Kung Fu Panda 4: Toda una vida
Llegaba virgen a las aventuras de Po, el oso panda guerrero... y comilón. El inicio de la saga me pillo talludito y nunca me enganché a la franquicia, hasta que mi hijo se puso por medio.
El cine es un acto social, por eso puede estar bien disfrutar de una película en el salón de tu casa, pero las experiencias son mejores en una sala de cine. Cuando el sábado fui a ver la cuarta entrega de Kung Fu Panda con mi hijo y sus amigos, también con los padres de estos últimos (ir solo con diez niños de 5 años al cine sería condenarme a tener un ictus demasiado joven), apenas me fijé en el público. La película es un cúmulo de lugares comunes divertidos y escenas de acción logradas, con personajes carismáticos. Estaba disfrutándola cuando uno de los padres me llamó la atención sobre una cosa: las ganas con las que se reía el tipo que estaba sentado detrás de nosotros. Aquel señor que seguro tendría más de 50 años se carcajeaba con cada una de las ocurrencias de Po, y con sus gases, fantásticamente metidos en el guión para volver a atrapar a la chiquillada en un momento clave de la trama.
Al terminar la película miré disimuladamente a aquel hombre. Estaba allí con su mujer y unos chicos de más de 20 años, todos tan contentos. Pude ver claramente lo que me gustaría que fuera mi futuro e imaginar lo que a lo mejor ha sido su pasado. Descubrir una película con tus hijos, disfrutarla a través de ellos, crecer todos juntos y reencontrarte con una nueva entrega que te haga volver a ser feliz, a ser aquel padre de unos niños de 5 o 6 años, mucho mucho tiempo después. Aquel tipo parecía feliz.
Kung Fu Panda 4 no es la más original de las películas, ni siquiera sus tres conejitos psicópatas, pero al terminar la película aquellas personas eran simple, llana y sinceramente felices.