La Caballada
La manera de conmemorar en Atienza cada año esta efeméride resulta extraordinariamente emotiva y bella. Lo cofrades de La Caballada se rigen por unas ordenanzas que en su día les otorgo el propio rey Alfonso VIII.
La fiesta anual de “La Caballada” es uno de los acontecimientos más importantes que todavía se conservan relacionados directamente con la historia de Castilla. Tiene lugar del día de Pentecostés –próximo domingo- para conmemorar el hecho histórico por el que los arrieros de Atienza pusieron en libertad al rey niño Alfonso VIII de Castilla, de sólo tres años de edad, al que su tío, Fernando II de León, deseo quitarse de en medio a toda costa, con el fin de reunir bajo su cetro todas las tierra que había dejado al morir su padre Alfonso VII. Lo salvaron los arrieros. Lo salvaron los arrieros de Atienza disfrazado como un arriero más, burlando así a las huestes del rey Leonés, a esas del alba del domingo de Pentecostés del año 1162. En siete jornadas de viaje a caballo consiguieron ponerlo a salvo definitivamente, dentro de las murallas de Ávila.
La manera de conmemorar en Atienza cada año esta efeméride resulta extraordinariamente emotiva y bella. Lo cofrades de La Caballada se rigen por unas ordenanzas que en su día les otorgo el propio rey Alfonso VIII. Muy de mañana, en ese día, salen a caballo los cofrades a reunirse en la puerta del prioste o hermano mayo. Allí son leídas las multas que hubo durante el año, y que los cofrades inculpados deberán pagar en libras de cera. Acto seguido los músicos, los seises, el mayordomo y el abad, bajan a caballo, atravesando a la antigua usanza, hasta la ermita extramuros de la Virgen de la Estrella. Durante la misa, una vez allí, algunos cofrades suelen danzar ante el pórtico, repitiendo el comportamiento de sus antecesores del siglo XII en la histórica madrugada en la que liberaron al rey. Luego se va en procesión hasta la Peña de la Bandera, done se reza por los cofrades difuntos.
El acto más pintoresco tiene lugar a la caída de la tarde. Se trata de una galopada a toda velocidad, en turnos de a dos, que los cofrades llevan a cabo en el arrabal de la villa, emulando la habilidad de aquellos bravos paisanos que salvaron al rey niño. Se asegura que el propio Alfonso VIII, siendo rey, asistió personalmente a estos actos en más de una ocasión, dotando, además, a la cofradía, de importantes privilegios. (De mi libro, guía Everest, “GUADALAJARA”).