos protocolarios el sentimiento deseado y lejos de un gesto vacío.
Los mayores practican un Karate sin prejuicios, sin preocuparse de que las circunstancias o posibilidades físicas de cada uno (debidas a la edad, lesiones, y mil cosas más), le puedan llevar a presentar una estética que no sea la que se pueda esperar. La eficacia del Karate a menudo está lejos de la estética que hoy en día se busca por el desconocimiento de su significado. Los nuevos cambios de ritmo en los kata, las patadas en alturas diferentes a las que su bunkai obliga, etc… van en realidad en contra del Karate. No olvidemos que el Karate tiene en su antigüedad, en sus entresijos técnicos y en su inalterabilidad gran parte de su atractivo… y de su lógica. Los jóvenes, en el Karate, deben aceptar, entender y compartir los planteamientos de sus maestros sin cuestionarlos, por respeto, por sentido común, y por reconocimiento de un camino ya recorrido.
Quizá a un sucedáneo deportivo del Karate (en busca de licencias, datos o subvenciones), solo le importe la cantidad de afiliados, aunque estos se vean renovados periódicamente, pero el auténtico Karate bien entendido lo que provoca es que sus practicantes se mantengan fieles en él toda la vida y que con la edad se comprenda su verdadero significado. El poeta inglés del siglo XVIII Alexander Pope decía: “Algunas personas nunca comprenden nada porque aprenden todo demasiado pronto”. No se trata de tener el dojo lleno solo de jovencitos sino de que junto a ellos continúen veteranos de edad y tiempo. Por eso en realidad el verdadero Karate no se disfruta hasta unas edades un tanto avanzadas, en las que se busca ese equilibrio y placer que la práctica del Karate ofrece si se tiene la paciencia y constancia necesarias. Las gentes de edad tienen, tenemos, superadas las inquietudes de juventud y deseos de comerse el mundo, habiendo ya comprobado cual es el camino que lleva a la felicidad y cual no.
Cansados de horizontes que no han aportado gran cosa (si acaso poder relativo, fortuna a unos pocos, y diferentes minutos de gloria a otros), los karatekas veteranos vuelven a un Karate más original continuando el ciclo y cerrando un círculo aún incompleto y volviendo a las formas y valores de antaño.
El maestro Joki Uema, en el corazón de Shuri mantiene: “El entrenamiento, por cada 1.000 días de práctica, debe traer consigo otros 10.000 días de disciplina”. Solo así va uno desarrollando paralelamente Shin Gi Tai (Espíritu, Técnica y Cuerpo).
El Karate es un largo y severo camino apasionante en el que siempre habrá buena compañía. El ejercicio repetitivo conduce a un encanto indefinido. Superar los inevitables momentos de aburrimiento (donde muchos se rinden y abandonan) es introducirse en el verdadero desarrollo mental y espiritual. Dedicar la vida al Karate forja una buena capacidad física, un buen funcionamiento de los órganos internos, y ofrece un vehículo decente para recorrer el camino de la vida. Pero mucho más allá, una vida en el Karate nos brindará un sólido espíritu inquebrantable aplicable a cualquier aspecto de la vida.
La veteranía ofrece la licencia de poder desligarse de la errónea estética de un Karate diferente y prisionero de unas características determinadas. El veterano se permite el lujo de eludir esos lazos prisioneros y penetrar en un Karate mucho más digno y verdadero cuya práctica le haga feliz y le aporte beneficios de todo tipo sin preocuparse por el qué dirán de mis ya no tan altas patadas, de mi artrosis, de mis dolores de espalda, o de mil cosas más que con el tiempo van asediando a cualquiera aunque en menor medida al practicante asiduo. En realidad esas limitaciones nos ayudan a comprender el auténtico Karate. ¡Lástima que a menudo se queden en la cuneta tantos y tantos!, (perdiéndose la grandeza de este Camino), y que otros “despierten” tan ¿tarde?
El Karate tiene tanto que ofrecer que da pena que la mayoría se pierda en una superficie tan pulida y por tanto deslumbrante pero que pronto pierde su atractivo brillo si no se tiene la humildad de penetrar en su mundo interior. No solo nunca es tarde para redescubrir el Karatedo y volver a su Camino, sino que en este caso la edad puede ser una ventaja. Sin duda.
SALVADOR HERRAIZ EMBID, 7º DAN DE KARATE